El negocio de las palabras

Estas palabras que escribo, que no valen nada y que ya no me pertenecen, poseen una particularidad y es que “precariedad” siempre va con “repartidor” o “trabajadora doméstica” pero casi nunca o nunca con “periodismo”

FERNANDO HERNÁNDEZ

Estas palabras que escribo no valen nada. Y no estoy siendo metafórica, sino que hablo en el más puro sentido económico: no valen nada, porque no cuestan nada. En algún momento estas palabras valieron algo, porque alguien me las enseñó e igual, o no, cobró por ello. Supongo que hay algunas que tienen más valor que otras porque mis padres me grabaron cuando dije, por primera vez, “ajo” pero no cuando empecé a pronunciar otras más sonoras y grandilocuentes como “pepino”, “...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Estas palabras que escribo no valen nada. Y no estoy siendo metafórica, sino que hablo en el más puro sentido económico: no valen nada, porque no cuestan nada. En algún momento estas palabras valieron algo, porque alguien me las enseñó e igual, o no, cobró por ello. Supongo que hay algunas que tienen más valor que otras porque mis padres me grabaron cuando dije, por primera vez, “ajo” pero no cuando empecé a pronunciar otras más sonoras y grandilocuentes como “pepino”, “licnobio” o “Ibex-35″. Tendrían que haberlas oído, fue un espectáculo.

Hay palabras que me las enseñaron en la guardería, en el instituto o la universidad. Hay palabras que aprendí con películas, teatro y libros. Hay palabras que las escribo y pienso “puarj”: “mi cielito”, ¡puarj! Hay palabras que se mueven en el mercado negro porque, al no aparecer en la RAE, cada vez que mi madre dice “recucar”, nos sonreímos como si estuviéramos cometiendo una ilegalidad por practicar el arte del trapicheo lingüístico. Estas mismas palabras que escribo valen lo mismo, nada, si las cambiase por otras: si pusiera “Navidad” en vez de “trapicheo”, si escribiera “familia” en vez de “Ibex-35″. Estas mismas palabras las está susurrando tal vez alguien, al oído de algún otro, en la oscuridad de un despacho.

El escritor Ricardo Piglia decía en La literatura argentina después de Borges que “podemos usar todas las palabras como si fueran nuestras, hacerles decir lo que queremos decir, a condición de saber que otros en ese mismo momento las están usando quizá del mismo modo” y añadía un apunte bien bonito: “A nadie, salvo en un caso muy específico y muy inocente de esquizofrenia, se le ocurre pensar que las palabras pasan a ser suyas después de haberlas usado”. Lo raro es que esta característica de no-valor y no-propiedad que poseen las palabras, de repente, se convierten en una moneda de cambio cuando pasan a dominios de una empresa editorial o periodística, por ejemplo.

Estas palabras que escribo, que no valen nada y que ya no me pertenecen, poseen una particularidad en su uso y distribución y es que a veces se asocian entre ellas de manera cariñosa e indivisible de forma que “platónico” siempre va escrita con “amor” y nunca con “muerte”, y “precariedad” siempre va con “hostelería”, “repartidor” o “trabajadora doméstica” pero casi nunca o nunca con “periodismo”. Supongo que, porque uno teme –y ahora mismo, temo- que, al escribir “precariedad periodística” así, todo junto, alguien decida prescindir de estas palabras para siempre.

Hace unos días dos compañeros fueron despedidos de su trabajo, hace un mes varios compañeros se iban a casa a las 2 de la madrugada después de pasar horas en el Congreso, hace 7 años que Remedios Zafra publicó El Entusiasmo, hace décadas que ser freelance no sale rentable. Hoy me habría gustado que estas palabras estuvieran dedicadas a algo más festivo y menos polémico. Pero como estas palabras no me pagan el piso en Madrid (donde hay más trabajo de periodismo, pero no pisos para vivir del periodismo), ellas solas han practicado un golpe de estado, han borrado el texto primigenio que trataba sobre un reno y un criptobro navideño y han decidido escribirse sin mí. Están locas. Así que, por seguridad, les pido que las hagan sonar diferente en su cabeza: que, si leen “condiciones laborales y salarios dignos en el periodismo”, piensen en: “Feliz Navidad y próspero año nuevo” o en “mientras escriba y hable / voy a tener que fingir / que alguien / está estrechando mi mano” que dijo Clarice Lispector.


Sobre la firma

Más información

Archivado En