El exilio venezolano en Madrid que reorganiza sus Navidades por la suspensión de los vuelos: “Estos viajes no son sencillos de planificar”
Las aerolíneas comunican que los procesos de reclamación pueden durar durante meses y que deben elegir entre solicitar el reembolso o aceptar un billete para fechas posteriores
Andreína Crepsac, de 29 años, llevaba semanas contando los días. Había comprado el billete a principios de octubre: salida el 17 de diciembre, regreso el 7 de enero. No era un viaje más. Desde que llegó a Madrid hace casi seis años, solo ha vuelto una vez a Venezuela...
Andreína Crepsac, de 29 años, llevaba semanas contando los días. Había comprado el billete a principios de octubre: salida el 17 de diciembre, regreso el 7 de enero. No era un viaje más. Desde que llegó a Madrid hace casi seis años, solo ha vuelto una vez a Venezuela en Navidad. Esta sería la segunda, y tenía un significado especial: por primera vez en años, toda su familia iba a reunirse. Sus padres viajarían desde Venezuela, su hermano —que ha sido padre recientemente— desde México, y también se sumarían familiares de su cuñada, dispersos por otros países. “Era un esfuerzo colectivo”, cuenta. Pero nadie podrá volar.
La cancelación y reducción de vuelos entre España y Venezuela se aceleró a finales de noviembre tras una cadena de advertencias y decisiones que dejaron la ruta suspendida en plena temporada alta. La Administración Federal de Aviación de EE UU (FAA, por sus siglas en inglés) emitió un comunicado en el que alertaba sobre el deterioro de las condiciones en el espacio aéreo venezolano, recomendando extremar precauciones ante los riesgos para la aviación civil. A raíz de esto, varias aerolíneas internacionales suspendieron o redujeron sus operaciones. En España, la recomendación trasladada a los operadores terminó por reforzar la decisión de paralizar la ruta. Iberia amplió la suspensión de sus vuelos a Caracas al menos hasta el 31 de diciembre. Air Europa dejó de operar la conexión y Plus Ultra también quedó fuera del esquema operativo. Hasta entonces, Madrid y Caracas estaban conectadas con vuelos directos diarios: al menos 36 frecuencias semanales que desaparecieron de un día para otro.
A estas alturas, ninguno de los afectados ha recibido todavía la devolución del dinero. Las aerolíneas les han comunicado que los procesos de reclamación podían alargarse durante meses y que deben elegir entre solicitar el reembolso o aceptar un billete para fechas posteriores, previsiblemente a partir del 31 de diciembre, cuando en teoría finaliza la restricción. Para muchos, esa opción ha llegado tarde. Algunos dan el dinero por perdido y otros han optado por comprar nuevos billetes con destino a Colombia y continuar desde allí por carretera hasta Venezuela.
Según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), la diáspora venezolana es una de las más numerosas en España, con más de 400.000 personas residentes a comienzos de 2025. En Madrid —ciudad que concentra gran parte de esa comunidad—, las estimaciones superan los 200.000 venezolanos empadronados, consolidando a la región como uno de los principales destinos del exilio.
Crepsac vive en Arganzuela (Madrid) y trabaja en marketing gastronómico. Hace teatro y música como afición y describe su vida en Madrid como “muy promedio”: trabajo estable, poco margen de ahorro y una rutina ajustada entre ejercicio y amigos cuando el tiempo lo permite. Para ese viaje, había acumulado todas sus vacaciones del año y había pedido incluso algunos días extra para cuadrar el itinerario. Su familia la ayudó a pagar el billete. Cuando asumió que no sería posible viajar, ya no era viable reprogramar nada. Calcula que el impacto económico para ella ronda entre 1.500 y 1.600 euros. “Estos viajes no son sencillos de planificar, ni económica ni emocionalmente”, dice. “Nos esforzamos mucho como familia para poder hacer este reencuentro”.
Llevaba semanas viendo cómo la situación se complicaba. Aunque su familia viajaba con otras aerolíneas, las noticias les obligaron a mentalizarse —“con mucho pesar”— de que probablemente habría que cancelar. En Europa, muchos conocidos intentaron salvar sus viajes pagando rutas más largas o buscando alternativas. A ella también le ofrecieron una opción, pero implicaba un coste mayor. No podía permitírselo. “Desde que supe que no iba a ser posible, he estado apática”, reconoce. No sabe cuándo será la próxima vez que podrá ver a su familia, ni si lograrán coincidir todos como habían planeado.
Al otro lado de Madrid, Mare Pimentel vive otra versión del mismo bloqueo. Tiene 40 años, es consultora y fundadora de Hyggelink —una empresa de transformación digital— y reside en Madrid con su marido y su hija Sofía, de tres años, nacida en España. Salió de Venezuela en 2016, pasó por Tenerife, luego por Irlanda y finalmente volvió a Madrid buscando un entorno más cercano culturalmente para criar a su hija. Llevan tres años en la ciudad.
“Con mucho esfuerzo, he logrado una estabilidad profesional”, cuenta. “Pero esa estabilidad no llena el vacío de la distancia familiar. Cada logro viene con un “quisiera que mi mamá estuviera aquí para verlo”. Este año, por primera vez, habían planeado unas Navidades al revés: no viajar ellas, sino traer a su madre, a su hermana y a una sobrina de cinco años a la que aún no conoce en persona. “Afortunadamente, no habíamos comprado los billetes cuando comenzaron las cancelaciones masivas, pero tuvimos que aparcar todo el plan”, explica.
En su caso, el golpe no se mide por un billete perdido, sino por una parálisis que afecta incluso a otros trámites. Su marido, que sí planeaba viajar a Venezuela, solicitó la renovación de su pasaporte hace más de dos meses. Pagó cerca de 300 euros y aún no ha llegado. “Con la suspensión de vuelos, asumimos que las valijas diplomáticas con los pasaportes también están afectadas. Estamos en un limbo: sin pasaporte y sin certeza de si podrá viajar”, dice.
Pimentel lo describe como un “caos silencioso”: “Pagaste, cumpliste los requisitos y ahora solo queda esperar, sin fechas ni información clara”. Cuando intentaron buscar vuelos para su familia, encontraron lo mismo: rutas que desaparecen de las páginas web y respuestas inconcretas. “No hay unas disculpas oficiales, solo silencio y frases con las que nos dicen aquello de que están evaluando la situación”.
El coste más alto no aparece en los recibos. “Mi hija tiene tres años y no conoce a sus abuelos ni a sus tíos. Celebramos cumpleaños por videollamada”, cuenta. También ha normalizado decisiones que antes serían impensables: “Trabajo durante las fiestas porque, total, no voy a estar con mi familia”. Lo llama resignación: “No debería ser normal, pero se ha vuelto nuestra realidad”.
Su historia refleja una vida fragmentada. Una de sus hermanas regresó a Venezuela desde Chile “porque allá no encontró hogar”, y ahora vive en un país “cada vez más complicado” con sus tres hijos. Pimentel, desde Madrid, convive con la impotencia de ver crecer a sus sobrinos y ver envejecer a sus padres desde lejos.
Ese malestar viene acompañado de un cálculo de riesgo constante. “Hay miedo. Si algo sale mal, no solo perdemos unas vacaciones: podríamos perder todo lo que hemos construido en ocho años”, dice. Su esposo tiene nacionalidad española y su hija nació en España. “No podemos ir sin poner en juego nuestra estabilidad, pero tampoco podemos traerlos si las rutas se cancelan de un día para otro”.
Mientras unos planes se frustran antes de empezar, otros se quedan bloqueados con el billete ya pagado. En Barajas, algunos viven la espera en carne propia. Samuel Urbina, de 28 años, músico, escritor e investigador, intentaba viajar desde Madrid cuando todo empezó a fallar. El 18 de noviembre estaba en el aeropuerto y ya se notaban retrasos. Iberia le reprogramó el vuelo para el 24. Dos días antes, el 22 —día de su cumpleaños—, supo que los vuelos se habían suspendido. Las líneas de atención estaban colapsadas. Lo atendieron el mismo día 24, pero sin información clara.
A partir de ahí, todo fue cuesta abajo. Sus maletas volaron sin él y se quedó solo con un bolso de mano. Calcula que perdió más de 2.000 euros en gastos: tuvo que endeudarse para pagar alojamiento, comida, transporte y ropa de invierno. “Lo más duro fue la incertidumbre. No saber qué iba a pasar ni cuánto iba a durar esto”.
Finalmente, Iberia lo reubicó en una ruta alternativa: vuelo a Bogotá, de allí a Cúcuta, cruzar la frontera a pie, y luego volar desde San Antonio hasta Caracas. Un recorrido largo y tedioso que, en su caso, permitirá el reencuentro. “Dentro de todo, soy afortunado. Sé de gente que duerme en el aeropuerto, con sus maletas en el suelo frío”, dice. “Me duele que muchos hermanos y hermanas no puedan pasar estas fiestas con los suyos”.
Serán unas Navidades atravesadas por la ruptura de una ruta que sostenía el vínculo entre dos mundos. Con 36 vuelos semanales desaparecidos, no hay espacio para recolocar a todos, ni dinero para pagar alternativas, ni fuerzas para volver a planificar. Los que se quedan en Madrid harán lo que han aprendido a hacer: sostener la tradición lejos de casa. Crepsac probablemente pasará las fiestas con su mejor amiga, también venezolana. Harán pan de jamón juntas y prepararán su ensalada de gallina: “La uso de trueque con quien me dé pernil”, bromea. También cantarán villancicos.
En casa de Pimentel celebrarán el nacimiento del Niño Jesús con cena tradicional, los niños recibirán a Papá Noel, escribirán la carta al Espíritu de la Navidad, y —“más que nunca este año”— pedirán libertad para Venezuela. El 31 comerán las 12 uvas y escenificarán salir con una maleta para atraer viajes. “La ironía no se me escapa: simulamos viajar cuando lo que más queremos es poder hacerlo”, comenta.
Lo que más les duele, coinciden, no es solo el día señalado, sino que lo cotidiano se les quede al otro lado: abrazar a una madre, conocer a una sobrina, ver a los padres envejecer. “Me duele que Sofía celebre sus primeros años sin saber de dónde viene su mamá”, dice Pimentel. “Que viva las tradiciones venezolanas como algo exótico”. Crepsac lo resume en una frase: “Me duele no poder volver”. El exilio venezolano en Madrid brindará con hallacas, pan de jamón y videollamadas que, por unos días más, seguirán uniendo dos mundos separados por un cielo sin aviones.