La escuela que desde hace tres décadas alumbra a la élite de la música

La Escuela Superior Reina Sofía celebra por su aniversario dos conciertos en homenaje a Dmitri Bashkirov

El profesor Jacques Zoon da clases de flauta a una alumna en la Escuela Superior de Música Reina Sofía.Claudio Alvarez

No hay espacio para el silencio en la cuarta planta. Lo llena todo un intenso batiburrillo de sonidos. Se escapan las notas de un violín de la sala 504. Piano en la 503. Tacones al inicio del pasillo. Voces en el rellano. El ascensor abre sus puertas y se deja ver repleto de jóvenes que ocupan el doble con sus instrumentos. Quizás cansado de esperar, un músico carga su violonchelo por las escaleras hasta la sexta planta. La Escuela Superior de Música Reina Sofía acaba de cumplir 30 años y este...

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No hay espacio para el silencio en la cuarta planta. Lo llena todo un intenso batiburrillo de sonidos. Se escapan las notas de un violín de la sala 504. Piano en la 503. Tacones al inicio del pasillo. Voces en el rellano. El ascensor abre sus puertas y se deja ver repleto de jóvenes que ocupan el doble con sus instrumentos. Quizás cansado de esperar, un músico carga su violonchelo por las escaleras hasta la sexta planta. La Escuela Superior de Música Reina Sofía acaba de cumplir 30 años y este es su aspecto.

Poco tiene que ver con sus inicios, en un chalet de Pozuelo de Alarcón. La mecenas Paloma O’Shea fundó en 1991 el centro, con un objetivo ambicioso: contar con los mejores maestros de cada instrumento. Pero España no era un país referente en educación musical y el reto se presentaba complicado. O’Shea cuenta vía mail, 30 años después, cuál fue la clave para conseguirlo: “Tuve mucha ayuda, empezando por el apoyo de Su Majestad la Reina Doña Sofía, que fue fundamental. Mis amigos Rostropóvich, Menuhin, Mehta, y Alicia de Larrocha me ayudaron a tener a los mejores profesores”. La plantilla inicial de maestros la integraron Dmitri Bashkirov (piano), Zakhar Bron (violín), Daniel Benyamini (viola) e Ivan Monighetti (violonchelo). El reclamo funcionó. Y el talento atrajo talento.

Varios alumnos participan en una sesión de fotos en la Escuela Superior de Música Reina Sofía.Claudio Alvarez

En aquella época, Claudio Martínez-Mehner era un joven músico en formación y recuerda las palabras que el musicólogo Federico Sopeña decía entonces: “Los músicos en España tienen tres salidas: por tierra, por mar y por aire”. Y eso hizo. Con 18 años se marchó en busca de la mejor educación musical, conoció a Bashkirov en Moscú y se convirtió en su alumno. Cuando se enteró de que daría clases en la Escuela Superior de Música Reina Sofía, hizo las pruebas para irse con él. “Le hubiera seguido adonde fuera”, cuenta años después.

Homenaje a Bashkirov

Bashkirov era ya un pianista de carrera internacional y referente de la escuela rusa. ¿Cómo era como profesor? Martínez-Mehner recuerda que ponía el listón altísimo: “Lo primero que aprendíamos todos de él es que lo que hacíamos no bastaba nunca. Podía ser muy fuerte en clase. Podía gritar. Conmigo llegó a destruir una silla una vez. Pero nunca lo tomé en sentido personal. Al contrario, como un indicio de que quería sacar lo mejor de mí. Tenía muy claro lo que quería y sabía cómo conseguirlo”. Los profesores titulares de la cátedra dan clases una semana al mes en la escuela. El resto de semanas, se encarga el profesor asistente. Martínez-Mehner acabó siéndolo de Bashkirov durante un tiempo. Ahora es docente en las Escuelas Superiores de Música de Basilea y Colonia y este lunes vuelve a la Escuela Reina Sofía a homenajear a su maestro, que falleció en marzo de 2021. El centro organiza este lunes y martes dos conciertos en su memoria.

El aula donde Bashkirov dio clases desde 2008, cuando se inauguró la actual sede de la escuela frente al Teatro Real, hasta 2021 también luce ahora una placa en su honor. Esta sala acoge una lección de flauta con el profesor Jacques Zoon. Un pianista acompaña y la alumna toca. Las indicaciones del maestro son casi tan aéreas como el sonido del instrumento. Suspiros, exhalaciones. Un “aaaaahhh”. Un “¡oh! ¡oh! ¡oh!”. Pero la alumna parece entenderlas. Ella es una de los cerca de 150 alumnos de la escuela. La matrícula es gratuita, hay unas 30 plazas disponibles cada curso y las pruebas de acceso no son fáciles. Al año reciben entre 500 y 600 solicitudes, pero solo ingresa un 5%. Jacobo Christensen lo intentó tres veces. Entró a la tercera y este es su cuarto año.

Mentiría si dijera que todos gestionan bien la presión. El mundo está diseñado para considerar exitoso al que hace giras mundiales. ¿Pero puede entrar aquí alguien sin ambición? Difícilmente
Jacobo Christensen, alumno de la escuela

“En mi primer año trabajé con Zubin Mehta, en mi primer año. ¡Llegue aquí y trabajé con Zubin Mehta! Yo que venía de cosas muy buenas, pero ¿Zubin Mehta? ¿Plácido Domingo?”, cuenta como si aún lo estuviera asimilando. Christensen descubrió su pasión en casa. Su madre es cantante y quiso que él estudiara violín. “Me encanta, aunque a mí lo que me gusta es la música. Si me hubiera metido en violonchelo o en piano, creo que habría sido igual”, dice. Sí asegura que haber descubierto su pasión se lo debe a su familia. “Si hubiera sido por la enseñanza musical del colegio lo más probable es que no me hubiera dedicado a la música. En los planes de estudio no resulta atractiva a los niños porque no está enfocada a enganchar a un chaval que aprenda jugando. Yo aprendí así. Para mí fue un juego. Y a día de hoy lo sigue siendo, más allá de las horas que le metas, del nivel o de lo estricto que pueda ser tu profesor”. Y el nivel que ve en la escuela lo califica de élite: “De aquí salen solistas increíbles. Puedo estar estudiando en una cabina y tener al lado al primer premio del concurso de nosequé”.

Una alumna de violonchelo durante una clase.Claudio Alvarez

¿En un ambiente tan competitivo cómo se gestiona la presión? “Mentiría si dijera que todos lo gestionan bien. El mundo está diseñado para considerar exitoso al que hace giras mundiales. ¿Pero puede entrar aquí una persona que no tiene ambición? Difícilmente. Tocar a los 22 años en Musikverein [sala de Viena que acoge el Concierto de Año Nuevo], como he podido hacer yo gracias a la gira con la escuela, no lo puedes conseguir si no pones toda la carne en el asador. Es una dicotomía muy interesante en la que no me sé posicionar. Sería muy bonito decir haz lo que quieras, pero es que si fuera así la escuela no existiría”.

Julia Sánchez, directora general de la Escuela Superior de Música Reina Sofía, explica que querer alcanzar un nivel tan alto puede generar frustración: “Por eso desde el principio intentamos que haya un espíritu de colaboración”. Eso se consigue, añade, con asignaturas como la música de cámara y también enseñando a los alumnos que hay más salidas que ser solistas, como la docencia. “Cada uno tiene que buscar su sitio. A veces sí vienen pensando que van a ser solistas y eso cambia un poco cuando entran aquí y se dan cuenta de que ser segundo violín es igual de válido. Sin un segundo violín no puede haber un primer violín. Puedes tener una carrera igual de maravillosa. Lo importante es que cada uno desarrolle su potencial al máximo y eso es lo que intentamos aquí”, concluye.

Una formación de primer nivel y gratuita

Para Paloma O’Shea el mayor reto que ha tenido la escuela en estos 30 años ha sido “conseguir que las instituciones públicas y las empresas privadas trabajen juntas con un objetivo común: dar a estos jóvenes la formación de altísimo nivel que necesitan y, a la vez, mantener la gratuidad de la matrícula”. Y quizás el desafío más reciente haya sido, como para muchos centros académicos, la pandemia. Por suerte, la Escuela Superior de Música Reina Sofía había empezado la digitalización un año y medio antes, pero el coronavirus obligó a acelerar los planes, cuenta Julia Sánchez, directora general: “Nos adaptamos muy rápido. Enseguida estábamos usando Teams y a la semana ya estábamos dando clase. En la pandemia pudimos no interrumpir la enseñanza, pero todos estamos de acuerdo en que la música se debe de dar presencial”. 

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