Una noche acampados en el centro de salud de Villaverde: “Vamos a ver si es verdad que lo abren”
Un grupo de vecinos se queda en el aparcamiento del ambulatorio del barrio de Los Ángeles para protestar contra el cierre de las urgencias, sin actividad desde marzo de 2020
Todos los jueves desde hace un año, Paquita Rey (69 años) acude al centro de salud de Los Ángeles, en el barrio homónimo del distrito de Villaverde. Es una mujer mayor, como reconoce ella misma, pero sus visitas al número 1 de la calle de Totanés no tienen razones médicas. Lo hace para protestar junto a sus vecinos contra el cierre del Servicio de Urgencias de Atención Primaria (SUAP), que como el resto de centros lleva sin funcionar desde marzo de 2020, cuando se deri...
Todos los jueves desde hace un año, Paquita Rey (69 años) acude al centro de salud de Los Ángeles, en el barrio homónimo del distrito de Villaverde. Es una mujer mayor, como reconoce ella misma, pero sus visitas al número 1 de la calle de Totanés no tienen razones médicas. Lo hace para protestar junto a sus vecinos contra el cierre del Servicio de Urgencias de Atención Primaria (SUAP), que como el resto de centros lleva sin funcionar desde marzo de 2020, cuando se derivó al personal para apoyar en la lucha contra la pandemia del coronavirus. Sin embargo, la concentración de este jueves no acabó como todas las semanas, con la lectura de un comunicado: una veintena de vecinos decidieron quedarse y acampar toda la noche ante las puertas cerradas de las urgencias del centro de salud. “No entiendo la apatía ante la injusticia que estamos viviendo. Nunca nos dejaríamos quitar una casa. ¿Por qué permitimos que nos quiten la sanidad pública?”, pregunta indignada Paquita Rey.
A la luz de una bombona de butano, reunidos alrededor de una mesa y bajo la carpa blanca que montaron a toda prisa, este grupo de vecinos pasó la noche vigilando las puertas del centro de urgencia. “Vamos a ver si es verdad que lo abren, ya que tiene el coraje de decir que sigue funcionando”, bromea Ana García, que llega desde el barrio cercano de Villaverde Alto para apoyar la protesta. Se refiere a las palabras de la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, que durante una entrevista en la televisión pública madrileña negó que los SUAP sigan cerrados, a pesar de que incluso la web de la Comunidad avisa de ello.
Menos de 24 horas después, este núcleo duro de Villaverde decidió montar las tiendas de campaña y llenar el aparcamiento del centro de salud con pancartas en defensa de la sanidad pública. Llegaron más que preparados, con colchones hinchables, mantas y café para aguantar toda la noche. Ante la mirada incrédula de la repartidora que trajo las pizzas para la cena, discuten sobre los turnos que van a hacer para dormir y seguir vigilando la puerta, decididos a amanecer con la llegada de los primeros trabajadores del centro de salud.
Aunque llevan ya un año manifestándose ―en otros distritos, como en Carabanchel, cuentan casi dos― las palabras de la presidenta autonómica en Telemadrid han sido la gota que ha colmado el vaso. “Es increíble que nos mientan así a la cara. Es suficiente pasarse por las puertas de las urgencias para enterarse de que siguen igual después de dos años”, dice Luis López (58 años), del sindicato MATS (Movimiento Asambleario de Trabajadores de Sanidad). A día de hoy, se desconocen los planes de la Consejería de Sanidad para la reapertura de estos centros. Mientras, los servicios de urgencias de los hospitales están saturados por la creciente demanda de usuarios que acuden con dolencias leves.
“¡Mi hijo no puede respirar!”
En la entrada del centro de urgencias de Los Ángeles hay tres carteles colgados que avisan de su inactividad. En uno se puede leer la orden de la Comunidad, con fecha de 22 de marzo de 2020, que anunciaba el cierre de los SUAP para desviar el personal sanitario hacia los hospitales durante la pandemia.
796 días después, sigue habiendo gente que por la noche acude al centro de salud con la esperanza de recibir ayuda. José Luis Valdivielso (71 años) y Leonor Vieira (66 años) viven al otro lado de la calle. Todos los días desde el balcón de su casa ven llegar pacientes que entran en el aparcamiento, leen los carteles en la puerta y dejan desolados el centro de salud rumbo al hospital más cercano, donde finalmente podrán ser atendidos. Pasa también este jueves. Ivette Salvador (35 años) se acaba de enterar de que tendrá que llevar a su hijo, que está sufriendo un fuerte ataque de asma, al Doce de Octubre. “¿Qué significa que está cerrado? ¿Mi hijo no puede respirar!”, pregunta incrédula, tras haber conducido a toda prisa hasta el centro de salud de Los Ángeles, solamente para encontrarse con las urgencias sin funcionar. La escena se repite poco después con una pareja que busca un médico que pueda atender a la mujer por un dolor abdominal.
“Me da mucha rabia ver dónde hemos llegado. Nuestra sanidad pública era una de excelencia y la están reduciendo a nada. Me siento atracado”, afirma Valdivielso, mientras reparte mantas entre los vecinos para combatir el frío que envuelve la noche. Junto a López, todas las semanas lidera las concentraciones con el megáfono en mano. Tras un año de protestas, los vecinos ―en su mayoría, gente mayor y jubilada― se saben de memoria los refranes que gritan a pleno pulmón.
A las ocho de la mañana, las primeras personas que llegan a las puertas del centro de salud miran con sorpresa a los 10 manifestantes que aguantaron toda la noche en el lugar. “Hombre, cómo salen de las tiendas. ¡Parece que os ha despertado el olor de los churros!”, “Por favor, no me hacéis fotos que tengo una cara…”, se pitorrean. Mientras hay quien guarda el pijama en la mochila, otros organizan los turnos de guardia que van a hacer a lo largo del día para seguir con la protesta. No saben cuánto van a aguantar. A la euforia de la noche, le sigue la incertidumbre de si volverán alguna vez a ver las puertas de las urgencias abiertas. “Yo tengo todo el día. Y el siguiente, y el que viene después. De aquí no me mueve nadie”, sentencia Paquita, cómoda en sus deportivas, lista para echarse a correr en caso de que la situación se precipite.
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