El árbol de los deseos de Yoko Ono
El proyecto de la artista japonesa llega por primera vez a Madrid en su veinticinco aniversario, y se expone en el museo Lázaro Galdiano gracias a la colaboración con Casa Asia
“Bajo el naranjo, lava pañales de algodón. Tiene verdes los ojos y violeta la voz”. García Lorca le ha dedicado versos a este árbol frutal tan arraigado a la cultura española. Y esa era una de las condiciones que Yoko Ono impuso para Wish Tree, que los árboles representasen al país de acogida. Su proyecto interactivo llega por primera vez a Madrid y se expone en el ...
“Bajo el naranjo, lava pañales de algodón. Tiene verdes los ojos y violeta la voz”. García Lorca le ha dedicado versos a este árbol frutal tan arraigado a la cultura española. Y esa era una de las condiciones que Yoko Ono impuso para Wish Tree, que los árboles representasen al país de acogida. Su proyecto interactivo llega por primera vez a Madrid y se expone en el museo Lázaro Galdiano, gracias a la colaboración con Casa Asia, en el veinticinco aniversario de esta propuesta que ya ha recorrido medio mundo, pasando por el MoMA, el Getty o el Guggenheim.
Los visitantes podrán colgar así sus deseos de las ramas de los naranjos hasta el 13 de octubre, bajo las instrucciones escritas a mano por la misma Yoko Ono. El destino final de los deseos formulados es la isla de Videy en Islandia, donde serán enterrados en la instalación lumínica Imagine Peace Tower, un monumento creado por la artista japonesa en 2007 como un homenaje a la lucha de su pareja, John Lennon, en pro de la paz mundial.
En un contexto de pandemia, la salud es uno de los deseos que más puede leerse, así como la ilusión por encontrar un trabajo. Varios han querido abrirse más y escriben: “Vivir en coherencia”, “Por una vuelta a la madre tierra”, “Un futuro feliz para mis hijos y su generación” o “Que termine esta pesadilla de la covid”. En cierta forma, los mensajes son un reflejo del momento actual, en donde la incertidumbre se agarra al pensamiento. Por eso, hay muchos que piden estabilidad emocional; otros generosidad, comprensión, abundancia y plenitud. También están los que imaginan que la vida les vuelve a juntar con aquello que perdieron. Además, hay hueco para algún poeta que quiere que “resuenen ecos emocionados, plenos de sentido”, y para los que echan mano del sentido del humor con el “deseo que me toque la primitiva, que eso da mucha paz”.
Begoña Torres, la directora del museo Lázaro Galdiano, explica que este proyecto, iniciado en 1996, está inspirado en una tradición japonesa que consiste en colgar oraciones de un arbusto, árbol o bambú. Para ella, Yoko Ono es una mujer muy interesante, una performer del arte que no levanta muchas simpatías en una determinada generación. “Piensan que fue la culpable de que The Beatles rompiera. Quizás hay un poco de machismo ahí”, apunta.
Los deseos se van recogiendo en tandas de cien en cien, como metáfora de que los árboles han florecido, y deben enviarse a la artista al término de la propuesta. Torres calcula que los naranjos ya están llenos y que esta semana quitarán los deseos para dejarlos de nuevo vacíos, a la espera de recibir más. “Como estamos en medio de esta pandemia tan horrible, estaba siempre pensando en que había que hacer algo para que la gente viniera y se sintiera a gusto. Casa Asia tenía el contacto del galerista de Yoko Ono en Nueva York y ha sido gracias a su ayuda. Nos parecía un momento muy oportuno para traerlo”, expone. La galería es muy exigente y Torres asegura que tienen todo medido al detalle. “Ya llevan un millón y pico de deseos que han enterrado, y yo como creo en la fuerza de los actos, espero que de alguna manera traiga algo bueno”, continúa la directora.
En una mesa de madera se esparcen las cartulinas, los lapiceros y las instrucciones para los visitantes. “Iba en el coche de vuelta del aeropuerto y he leído el cartel de Yoko Ono de paso, así que quería ver qué era. Por ella hemos conocido este precioso museo, porque cuando vengo a Madrid voy al Thyssen y al Prado”, cuenta Lucía Morgana, recién llegada de Italia para reencontrase con su madre, Orfidia Velasco, quien ya conocía la historia de Lázaro Galdiano, un infatigable coleccionista y bibliófilo que donó todos sus bienes al Estado sin ningún tipo de condición. “Que haya conciencia de dar” ha sido el deseo de estas colombianas, que lamentan el egoísmo del ser humano y las carencias que está sufriendo América Latina.
El museo Lázaro Galdiano no es de los más conocidos de Madrid, pero es un oasis en medio de la calle de Serrano en donde se puede aprovechar para leer y descansar en los bancos de su jardín, al cobijo de la sombra de frondosos árboles. “Lázaro era un señor muy rico y esta Fundación ayudó mucho al patrimonio nacional o a Medina Azahara. Compró la ermita medieval de San Baudelio de Berlanga, cuyos frescos están ahora en el Prado. Él era muy altruista e hizo una gran editorial, La España Moderna, porque en ese momento había mucho analfabeto y no existían apenas publicaciones. Escribieron en ella casi todos los literatos importantes españoles como Galdós, Clarín o Pardo Bazán, y también de fuera”, aclara Torres, sin obviar la inmensa biblioteca que dispone el museo.
Los niños no han querido perderse este proyecto colgando sus dibujos o escribiendo sus deseos entre los naranjos, como el de tener un hámster, un gatito o un unicornio. O convertirse en un hada. Aunque a Torres le ha llamado la atención uno en especial: “Deseo tener una hermana”, algo que achaca a la cantidad de hijos únicos que hay en España, con datos que superan la media europea.
Hay personas más recelosas con sus anhelos, como Manolo Martínez y Begoña Caballero: “Hemos puesto algo muy importante de la familia, pero preferimos no desvelarlo. No es nada para nosotros”. Esta pareja llevaba años queriendo venir al Museo Lázaro Galdiano, y después de recorrerlo afirman que se encuentran bajo el síndrome de Stendhal, ese éxtasis que se produce al observar la belleza de una obra artística y que deja sin palabras. “Cuando vas fuera siempre visitas museos, pero cuando vives en la ciudad cuesta arrancarse a verlos. Este es un pequeño Louvre y es maravilloso”, concluyen.
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