El silencio es el nuevo lujo: cómo vivir en un mundo cada vez más ruidoso nos ha hecho pagar por algo gratuito
Vidas cada vez más aceleradas, anquilosadas en pequeñas y ruidosas viviendas, unidas a los nuevos sonidos y distracciones constantes de la tecnología, nos hacen buscar lugares para guiarnos en la casi utópica idea de desconexión. Pero, una vez allí, hay quien no sabe cómo enfrentarse a la quietud
En la quinta planta del número 25 de la bulliciosa calle de la Princesa, en el centro de Madrid, se encuentra Más que silencio, un amplio espacio casi vacío con grandes ventanales que miran al exterior, abierto a todo aquel que desee desconectar del ruido de la ciudad. Ofrecen clases programadas donde enseñan a la gente a iniciarse en la meditación silenciosa, pero también hay otras donde las personas van libremente para vivir el silencio con sus propias herramientas. No tiene tarifa de matriculación ni requisito de permanencia. Tam...
En la quinta planta del número 25 de la bulliciosa calle de la Princesa, en el centro de Madrid, se encuentra Más que silencio, un amplio espacio casi vacío con grandes ventanales que miran al exterior, abierto a todo aquel que desee desconectar del ruido de la ciudad. Ofrecen clases programadas donde enseñan a la gente a iniciarse en la meditación silenciosa, pero también hay otras donde las personas van libremente para vivir el silencio con sus propias herramientas. No tiene tarifa de matriculación ni requisito de permanencia. Tampoco sus clases tienen un precio cerrado, sino en función de lo que cada persona pueda aportar para que la experiencia sea alcanzable a grandes y pequeños bolsillos.
Elena Hernández y María Sánchez son dos de las guardesas que trabajan como voluntarias a las puertas de este refugio urbano nacido de una demanda en aumento: “El proyecto surgió por una necesidad de silencio que notábamos a nuestro alrededor a causa de la cantidad de estímulos que nos sobrevienen a diario. Queríamos ofrecer un oasis en mitad de la ciudad para descansar de esos ruidos, trabajar el silencio interior y facilitar así el silencio exterior”, explica Hernández a EL PAÍS. Ya no se trata solo de alejarse de los estímulos auditivos que conforman la banda sonora de cualquier ciudad, sino también de aquellos sensoriales, o ruidos de nueva generación, como el sonido de las conversaciones de WhatsApp, los avisos de correo electrónico, personal o del trabajo, o la constante intromisión de las notificaciones de redes sociales. “Sin silencio, perdemos libertad”, añade, “vivimos en la distracción continua, respondiendo a estímulos constantes que no sabemos cómo parar. Para poder tomar las riendas de tu vida y vivirla plenamente, debes permitirte espacios donde escucharte”.
Desde que Más que silencio abriera sus puertas hace 15 años, han surgido en Madrid al menos cinco centros con características similares. Hace una década, nadie sabía qué era exactamente el mindfulness. Hoy, proliferan las clases de meditación, los retiros silenciosos, abundan las referencias a la disciplina zen y la gente, para desconectar, se recluye en monasterios durante sus vacaciones buscando, quizás, el camino de los místicos. La tecnología también busca convertirse en aliada de la quietud: en 2019, Apple lanzó los Airpods Pro, que ofrecían por primera vez la opción de cancelación del ruido, aislando el oído del exterior y que se ha convertido en una de sus funciones estrella. En 2021, Netflix estrenó una guía de meditación en formato audiovisual denominada Headspace que se convirtió en un éxito y en Spotify, las listas y pódcasts de meditación o, simplemente, de ruido blanco acumulan más seguidores que muchos artistas. El silencio, o la ausencia de ruido, se ha convertido en un bien preciado y en una mercancía de lujo en una sociedad cada vez más acelerada donde la prisa se ha convertido en un estilo de vida.
En su ensayo póstumo e incompleto Pensées (Pensamientos), el matemático, físico y filósofo Blaise Pascal escribió una de sus frases más citadas: “Toda la infelicidad de los hombres se debe a una sola cosa: la incapacidad de permanecer en silencio a solas en una habitación”. El texto se publicó en 1670, pero goza de tal clarividencia que convirtió a Pascal, en tiempos pandémicos, en el símbolo intelectual del quedarse en casa. Él no vivió el crecimiento de las grandes ciudades, la reducción de los espacios que habitamos hasta límites casi inhabitables o la llegada de la radio, de la televisión y, finalmente, de internet. Pascal no hubiese imaginado que quedarse en silencio en una habitación, con un teléfono móvil en la mano, ya no sería sinónimo de estar completamente a solas.
“Los momentos de interrupción han aumentado dramáticamente durante el último siglo, una tendencia que parece continuar. Vivimos en la era del ruido. El silencio está casi extinguido”, sentencia desde Oslo el explorador, editor y escritor noruego Erling Kagge, autor del superventas Silencio en la era del ruido (2017, Taurus Ediciones), donde narró la aventura que le llevó a convertirse en el primer hombre que alcanzó el Polo Sur caminando en solitario y sin asistencia. De todo aquel recorrido, en el que vivió momentos inclasificables, tanto buenos como malos, lo que más le impresionó fue el silencio. “La Antártida es el lugar más tranquilo en el que he estado. Caminé solo hasta el Polo Sur, durante 50 días y noches, sin teléfono, y en todo ese vasto paisaje monótono no había ruido humano aparte de los sonidos que yo mismo hacía. Solo en el hielo, lejos en esa gran nada blanca, podía escuchar y sentir el silencio”, relata por email a EL PAÍS. Al llegar de nuevo a su hogar, si es que podía seguir llamándolo así, el explorador encontraba molesto prácticamente cualquier sonido e inició una nueva vida a un volumen mucho más bajo que el de la anterior. Considera el silencio un privilegio.
A corto plazo, las distracciones pueden impedirnos hacer las cosas que queremos hacer. A más largo plazo, pueden acumularse y evitar que vivamos la vida que queremos vivir o, lo que es peor, socavar nuestra capacidad de reflexión y autorregulación”
En el ensayo Cómo no hacer nada: Resistirse a la economía de la atención (Ariel, 2021), la artista, educadora y escritora Jenny Odell advertía de los peligros de estos nuevos ruidos e intromisiones que hemos dejado entrar en nuestros hogares, paradójicamente, al tiempo que mejorábamos el aislamiento de las ventanas para alejar el sonido molesto del exterior: “Experimentamos las externalidades de la economía de la atención en pequeñas gotas, por lo que tendemos a describirlas con palabras de desconcierto leve como ‘molestia’ o ‘distracción’. Pero esta es una interpretación errónea de su naturaleza. A corto plazo, las distracciones pueden impedirnos hacer las cosas que queremos hacer. A más largo plazo, pueden acumularse y evitar que vivamos la vida que queremos vivir o, lo que es peor, socavar nuestra capacidad de reflexión y autorregulación”.
“La opción constante de pensar en otra cosa —en forma de series de televisión, lectores electrónicos, teléfonos y juegos— es más una consecuencia del tipo de necesidades con las que nacemos que una causa”, explica el explorador noruego, “esta inquietud que sentimos nos acompaña desde el principio, es nuestro estado natural”. El presente duele, que escribió Pascal: “Y nuestra respuesta es buscar incesantemente nuevos objetivos que sirvan para llevar nuestra atención hacia afuera y lejos de nosotros mismos”. La quietud y el silencio son, por tanto, un acto de resistencia.
Permanecer en silencio a solas en una habitación
Se denomina tanque de aislamiento sensorial, aunque se conoce popularmente como cabina de flotación. En Estados Unidos su uso está tan extendido que aparece con frecuencia en la cultura popular: en Los Simpson, Homer y Lisa tienen un viaje astral dentro de ellos y el personaje de Once es sumergida en uno en la serie Stranger Things. Fue inventado en 1954 por el neurocientífico John C. Lilly mientras trabajaba para el Gobierno estadounidense: una bañera salina cerrada y diseñada para el estudio intensivo de la conciencia humana cuando se le priva de tantos estímulos externos como sea posible. Lilly, que después experimentaría con estados de alteración de conciencia potenciados por el uso de drogas como el LSD o la ketamina, pretendía que los tanques permitiesen los viajes en el tiempo o la exploración de realidades alternativas, pero resultaron perfectos para la relajación.
A la hora de desconectar, las personas buscan llenar el espacio vacío con otra actividad: maratones de series, tardes enteras refrescando las redes sociales, compras, comidas. Es ruido sobre ruido.
“El hecho de flotar en una solución salina de alta densidad tiene unos beneficios físicos probados: mejora la tensión muscular gracias la ingravidez, elonga la columna vertebral, aumenta el flujo sanguíneo y reduce la producción de cortisol, ácido láctico y adrenalina”, explica David Murcia, propietario de Flotexperience, uno de los pocos centros en Madrid especializados en experiencias de flotación. “A nivel mental, en función de la capacidad de cada uno de soltar en ese momento, podrá llegar estadios más profundos o menos o de atención con uno mismo”.
Las desconexiones urbanas a las que estamos acostumbrados no se parecen en nada a este aislamiento en flotación: “A la hora de desconectar”, explica Murcia, “las personas buscan llenar el espacio vacío con otra actividad: maratones de series, tardes enteras refrescando las redes sociales, compras, comidas. Es ruido sobre ruido. Quizás deberíamos plantearnos si son evasiones sanas o nuevas adicciones”.
David Murcia acompaña a la periodista a su flotario, que es más bien una pequeña piscina instalada en una habitación completamente a oscuras y, para hacerla apta para claustrofóbicos, no tiene tapa. La experiencia puede ser más o menos dura: se puede jugar con las luces o permanecer a oscuras y hacerlo en completo silencio o dejarse envolver por sonidos blancos y ambientales. Y después, a flotar. Quizá el tanque de aislamiento sensorial es lo más adecuado que esta milenial puede encontrar para conseguir estar a solas y en silencio en una habitación, como pedía Pascal.
La experiencia de flotación permite entrar en un estado similar al de la vigilia que, unida a una pérdida de la propiocepción, también favorece la desconexión temporal al punto de no saber si se llevan flotando 20 minutos o varias horas seguidas. Quizá una de las experiencias más extremas a las que puede enfrentarse cualquier urbanita de vida acelerada es parar y flotar en un mundo que no para nunca, escuchando únicamente el sonido del agua y el de los propios pensamientos que tardan un tiempo indeterminado en desconectarse del ruido acumulado durante toda una vida.
Este artículo no ha llevado a su autora, como a Erling Kagge, al Polo Sur, pero al salir de la pequeña piscina a la ciudad se comprende por qué afirma que el silencio es un privilegio. Es inevitable pensar en lo fastidioso que es el mundo que nos rodea. Con los músculos y la cabeza igual de destensados, es más fácil advertir la molestia del sonido de un claxon o de los siete mensajes de WhatsApp sin responder. Quizá el gran descubrimiento de esta sesión de flotación es que, para empezar a experimentar el silencio, tan solo es necesario tomar conciencia del ruido.