Cuando Charles Clifford positivó Madrid

El fotógrafo retrató al colodión húmedo la villa y corte isabelina con especial hincapié en los grandes proyectos de ingeniería y urbanización, como la construcción del Canal de Isabel II

Carrera de San Jerónimo y Palacio del Congreso (1853), Charles Clifford.Biblioteca Nacional de España

Un padre de la fotografía surcó el cielo a caballo. El galés Charles Clifford firmó en 1850, recién llegado a Madrid, un convenio con el empresario que gestionaba la plaza de toros de la Puerta de Alcalá para realizar allí espectáculos aerostáticos. A lomos de un trotón propulsado por el último globo a gas, logró cabalgar el firmamento, aunque no inmortalizarlo al daguerrotipo como hubiese querido, tal era el peso de las primeras cámaras de placas. Tras aquellas peripecias, comenzó a anunciarse en la prensa madrileña c...

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Un padre de la fotografía surcó el cielo a caballo. El galés Charles Clifford firmó en 1850, recién llegado a Madrid, un convenio con el empresario que gestionaba la plaza de toros de la Puerta de Alcalá para realizar allí espectáculos aerostáticos. A lomos de un trotón propulsado por el último globo a gas, logró cabalgar el firmamento, aunque no inmortalizarlo al daguerrotipo como hubiese querido, tal era el peso de las primeras cámaras de placas. Tras aquellas peripecias, comenzó a anunciarse en la prensa madrileña como aeronauta y retratista con estudio propio en la calle de Alcalá. Allí alcanzó una popularidad que le llevó hasta la corte de Isabel II, donde ejerció como Fotógrafo de la Real Casa. Tan ambicionado título le permitió documentar durante un cuarto de siglo los mayores proyectos de ingeniería y urbanismo de la capital.

La exposición Clifford. Vistas del Madrid de Isabel II, en la Fundación Canal, reúne 100 imágenes de una ciudad atrasada que emprendía su transformación. Al menos así decidió plasmarla el galés, casado con su ayudante Janet, la primera mujer admitida por la Sociedad Francesa de Fotografía y que en 1863 recibió el encargo de documentar el Tesoro del Delfín, aún hoy custodiado por el Museo del Prado. Juntos admiraron el Madrid de Carlos III que, tras la Guerra de la Independencia, empezaba a reconstruirse. Así ocurrió con el edificio de las Cortes o el Observatorio Astronómico de Juan de Villanueva, que el matrimonio captó con su estudio portátil. Voluminosas cámaras y frágiles placas de un cristal atractivo al polvo que conforman la primera parte del circuito expositivo junto a apoyacabezas de madera. Estos respaldos elevados ayudaban a que el retratado se mantuviese inmóvil durante la toma, evitando imágenes espectrales.

Cascada del Obispo (1856), fotografía de Charles Clifford.Biblioteca Nacional de Es

El comisario Javier Ortiz-Echagüe, profesor de Historia del Arte en la Universidad Rey Juan Carlos, hace hincapié en los procedimientos fotográficos: “La mayor parte de estas instantáneas estaban efectuadas mediante el colodión húmedo, una técnica aún muy artesanal que exigía largos tiempos de exposición y un revelado inmediato”. Con el foco puesto en el patrimonio moderno, Clifford recogió una ciudad en proceso que genera elipsis visuales en el espectador del presente. De ahí sus instantáneas de la plaza de Oriente, trazada por Pascual y Colomer, quien pretendía reorganizar el espacio surgido tras los derribos de la guerra. Documentos de una época en la que los carros de caballos atravesaban la Puerta de Alcalá, inserta todavía en la muralla. Unos metros calle abajo, la fuente de Cibeles lucía dos surtidores laterales, en forma de dragón y oso, que proporcionaban agua potable de uso público.

Modernizar la villa y corte

La mirada de Clifford esquiva cualquier monumento medieval. Los edificios más antiguos que muestran sus álbumes son el Real Hospicio de San Fernando, la Iglesia de las Salesas o el Palacio Real, levantados todos a mediados del siglo XVIII. El cometido del fotógrafo parecía evidente: mostrar al mundo los esfuerzos de la reina, tan castiza como se proclamaba, por modernizar su villa y corte. Máxime cuando la más célebre guía en lengua inglesa, el Manual de viajeros de Richard Ford (1845), se refería a Madrid como “residencia desagradable y malsana”. De modo que en 1846 Isabel II dio orden de que se instalara un sistema de alumbrado con faroles de gas, hasta entonces circunscritos a solo unos pocos puntos céntricos. Un lustro más tarde circularía el primer ferrocarril con dirección a Aranjuez, al que en 1858 le siguió otro hasta Alicante.

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Ese mismo año se colocó la primera piedra del proyecto favorito del fotógrafo, más allá de los viajes de Estado y los retratos oficiales que le alimentaban. Se trata de las infraestructuras del Canal de Isabel II, cuya construcción registró a lo largo de una década. La secuencia de 28 fotografías pertenecientes a la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, encargadas por el ingeniero Lucio del Valle, narran la epopeya de una canalización con más de 68 kilómetros de largo. Desde el Pontón de la Oliva hasta los acueductos y depósitos de Madrid, muy próximos a la propia sede de la exposición. En esa época, Clifford declararía al periódico Ilustración Industrial que la fotografía supone “una preciosa aplicación de la ciencia que cultivan a un mismo tiempo los sabios y los artistas, los industriales y los aficionados”. Cita que resuena en la última instantánea de la serie: el abundante chorro que en la calle de San Bernardo inauguró un canal para mayor gloria de la reina.

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