Teoría de la relatividad
Siete meses viajando por el mundo no tienen nada que ver con siete meses esperando una cita médica
De entre todas las citas famosas que Einstein dijo o no dijo, hay una que siempre me ha parecido que explicaba la vida de una forma más fiel en varias líneas, que cualquier tratado de física en centenares de páginas. Se sabe (porque esta es de las citas que sí que dijo) que cuando le mandó a su secretaria Helen Dukas explicar la teoría de la relatividad ante los periodistas, le hizo decir: “Una hora sentado con una chica guapa en un banco del parque pasa como un minuto, pero un minuto sentado sobre una estufa caliente parece una hora”.
Obviando la parte de la chica guapa y sustituyéndol...
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De entre todas las citas famosas que Einstein dijo o no dijo, hay una que siempre me ha parecido que explicaba la vida de una forma más fiel en varias líneas, que cualquier tratado de física en centenares de páginas. Se sabe (porque esta es de las citas que sí que dijo) que cuando le mandó a su secretaria Helen Dukas explicar la teoría de la relatividad ante los periodistas, le hizo decir: “Una hora sentado con una chica guapa en un banco del parque pasa como un minuto, pero un minuto sentado sobre una estufa caliente parece una hora”.
Obviando la parte de la chica guapa y sustituyéndola por cualquier otra cosa agradable, todos nos hacemos una idea clara de lo que quería decir Einstein y lo que significa el tiempo. Sabemos que cuatro minutos de masaje y cuatro minutos esperando el metro cuando llegas tarde al trabajo no son, para nada, la misma cantidad de tiempo. También sabemos que siete meses viajando por el mundo no tienen nada que ver con siete meses esperando una cita médica. En el primer caso, disfrutas cada instante. En el segundo, convives día tras día con la incertidumbre, la ansiedad de no saber qué te ocurre y el dolor. Porque alguien que pide cita en el médico no lo hace porque tenga ganas de ir de excursión a un hospital, sino porque probablemente ya lleva meses conviviendo con una espalda agarrotada, un estómago que convulsiona o un útero que tira.
Leí la semana pasada que el tiempo es lo único que nos iguala a todos los humanos: a todos nos han sido concedidos nada más que 24 horas al día. No hay nadie que tenga en su cómputo global de horas diarias ni una hora más, ni una hora menos. Pero no hay que ser muy brillante para darse cuenta de que una hora en la vida de un rey o un príncipe, o Kim Kardashian, poco tiene que ver con una hora de vida de un obrero que ensambla piezas de motor en una fábrica o una temporera que recoge pimientos bajo el sol, cargando un pesado capazo de goma. Y ahora mismo, la sanidad pública madrileña está tan saturada que si quieres ir al ginecólogo, al dermatólogo o al psiquiatra hoy, la cita te la van a dar para mayo.
Quizá a todos nos fueron otorgadas la misma cantidad de horas al día, pero hay quien puede permitirse una consulta privada y a la semana siguiente ver resuelto su dolor, y quien tendrá que vivir siete meses, es decir, 306.600 minutos, sin alivio y en el sufrimiento. A uno se le pasará el tiempo volando. Para otro será una condena. Es curioso cómo funciona la dilatación del tiempo. Me gustaría pedirle a Isabel Díaz Ayuso explicaciones sobre por qué hay que esperar tanto en Madrid para ir al médico, pero temo que se escude en la teoría de la relatividad. Siempre habrá gente sentada en un banco disfrutando de las vistas y otros seremos los de la estufa.
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