Incunables y Quijotes bajo el agua en el centro de Madrid

La rotura de una caldera en 2021 obligó al cierre de la librería Bardón, una de las más antiguas de España, mientras ejemplares únicos se deterioran por el moho y la humedad ante la indiferencia del Ayuntamiento y la aseguradora AXA, dueña del local

Alicia Bardón, el viernes en una de las salas de la librería Bardón, en la plaza de San Martín de Madrid, apuntalada tras una fuga de agua que causó graves daños al inmueble.Jaime Villanueva

Una edición de El Quijote de 1736 flota en un pestilente charco de agua. Junto a él, un ejemplar de 1720 del Decamerón de Bocaccio, con las tapas de piel, también chorrea. Y dos charcos más adelante, mojados por el agua de la caldera rota de la vecina del 1º C se ahogan otro Quijote, este de 1780, la primera edición en castellano de La Divina Comedia ilustrada por Doré o un tratado de Cristóbal Rojas de 1598 sobre arquitectura militar, una obra fundamental en la defens...

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Una edición de El Quijote de 1736 flota en un pestilente charco de agua. Junto a él, un ejemplar de 1720 del Decamerón de Bocaccio, con las tapas de piel, también chorrea. Y dos charcos más adelante, mojados por el agua de la caldera rota de la vecina del 1º C se ahogan otro Quijote, este de 1780, la primera edición en castellano de La Divina Comedia ilustrada por Doré o un tratado de Cristóbal Rojas de 1598 sobre arquitectura militar, una obra fundamental en la defensa de Cádiz o de las plazas en la Nueva España.

La mañana del 29 de octubre de 2021, uno de esos días que la lava avanzaba por La Palma arrasando con todo, una caldera de 150 litros de agua se rompía en casa de una estudiante en el número 3 de la plaza San Martín, en el centro de Madrid, sobre el techo de la librería Bardón. La inundación de una de las librerías más antiguas de España, única en su género con un catálogo de 50.000 ejemplares que van desde incunables hasta ejemplares del siglo XIX, ni siquiera fue noticia a pesar de que dañó mapas, cartas y relatos de hechos de los viajes más tempranos de Colón, Cortés o Pizarro por América.

Aquella mañana de octubre, un grupo de bomberos evacuó durante horas el agua mientras se pasaban de mano en mano un Lazarillo de Tormes de 1587, un ejemplar de El viaje del Parnaso de 1614 o una edición sobre la llegada a Amberes del hermano de Felipe IV con dibujos de Rubens. Entre aquellos bomberos, Belén Bardón, conectada con su hermana Alicia por teléfono, lloraba apilando los libros empapados que le iban pasando. La caldera rota era una tragedia que llegaba hasta el ADN de un país.

Incluida en los resúmenes habituales de las revistas Time Out o National Geographic sobre las mejores y más bonitas librerías del mundo, el local ha pasado por tres generaciones desde que abrió sus puertas en 1947 a un costado de las Descalzas Reales. Desde su fundador Luis Bardón hasta sus nietas, Alicia y Belén, el apellido Bardón se ha convertido en una referencia en el mundo del libro desde los tiempos en que Dámaso Alonso, Enrique Tierno Galván o Camilo José Cela paseaban curioseando entre las estanterías.

Ejemplar dañado por el agua del tratado de simbología cromática de Ludovico Dolce, encuadernado en pergamino con grabado xilográfico en la portadalibrería Bardón

Sin embargo, desde hace 17 meses, nuestra parisina Shakespeare&Co o la versión modesta de la Lello de Oporto está cerrada al público y hasta el último perito que evaluó los daños recorrió con miedo al local por temor a un hundimiento. Las tres principales habitaciones, tres maravillas forradas de madera, cuero y pergaminos sobre moqueta roja, son hoy estancias agrietadas y apuntaladas con las vigas al aire, donde la espectacular alfombra ha quedado reducida a retales enmohecidos. Tampoco queda nada de la mesa de madera donde el viejo librero Luis Bardón enseñaba con mimo sus mejores ejemplares a escritores y coleccionistas de todo el mundo llegados desde México o Nueva York. Desde octubre de 2021 los Bardón han seguido pagando durante 14 meses el alquiler del local mientras dejaban de llegar los clientes. “Estamos desesperadas, hemos dilapidado los ahorros pagando puntualmente el alquiler de un local en el que llevamos 75 años y en el que no podemos trabajar”, dice desolada Alicia Bardón apoyada en un mostrador al que ya no llega nadie. Hace tres meses, cuando venció el contrato con AXA y a la familia Bardón se le terminó el dinero y la paciencia, dejaron de pagar después de 75 años.

Mientras los libros se mueren en un sótano, el asunto ha entrado en una maraña de dejadez institucional y privada, al que asiste atónito el sector al ver cómo se evapora un pedazo de la historia tangible de España. Ni Amazon ni Wallapop son el camino para una librería que hasta ahora se dedicaba a vender las Epístolas familiares de Cicerón de 1480, el ‘Peregrinatio in terram sanctam’ de 1486 con mapas de Roma o Palestina o la primera edición en español de las obras de Séneca.

Belén Bardón en una de las salas de la Librería Bardón. Jaime Villanueva

El dueño del local, y de todo el edificio, es la división inmobiliaria de la aseguradora AXA, AXA Real Estate, que se ha desentendido del asunto. La compañía alega que no puede acometer las reformas necesarias porque no tiene el permiso de obra del Ayuntamiento. En un correo enviado a este periódico, AXA Real Estate señaló que “el inmueble es objeto de protección urbanística, por lo que se solicitó el imprescindible permiso de obra a la Comisión de Patrimonio del Ayuntamiento de Madrid en octubre de 2022″. La compañía sostiene que el 80% del local está operativo y reconoce que solicitó el permiso de obra hace cinco meses, a pesar de que el siniestro se produjo hace 17.

La casualidad hizo que la propietaria del edificio, AXA, fuera la misma compañía con la que la librería había suscrito la póliza de seguros, pero lo que parecía una ventaja ha terminado siendo un calvario. “La seguridad de la librería está garantizada sin ningún riesgo para las personas”, dijo AXA sobre un lugar que se parece más a una mina de carbón que a una librería digna de National Geographic. Donde antes olia a papel noble, pergaminos y piel de lomo dorado, hoy huele a sótano y moho.

Por su parte, en el Ayuntamiento ni siquiera tienen constancia de que se haya cursado el permiso de obra, confirmó un funcionario del registro. La oficina municipal respondió a este periódico que al ser “un asunto entre particulares, la librería y el propietario del edificio (AXA), el Ayuntamiento de Madrid no interviene”, contestó en un correo electrónico. Para el Ayuntamiento, el regreso por todo lo alto de la Feria de Toros de San Isidro es una victoria cultural para Madrid, pero que la Librería Bardón se ahogue “es un asunto entre particulares”.

Sala de la librería Bardón antes y después de la inundación Librería Bardón / Jaime villanueva

Hasta la inundación, la relación de esta familia con los libros siempre fue extraña. El fundador Luis Bardón, su hijo Luis Bardón Mesa y sus nietas, Alicia y Belén, que están hoy al frente de la librería, manejan con peculiaridad un negocio a medio camino entre la supervivencia y el amor al papel. Deshacerse de una primera edición de Alicia en el país de las maravillas o de los primeros mapas de la Nueva España es un disgusto que la familia vivía como si se tratara de una ruptura amorosa. La punzada de ahora, al ver cómo se mueren los libros, se parece más a enviudar.

Mientras el centro de Madrid se llena de tiendas que venden imanes de paellas, camisetas de fútbol y peinetas chinas, y las cadenas se expanden como la lava en la isla de La Palma, la apuntalada librería resiste en un mundo que se extingue en la misma esquina “donde Quevedo hirió un Jueves Santo de 1611 al hombre que ofendió a una dama”, recuerda la placa. El día que Bardón tire la toalla, escribió hace algunos años Arturo Pérez Reverte, “el mundo tendrá lo que desea y merece: libros de plástico para acabar en un tiempo sin libros. Y después que el diablo nos lleve a todos”.

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