Atrapados por la burocracia: dos años en una infravivienda y ahora, además, sin agua
El Ayuntamiento de Madrid, Sareb y el Canal de Isabel II no hallan solución en este tiempo para la familia Zatout, estafada y a la espera de una vivienda social. La ola de calor ha sido un infierno para ellos
La historia de la familia Zatout es el fiel reflejo de un fracaso burocrático. Viven en un piso infame de Vallecas que se encharca cuando llueve aunque llevan dos años bajo la supervisión del departamento de asuntos sociales del Ayuntamiento de Madrid. En teoría, no están desasistidos. El inmueble pertenece a la Sareb, entidad oficial que ha intentado desalojarlos en cuatro ocasiones. Tampoco el Ayuntamiento les puede ofrecer casa por razones que nadie entiende. Viven como pueden del ...
La historia de la familia Zatout es el fiel reflejo de un fracaso burocrático. Viven en un piso infame de Vallecas que se encharca cuando llueve aunque llevan dos años bajo la supervisión del departamento de asuntos sociales del Ayuntamiento de Madrid. En teoría, no están desasistidos. El inmueble pertenece a la Sareb, entidad oficial que ha intentado desalojarlos en cuatro ocasiones. Tampoco el Ayuntamiento les puede ofrecer casa por razones que nadie entiende. Viven como pueden del Ingreso Mínimo vital (IMV). Para remate, el Canal de Isabel II les ha cortado el agua en plena ola de calor y no les puede volver a conectar el suministro porque el piso carecía de contrato, aunque los inquilinos estén dispuestos a pagarlo. Los servicios del Ayuntamiento les ofrecen una alternativa: acudir a los baños públicos, que están a siete kilómetros de distancia.
Todas las instituciones involucradas reconocen que el asunto es kafkiano y ahora aseguran que pronto se arreglará. ¿Cuándo? No hay respuesta clara.
Entretanto, compran agua embotellada para todas sus necesidades: lavarse, beber, tirar de la cadena del váter y cocinar.
El último día de la ola de calor no puede empezar peor.
—Hola, ¿qué tal estás?
—Mal. Fatal.
Djamel Zatout no se anda con rodeos. Está desesperado y prefiere ir al grano. Abre las puertas del piso en el que más que vivir sobrevive con su mujer, Ghani, y sus tres hijos, Mustapha, Kheira y Halima, de nueve, cuatro y un año, y empieza a señalar paredes y techos mugrientos que, por zonas, parecen a punto de derrumbarse. La calle en la que habita se llama Monte Perdido y se ha convertido en una metáfora de su vida, un agujero negro del que quiere salir pero no sabe cómo. La burocracia les ha atrapado en esas cuatro paredes. Llegaron hace casi cuatro años a través de una estafa. Un ecuatoriano les hizo un contrato falso, se llevó algo más de 900 euros y desapareció. Desde entonces, se han puesto a disposición de los servicios sociales del Ayuntamiento, que median con la Sareb, el conocido banco malo al que pertenece esa casa, para que les proporcionen una vivienda social. En dos años de negociación interminable, la familia Zatout ha visto cómo el piso se inunda cada vez que llueve y, para colmo, cómo el Canal de Isabel II les cortó el agua hace 20 días. Así han pasado una ola de calor infernal.
La historia de la familia Zatout en España empezó hace 20 años. Primero llegó Djamel. Tenía entonces 29 años y quería buscar una vida mejor. Trabajó en El Saler (Valencia), en Toledo, en Zaragoza… Siempre como mozo de almacén de frutas. Conocía el negocio porque en Argelia, su país, había tenido una pequeña verdulería que se fue al traste. Diez años después llegó ella, Ghani, ahora con 31 años. Pronto empezaron una vida en común y se asentaron en Zaragoza, donde nació Mustapha. Todo parecía ir bien hasta que se quedó en paro y probaron suerte en Madrid. “Es la capital. Aquí tiene que haber más oportunidades”, argumenta el padre.
La desesperación de Djamel pasa por diferentes estados de ánimo en una sola frase. Se enfada, suplica, a veces parece a punto del llanto. La familia tiene los papeles en regla; de hecho, los tres menores son españoles, y él quiere trabajar, pero no encuentra nada. Viven de los 883 euros del IMV y con ellos están dispuestos a costear una vivienda y a pagar los suministros. Necesitan tener la sensación de que viven como seres humanos. Pero están atrapados en una infravivienda a punto de comerse a sus habitantes.
Trámites
La razón por la que no pueden salir de allí es, cuanto menos, surrealista. Si lo hacen, el proceso de negociación del Servicio de Asesoramiento a la Emergencia Residencial (SAER) del Ayuntamiento con la Sareb se paralizará. Y tendrá que empezar todo de nuevo. Y sería como tirar dos años a la basura. “Pero aquí vivimos peor que animales”, se queja Ghani con la pequeña Halima en brazos. La situación les tiene de los nervios a todos. Llevan días sin dormir bien por el calor, se acuestan todos juntos en un colchón en el salón y necesitan una ducha urgentemente. Tras una semana sin poder refrescarse no pueden más.
A la más pequeña la limpian con toallitas, pero no es suficiente y ya tiene las piernas enrojecidas. Ellos se asean con los 10 litros de agua embotellada que compran al día. La tienen que racionar, porque con ella deben beber los cinco, limpiar o cocinar. Hoy Mustapha ha pedido macarrones para comer. Pero no va a ser posible. No hay agua suficiente.
Kheira, la más tímida de todos, se encierra cada vez más en los videojuegos. Todas las mañanas, nada más levantarse, le pregunta a su padre que cuándo va a tener una casa normal, de las de verdad, y él le promete que pronto, y que tendrá su habitación de Frozen, la película de dibujos animados de Disney. Cuando escucha esa palabra, sonríe por primera vez y se anima a hablar con los desconocidos. “¡Lo quiero todo de Elsa!”, pide ella.
El mundo de hielo con el que sueña Kheira no tiene nada que ver con su vida real. En su casa hace un calor infame y eso que la ola de calor ya ha dado una tregua. En el exterior, la máxima del día apunta a los 37 grados. Suficientes para seguir anhelando el agua. El día que se la cortaron no se lo podían creer. Djamal abrió el grifo a primera hora de la mañana y vio que no caía ni una gota. Bajó las escaleras de dos en dos (viven en un segundo) y vio que se habían llevado los contadores. Lo único que se le ocurrió fue correr de un lado a otro por la calle, desesperado, buscando a alguien, pero no sabía a quién.
El Canal de Isabel II reconoce que cortó el agua porque se trataba de un enganche ilegal. Esa casa nunca ha tenido un contrato oficial y a principios de agosto decidieron poner fin a esa ilegalidad. No podrían haberlo hecho de otra manera porque un decreto del Gobierno central de finales del año pasado impide cortar cualquier suministro básico. Pero como no existía contrato, de un día para otro se llevaron el agua. Sin avisar. Un portavoz del Canal explica que no pueden darles de alta en el suministro, aunque ellos quieran regularizarlo, precisamente porque viven en un piso sin contrato de arrendamiento. Así que siguen atrapados en una casa que se cae a pedazos, que se inunda cuando llueve y que ahora no tiene agua.
Djamel lo quiere demostrar todo. Los papeles del contrato falso, los del médico de sus hijos —el mayor ha desarrollado asma debido a las condiciones de la vivienda, según los informes— y los vídeos de las inundaciones de su casa. Cuando llueve, el agua cae a chorro por las habitaciones y por el pasillo y se acumula tanto que les llega a los tobillos. En esos casos, deciden irse a la calle. Los Zatout cogen a sus tres hijos y pasan la tormenta en el portal, esperando que amaine rápido para secar a los niños y limpiar la casa de arriba abajo. “En casa nos podemos electrocutar, es peligroso”, lamenta Ghani con su español chapurreado, señalando enganches de la luz descolgados de la pared.
El Ayuntamiento de Madrid admite que lleva dos años haciendo de mediador para encontrar una solución para esta familia, que ha tenido hasta cuatro órdenes de desahucio. Un portavoz del área de Familias, Igualdad de Bienestar Social dice que le ha pedido a la Sareb que les proporcione un alquiler social porque la situación es “delicada y compleja”. “Lo último que sabemos es que han agilizado los trámites y puede llegar una solución esta misma semana”, explica.
La Sareb por su parte asegura que hace lo que puede pero que las competencias últimas para proporcionar una vivienda social las tienen las administraciones. La región madrileña, de hecho, cuenta 23.500 viviendas sociales, según los propios datos de la Comunidad. Pero acceder a ellas es complicado.
El conocido banco malo es una sociedad de gestión de activos vinculados al sector inmobiliario creada en 2012. La sociedad está formada en parte por el Estado y en parte por entidades bancarias que encontraron de esta forma la manera de dar salida a propiedades embargadas con las que se habían quedado. “Nosotros gestionamos las viviendas, pero no las personas”, defiende Paco González, portavoz de la Sareb. Es decir, que ellos necesitan que el Ayuntamiento en un caso como este realice un informe de vulnerabilidad de la familia para comenzar los trámites. Entre unos y otros llevan dos años. “Es verdad que en este caso nosotros igual también hemos sido algo lentos por el tema de la pandemia”, admite. “Pero está en vías de solucionarse”, insiste. Hace una semana, un técnico de Sogeviso, empresa que trabaja con ellos, realizó una inspección de la vivienda y la Sareb está pendiente ahora de que elabore un presupuesto para arreglar los posibles desperfectos. “Lo más rápido sería solucionar los problemas que hay y realojarlos ahí mismo, convirtiendo la vivienda en alquiler social. Pero tenemos que ver si económicamente vale la pena o hay que llevarles a otro sitio. Si se les traslada, igual el proceso tarda un poco más”, reconoce.
Mientras el tiempo pasa, Mustapha hace castillos en el aire. Sueña con ir a Valencia, a la playa, y con que algún día se le pase el asma y pueda jugar al fútbol. También le gusta estudiar. Ha sacado en todo sobresalientes, menos un notable, y está deseando empezar cuarto de primaria para ver hacia dónde le llevan ahora las matemáticas, su asignatura favorita. El niño es el más extrovertido de la familia, habla con desparpajo un español fluido y elaborado y de vez en cuando asume un papel de adulto que no le corresponde. Este verano, en julio, se fue de campamento a Guadarrama, donde durmió bien por primera vez en mucho tiempo y respiró sin necesidad de inhalador. Además, se bañó en una piscina “muchas veces”. Solo lloró cuando se puso a llover, en una tormenta de verano. Pensó en su familia en la puerta del portal y no lo soportó.
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