El humo del puesto de sardinas sube desde la calle, pisos hacia arriba. Se introduce en los apartamentos e impregna las paredes del viejo Madrid. Son las fiestas de La Paloma, la ciudad no duerme entre bailes y grados de agosto. Dentro de su casa, escribe y escribe. Es esa urbe que envuelve a Rafael Chirbes en sus Diarios. Un universo de décadas sinceras que ahora nos estalla grac...
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El humo del puesto de sardinas sube desde la calle, pisos hacia arriba. Se introduce en los apartamentos e impregna las paredes del viejo Madrid. Son las fiestas de La Paloma, la ciudad no duerme entre bailes y grados de agosto. Dentro de su casa, escribe y escribe. Es esa urbe que envuelve a Rafael Chirbes en sus Diarios. Un universo de décadas sinceras que ahora nos estalla gracias a esa obra que nos devuelve su vida. Nuestra vida, la vida, esa vida.
El cosmos madrileño de Chirbes es el de las mañanas sin dormir en La Bobia, el de las noches desorientadas buscando el pecado y la redención en plena Gran Vía, el del dolor solitario y aterrador en el Hospital Clínico, el de las confidencias en El Atril, el que encoge el alma mientras suenan Los Chunguitos en una máquina tragaperras. Ay amor, me quedo contigo. Porque su Madrid también es el del sendero de pañuelos tirados entre arbustos en el parque del Retiro, el de los amantes que se confunden a la espera en los bares de Tirso de Molina, el de las llamadas ansiosas de un editor, el de las despedidas en los andenes de Atocha hacia el Mediterráneo. El del amor y el odio. En esos ratos perdidos confiesa: “Madrid ha levantado contenedores del poder, unos cuantos edificios grandes, y por lo general carentes de gracia, cuyos interiores guardan secretos y riquezas”. Insomnio y besos. Polvos y depresión.
Es esa misma ciudad que fue, es y será. Esa que pasaba por los ojos de Chirbes y que se enhebra con Quevedo, Galdós, Baroja, Martín Gaite, Hortelano, Cela, Aub y Valle Inclán. Y con Radio Futura y Fangoria. Esa misma villa que se adentra ya en este 2022, con sus heridas, traumas, esperanzas y planes. Con problemas que nunca se acaban de resolver o que cada día se agravan más. La ciudad de los neones, de los titulares, de los triunfos y de los oropeles, pero que también guarda bajo la almohada las cajas de ansiolíticos y busca tests de antígenos de estraperlo. Y que es además la gran capital española de la desigualdad, por la que deambulan perdedores que los buitres quieren esconder y aprovechar. Hay cosas que nunca cambian, o que muchos no quieren cambiar.
Esa ciudad que no logra escapar todavía de la pandemia pero que espera que, por fin, 2022 sea el inicio verdadero de esa travesía prometida. Y que, además de ese gran negocio en el que se ha convertido este trozo de tierra, retomemos esos sentimientos tan de siempre y tan de Madrid. Que esta dureza de la actual urbe y de sus instituciones sea otra vez cosquilleo en el estómago. Esa geografía humana que arañaba a Chirbes a cada minuto y en cada plaza, del mercado de La Cebada hasta El Rastro. Por doce meses en los que cada uno llenemos nuestros diarios. Sin la obligación de ser perfectos, con subidones y bajones, pero con las mismas ganas de comernos la vida. Feliz año a todos.
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