El activismo de comprar un tomate en el barrio de Salamanca de Madrid

Una protesta octogenaria y silenciosa mantiene con vida el mercado de Torrijos, a unos pasos de la esquina más cara de España

Pasillos vacíos del mercado de Torrijos, con la frutería Villarrubia al fondo, el pasado mes de diciembre.Olmo Calvo

Hay una esquina de Madrid donde a los vecinos les cae tan mal Podemos como Mercadona. Un lugar donde repudian de la misma forma a Pablo Iglesias que a Juan Roig. Se trata del corazón del distrito de Salamanca, en el cruce de las calles Hermosilla con Díaz Porlier, donde resisten los 10 últimos comerciantes del mercado de Torrijos que se niegan a vender sus tiendas ...

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Hay una esquina de Madrid donde a los vecinos les cae tan mal Podemos como Mercadona. Un lugar donde repudian de la misma forma a Pablo Iglesias que a Juan Roig. Se trata del corazón del distrito de Salamanca, en el cruce de las calles Hermosilla con Díaz Porlier, donde resisten los 10 últimos comerciantes del mercado de Torrijos que se niegan a vender sus tiendas a un fondo de inversión dedicado a la explotación de grandes superficies.

El pasado jueves, cientos de pequeños comercios, agrupados en asociaciones de mercados, fruterías o las tiendas del Metro, se sumaron a la causa con su firma y exigieron nuevamente la mediación del Ayuntamiento de Madrid para intentar frenar el cierre de un mercado con casi 100 años de antigüedad.

Pero, mientras los comerciantes luchan contra la puntilla final, los viejos clientes y vecinos de un barrio poco acostumbrado a protestar, sostienen con sus compras a quienes resisten. Clientes como María, que se lleva 250 gramos de bacalao, reconoce que, aunque tiene que caminar más, prefiere comprar en Torrijos. Andrea, que se lleva dos kilos de naranjas y una piña, pero en realidad ha venido a saludar al frutero, o Doña Isabel, que señala el brócoli moviendo en el aire el bastón como si fuera un mosquetero, que dice que el producto del mercado es más fresco que el del supermercado.

“Todos los que venimos a Torrijos conocemos la situación que están viviendo, pero prefiero caminar unas calles más y comprarles a ellos que dar dinero a una cadena de supermercados”, dice María Arriaga, una “vecina de toda la vida” del distrito de Salamanca.

Representantes comerciales del mercado de Torrijos, durante una rueda de prensa del jueves.jacobo garcía

Junto a ella, otra elegante señora que supera los 70 años apuesta por subir el tono de la revuelta vecinal. “La próxima protesta debe hacerse en la calle”, dice agitando la mano, con tanta preocupación por mantener las pulseras en su lugar como por recordarle al pollero que no se le olvide separar los huesos para un caldo y los muslos para un guiso. “¡Ah! Y me sacas también un filete para comer mañana y el resto para congelar. Es que estoy sola estos días porque la niña no viene hasta la semana que viene porque está en Alicante y ayer me llamó…”, detalla durante 10 minutos al hombre de mandil que solo dijo: “¿Cómo lo quiere?”.

Precisamente eso, que el pollero la mime es lo que más le gusta de este lugar. “La gente joven prefiere comprar bandejas de pollo en el Ahorramás”, lamenta. “Ahí en la calle Ayala con Montesa”, dice subiendo el mentón, “hay un Mercadona inmenso, que tiene de todo, pero yo ni lo piso”.

Antes de entrar, varios carteles advierten a los clientes que el mercado de Torrijos vive una situación límite y que está al borde del cierre. Desde entonces, cada tomate vendido es un gesto de activismo con el que se sostienen las familias que siguen abiertas.

“Este barrio es militante de la nada y no es el más adecuado para reivindicar”, lamenta Arriaga sobre sus vecinos. “Bueno, como en todo el mundo, pero comprar aquí lo mantiene vivo. La gente que venimos lo hacemos con conciencia”, y pone el ejemplo de las Madres de la Plaza de Mayo de Buenos Aires, “¿Por qué lograron visibilidad? Porque iban todos los días”.

La última vez que los periódicos recogieron una protesta en el distrito de Salamanca fue en mayo de 2020. Durante siete días, cientos de personas se reunieron en la calle Núñez de Balboa para pedir “libertad” y la dimisión de Pedro Sánchez en lo más duro de la pandemia. Después terminó el encierro y la gente volvió a la libertad. Pero en su nueva normalidad, los vecinos de Hermosilla y Díaz Porlier ahora vive a pocas calles de la esquina más cara de España, Ayala 99, donde el metro cuadrado roza los 12.000 euros, y gran parte del mercado de Torrijos nunca volvió a levantar la cortina metálica. 40 de los 50 comerciantes vendieron su parte durante el encierro a la empresa Numulae, propiedad de Fe Seguros, dedicada a explotar centros comerciales en el país.

Dos fruterías, dos carnicerías, un puesto de jamón, un bar de menú del día, un ultramarinos, una tienda de arreglos textiles y una peluquería son la aldea de Astérix que resiste antes de convertirse en un recinto de comidas finas, ropa de marca y tabernas de autor en manos de una compañía de seguros.

Fachada del mercado, en la calle del General Díaz Porlier. Olmo Calvo

La sorpresiva resistencia vecinal no airea banderas españolas, no grita libertad y no pide la dimisión de nadie, pero la octogenaria clientela utiliza frases que parecen salidas de un manual de la ultraizquierda: “No queremos más cadenas de supermercados”, “hay que defender las tiendas de toda la vida”, “no queremos nuevos pisos” o “fuera Mercadona”. Carlos Gorozarri, un ingeniero de caminos jubilado, llega con una larga lista de la compra. “Sabemos lo que sucede y, los que venimos, lo hacemos para apoyar la lucha”, dice con tono suave junto al puesto de frutas.

La protesta aquí son como casi todas las cosas en el distrito de Salamanca: sutiles. No llega la policía, no hay grandes pancartas ni nadie anuncia el apocalipsis del capitalismo con un megáfono en la puerta, pero el activismo más básico “está salvando a quienes siguen aquí”, dice el carnicero David López.

A donde sí llegó la policía estos días fue a unas calles más arriba de Torrijos. Este viernes, por fin, los agentes lograron detener a los ladrones de tres elegantes vinaterías asaltadas en pocos meses. Los ladrones se llevaron solo nueve botellas, pero escondieron entre la ropa tintos de 6.700 euros o un Petrus de 5.600 hasta llegar a los 25.000 euros. El activismo en el distrito Salamanca no está reñido con un buen vino.

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