Plantas, pero también personas: sus trabajadores, el alma del Real Jardín Botánico de Madrid

Un recorrido por el corazón de esta institución científica de más de 240 años de antigüedad de la mano de quienes cuidan de sus especies y gestionan su día a día: “Ni las guerras ni las inclemencias del tiempo han podido con él”

Álex Gómez cuida de un bosque de pinos silvestres.Eduardo Barba

El Real Jardín Botánico observa la ajetreada vida del Paseo del Prado madrileño desde el año 1781, en el que se inauguró en esta nueva localización. Se trasladaba así desde un lugar más alejado de la corte, como lo era el entorno del actual Palacio de la Moncloa. El Jardín Botánico era parte del plan de Carlos III para la reforma del Salón del Prado. Fruto de esta etapa ilustrada fueron el Real Observatorio y el ...

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El Real Jardín Botánico observa la ajetreada vida del Paseo del Prado madrileño desde el año 1781, en el que se inauguró en esta nueva localización. Se trasladaba así desde un lugar más alejado de la corte, como lo era el entorno del actual Palacio de la Moncloa. El Jardín Botánico era parte del plan de Carlos III para la reforma del Salón del Prado. Fruto de esta etapa ilustrada fueron el Real Observatorio y el Real Gabinete de Ciencias Naturales. Este último nunca llegaría a utilizarse con esa finalidad, al quedar inacabado, y con el tiempo pasaría a albergar una de las colecciones de arte más importantes a nivel mundial: el Museo Nacional del Prado. Juan de Villanueva (1739-1811) sería el encargado de dejar la impronta de su magisterio arquitectónico en todos los edificios de estas instituciones.

Pero la historia de estos lugares está también unida a las personas que los habitan y que desarrollan su actividad laboral en ellos. Así que recorramos el alma de esta institución científica de la mano de sus trabajadores. Esteban Manrique, el director del Real Jardín Botánico, destaca que “es un lugar ideal para trabajar”. “La capacidad de resiliencia es lo más importante de este jardín, y es lo que lo hace tan especial. Ello va unido a la gran capacidad y profesionalidad de todas las personas que han hecho posible que llegara hasta aquí, en tan buenas condiciones. Ni las guerras ni las inclemencias del tiempo han podido con él”, recalca convencido.

Una de las jardineras encargadas del mantenimiento de las plantaciones es Yolanda Fernández, quien trabaja en el jardín desde que tenía 18 años. Eso ocurrió en 1987, y desde entonces Yolanda está “absolutamente enamorada” de este lugar. Esa pasión se nota viendo su labor: “Pongo todo el empeño del mundo en cada lugar donde trabajo. Es un honor, un orgullo y un placer trabajar en el jardín”, y añade: “Me encanta cuando se para el tiempo, cuando veo algo bello”. Su compañero a pie de tierra, Eustaquio Bote, es el jardinero encargado de cuidar la zona de la huerta y de los árboles frutales. Aclara que, generalmente, “no se compra ninguna planta”, sino que la crían a partir de la semilla. Para quien va al jardín con la intención de llenar la bolsa con alguna verdura, Bote recuerda: “Se trata de un huerto didáctico, para enseñar cómo son las plantas a quienes no las han visto antes. Hay personas que ven las calabazas y se creen que son melones”.

Por tanto, la parte didáctica es indispensable. Susana Aguilar, monitora de la Escuela Taller, destaca cómo su trabajo “aporta un granito de arena al ayudar a crear conciencia de respeto y cuidado del planeta”. Para ella, el jardín es “un espacio de paz en medio del estrés de una ciudad como Madrid”. Esta isla urbana es algo que mencionan prácticamente todas las personas que trabajan en el jardín. Para Clara Vignolo, técnica en Educación, lo que hace especial al jardín es el paisaje: “No solo el paisaje visual, sino también el que se aprecia a través de otros sentidos: el oído, al escuchar las aves, el tacto, el olor…”. Precisamente, Vignolo destaca que la huerta es lo que más frecuenta, quizás por ese viaje sensorial al que transportan las verduras y los frutales.

Yolanda Fernández rodeada de las plantas que cuida.Eduardo Barba

El impacto también se produce al ver unos seres vivos tan delicados y arquitectónicos como los bonsáis. En la Terraza de los Laureles se pueden encontrar docenas de estos árboles y arbustos en miniatura. Álex Gómez es quien los cuida delicadamente, como se comprueba en su libro Momentum. A Gómez no le importa realizar 140 kilómetros diarios para desarrollar felizmente su trabajo en el jardín, que es un espacio diferente cada día del año: “Cuando paseo por él siento bienestar y frescura”.

Jesús García-Rodrigo, comunicador y divulgador científico, puntualiza que en el jardín trabajan unas 130 personas en los diferentes departamentos y unidades. Coincide con Clara Vignolo en la capacidad de este lugar para exaltar lo mejor de nosotros: “Cuando paseas por sus caminos, te abstraes por completo de la realidad, te olvidas por un instante de cualquier problema o contrariedad. Un lugar que pone a prueba los cinco sentidos”. A MariPaz Martín, vicedirectora de jardinería y arbolado, le encanta observar el Botánico desde la atalaya de la zona de los bonsáis y ver las copas de los árboles: “Te sientes en un lugar muy relajado”. Esa relajación es la que nos trae el otoño, pero Marisa Esteban, responsable de Comunicación web y Redes sociales, asegura que cualquier momento del año es bueno para visitar el jardín: “Me gusta el invierno porque destaca con rotundidad la arquitectura de los árboles. La primavera, que enamora con su canción de notas verdes, fresquísimas; en el verano, son las sombras de los grandes árboles. El otoño es arrebatadoramente bello”.

Clara Vignolo saliendo del Áula Didáctica del jardín.

No todo en el jardín crece bajo el sol. También hay una parte imprescindible que se desarrolla en los interiores. Pablo Vargas, profesor de investigación, realiza parte de su labor frente al ordenador o entre libros: “Aunque recorro todos los días el jardín”. Vargas tiene sitios predilectos como la estufa de Graells, un maravilloso invernadero decimonónico. En esta institución, una de las mejores del mundo, en sus propias palabras: “Se tiene una sensación de libertad recorriendo un vergel de biodiversidad, a pesar de ser un sitio tan reducido como un oasis en mitad de la ciudad”.

En eso coincide también Fran Aparicio, técnico de Herbario, que adora el magnolio (Magnolia x loebneri) de la entrada y su olor cuando florece, y para quien el jardín es una reserva dentro de Madrid. Alberto Herrero, asimismo técnico de Herbario, el lugar donde se custodian más de un millón de ejemplares de plantas desecadas para su estudio, tiene claro qué lugar prefiere dentro de esta reserva: “Hay un lugar especialmente tranquilo y relajante: la glorieta de los Jardines por la Paz. Es un placer sentarse en uno de sus bancos de madera, sobre todo en primavera, cuando el suave aroma de las flores de los tilos inunda toda la glorieta”. Para Félix Alonso, jefe de la Unidad de Biblioteca e impulsor del ciclo El Jardín Escrito, hay un lugar favorito. Bueno, muchos, en realidad: “Voy a quedarme con los bancos de piedra. ¿Cómo podríamos admirar la belleza del jardín sin estos maravillosos bancos? ¿O qué puede haber mejor que, además de contemplar el jardín, leer en uno de sus bancos?”

Alberto Herrero en su lugar preferido del Jardín BotánicoEduardo Barba

Con este reposo contagioso, con todos estos testimonios de quienes conservan el legado botánico de los siglos pasados, tan solo entran ganas de regresar al jardín. Aunque solo sea por caer en el embeleso de la espectacular otoñada del olmo del Cáucaso (Zelkova carpinifolia), el árbol favorito de muchas de estas personas que florecen en el Real Jardín Botánico.

El Estanque de Linneo y el Pabellón Villanueva del Real Jardín Botánico.ANTONELLO_DELLANOTTE

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