Cómo sobrevivir siendo joven en Madrid, la capital de las viviendas inasequibles y los trabajos precarios
Cinco veinteañeros relatan cómo soportan penurias para progresar en la ciudad tras la pandemia. “No hay estación de metro en la que no haya llorado”, dice una de ellas
Más del 84% de los jóvenes mayores de 18 años de la Comunidad de Madrid piensa que la falta de capacidad económica estable es el principal obstáculo para independizarse, según el estudio sobre el impacto socioeconómico de la covid en la población de la Consejería de Familia, Juventud y Política Social, publicado en julio. A esto se le suma la falta de trabajo o la dificultad de acceso a vivienda de alquiler, sin dejar de lado la pandemia, que ha hecho mella en sus expectativas. En 2019 un 48% se planteaba dejar de vivir con sus progenitores. Un año después este porcentaje descendió hasta el 32...
Más del 84% de los jóvenes mayores de 18 años de la Comunidad de Madrid piensa que la falta de capacidad económica estable es el principal obstáculo para independizarse, según el estudio sobre el impacto socioeconómico de la covid en la población de la Consejería de Familia, Juventud y Política Social, publicado en julio. A esto se le suma la falta de trabajo o la dificultad de acceso a vivienda de alquiler, sin dejar de lado la pandemia, que ha hecho mella en sus expectativas. En 2019 un 48% se planteaba dejar de vivir con sus progenitores. Un año después este porcentaje descendió hasta el 32,8%, “debido a la incertidumbre causada por la actual crisis”. Anna Sanmartín, socióloga de la Fundación FAD Juventud, explica el problema: “Hay mucha frustración y miedo por la imposibilidad de hacer planes a medio y largo plazo y una necesidad de estar siempre improvisando. En una gran ciudad hay un mercado laboral más dinámico, pero también hay otras dificultades, como unos precios bastante inasumibles”. Cinco jóvenes trabajadores cuentan cómo sobreviven en la capital:
Itziar Rebolé, de 26 años: “Era la primera vez que me iban a pagar”
Como todos los fines de semana, Itziar Rebolé, de 26 años, se prepara con agilidad a las siete de la tarde para servir comida hasta las dos de la madrugada en un bar de Malasaña. La joven, nacida en Pamplona, tenía claro que después de acabar la carrera de audiovisuales en Salamanca tendría que mudarse a la capital para forjarse un futuro como productora de cine: “Tienes que vivir en Madrid porque las oportunidades laborales están aquí. Se trata de conocer a gente y trabajar para ellos gratis”. Después de años sin cobrar, a Rebolé le ofrecieron un contrato de cuatro días en una grabación como auxiliar de producción: “Me vine pitando. No lo podía desperdiciar, era la primera vez que me iban a pagar por algo así”.
La joven compagina ahora su empleo como promotora de ventas en una empresa de publicidad con su jornada en el bar para poder mantenerse. “Tengo que empezar a buscar curro de lo mío, pero a la vez tengo que trabajar para poder pagar el piso”, cuenta la joven. Su sueldo le da para pagar el alquiler de 360 euros al mes de un piso compartido con dos personas en Arganzuela, al límite de la M-30 y sin amueblar, y la comida: “Me da para sobrevivir”. Para ella, vivir sin muebles es lo de menos “porque los encuentras de segunda mano o en la basura”, dice sonriente. En un mes, su rutina seguirá siendo frenética, ya que empezará un máster en el Instituto de Cine de Madrid, al que ha podido acceder gracias a una beca: “Aunque los másteres sean públicos cuestan 6.000 o 7.000 euros. Es una barbaridad”.
Pedro Jiménez, de 25 años: “La gente dura una semana porque no aguanta la ansiedad”
Pedro Jiménez, de 25 años, recorre acalorado las calles de la capital en busca de socios para una ONG. Cada mes debe reclutar a 18 nuevos afiliados: “Siempre tenemos esa incertidumbre y ese agobio encima. Es un trabajo que no te da para condiciones de vida dignas.... Justito para ir tirando”. Desde hace un año, soporta el calor en verano y el frío en invierno, todas las mañanas. El madrileño es captador de calle, un trabajo que, según él, “te salva del apuro, pero es bastante complicado y precario”. Jiménez cobra 900 euros al mes, un sueldo con el que no ve posibilidades de independizarse en la capital. Por eso, sigue viviendo con sus padres en Coslada. Desde ahí se traslada por toda la región, puesto que la ubicación de su trabajo cambia cada día. “La gente dura una semana porque no aguantan la ansiedad”, comenta resignado.
Aunque no es el trabajo de sus sueños, aguantará hasta que encuentre algo mejor. “La necesidad apremia. Con la edad que tengo, empezar a ser independiente y pagarme mis gastos es lo mínimo que debería hacer”, asume. Al finalizar su jornada, intenta encontrar un empleo de lo que estudió durante cuatro años: Periodismo. Pero, las condiciones de las ofertas no le convencen: “Piden directamente a becarios para hacer convenios con la universidad o te hacen contratos de autónomo, con los que no llegas a los 800 euros al mes”.
Lucía Linero, de 22 años: “Me ninguneaban para encubrir trabajo real a través de contratos de formación”
Lucía Linero, de 22 años, vive en un piso de menos de 60 metros cuadrados con sus padres en Usera. La joven estudió un doble grado de Sociología y Ciencias Políticas. Al acabar la carrera, hizo un postgrado especializado en gestión de políticas de igualdad. Aunque tenía clases por la mañana y por la tarde, sacaba tiempo para pasear y cuidar a mascotas para pagarse sus gastos. Pero su vida dio un vuelco al enfrentarse al mercado laboral: “Me ninguneaban para encubrir trabajo real a través de contratos de formación sin remunerar”. Con desencanto, decidió buscar otras opciones y sacarse el título de socorrista.
Sus primeras experiencias en empresas privadas en urbanizaciones no fueron buenas. Tardaba más de una hora y media de trayecto, su jornada laboral era de 48 horas semanales y no le pagaban las horas extra ni los festivos. “No se estaban cumpliendo ninguno de mis derechos, me estaban explotando… Era un quiero y no puedo”, resume indignada la joven, que decidió abandonar y buscar otro puesto con mejores condiciones. Ahora trabaja como socorrista de cuatro a ocho de la tarde en una piscina de una residencia de 50 menores tutelados en Pozuelo de Alarcón y cobra un sueldo que no llega a los 600 euros mensuales. “Entré ahí de milagro”, dice aliviada.
Alfonso López, de 25 años: “Dormir poco y tener poca vida social”
A Alfonso López, de 25 años, no se le caen los anillos para poder pagarse sus estudios, “como muchas personas que viven en Madrid, durmiendo poco y teniendo poca vida social”. Fue camarero en una discoteca, mozo de almacén y dependiente en una tienda de ropa para financiarse un grado superior de producción y un curso en diseño gráfico. Cada día se levanta para hacer las prácticas, sin remunerar, de diez de la mañana a seis de la tarde. Luego tiene media hora para llegar a un bar de copas en una de las zonas más conocidas de ocio nocturno de la capital, la calle de Ponzano, donde trabaja como encargado hasta el cierre del local, a las doce de la noche, “aunque los fines de semana siempre echas más horas”.
El joven vive en Carabanchel con sus padres, pero desde hace tiempo ronda por su cabeza el deseo de independizarse. Aunque cobra 1.100 euros al mes, asegura que no abandonará el hogar familiar hasta que encuentre una estabilidad laboral. “La hostelería es un trabajo un poco precario. Si va bien tengo trabajo, pero me puedo quedar sin él en cualquier momento”, explica tras recalcar su ambición de dedicarse al sector cinematográfico. Su principal obstáculo es la incertidumbre de poder afrontar los precios desorbitados de los alquileres: “No me quiero ir de casa con el miedo de no saber si voy a poder pagarlo”.
Cecilia Alonso, de 22 años: “Encontrar un piso habitable es casi imposible”
Hace cinco años que Cecilia Alonso (22 años, Ibiza) se mudó a Madrid para estudiar Filología Francesa. La joven terminó la carrera el año en el que estalló la pandemia. “Ese año fue muy triste. Creo que no hay estación de metro en la que no haya llorado”, recuerda afligida. Ahora tiene un trabajo de media jornada como mánager de grupos y eventos musicales: “Me da para pagarme la habitación, pero mis padres me tienen que ayudar con los gastos”. La ibicenca comparte un piso antiguo con cinco personas en el centro, sin calefacción central ni aire acondicionado: “En febrero una bombona de butano no llegaba a 12 euros y este miércoles nos costaba 19,60. Parece una chorrada, pero a veces es como para echarse a llorar”.
Este agosto abandonará su casa porque la familia propietaria del bloque ha vendido el edificio a una inmobiliaria y ya han pasado siete años de la firma del contrato. “Este mes ha sido una locura. Encontrar un piso en Madrid que sea habitable es casi imposible pagando 400 euros al mes por habitación”, se queja al ver las dificultades de convertirse en una adulta independiente en la capital, que “era lo que quería construir cuando llegué”.
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