Cierre de la estación de esquí de Navacerrada: “La nieve, sin esquiadores, no es nieve”
Trabajadores, hosteleros y aficionados al deporte confían en que se pueda revertir la negativa a prorrogar la concesión de las pistas, que deberán cerrar el 3 de abril
“Pero chiiicooos, que habéis tenido a Filomena este año y parecéis de Canarias. Menos mal que solo es un día, llega a ser una semana y acabáis con Navacerrada”, regaña un profesor a un grupo de adolescentes desbocados en medio de una incesante lluvia de bolas. “Traemos a todo el Colegio Arzobispal, 100 chavales de 12 a 18 años. Es la primera vez que venimos... y la última”, dice con premonitoria nostalgia Marcos Hermosel, el director del centro, en el aparcamiento del puerto. Es su primera excursión tras un año d...
“Pero chiiicooos, que habéis tenido a Filomena este año y parecéis de Canarias. Menos mal que solo es un día, llega a ser una semana y acabáis con Navacerrada”, regaña un profesor a un grupo de adolescentes desbocados en medio de una incesante lluvia de bolas. “Traemos a todo el Colegio Arzobispal, 100 chavales de 12 a 18 años. Es la primera vez que venimos... y la última”, dice con premonitoria nostalgia Marcos Hermosel, el director del centro, en el aparcamiento del puerto. Es su primera excursión tras un año de covid y pagarán 14 euros por alumno por tres horas de esquí gracias al plan regional Madrid Blanco, del que solo hoy se beneficiarán 250 niños. Hay seis autobuses y menos de un tercio de plazas ocupadas a las nueve y media de la mañana del viernes, dos días después del anuncio del cierre de tres de las ocho pistas de la estación de esquí por decreto gubernamental. [FOTOGALERÍA | Adiós la estación de esquí de Navacerrada]
Se trata de Escaparate, Telégrafo y El Bosque, en la vertiente segoviana del Parque Nacional del Guadarrama, cuya concesión no ha renovado el Ministerio para la Transición Ecológica, gestor del espacio protegido. El ministerio no las considera “viables” a causa del cambio climático, al tiempo que afirma querer reducir las aglomeraciones. Desde la década de los sesenta, la temperatura media ha subido casi dos grados y la nieve se ha reducido un 25%, por lo que el Gobierno ha tomado la decisión de devolver al monte un espacio de alto valor ecológico.
Dejarán de funcionar el 3 de abril tras 25 años de explotación. No están afectadas dos pequeñas pistas de iniciación en la misma zona baja y Guarramillas I y II y Pala Montañeros, pertenecientes a Madrid y ya en la parte alta, que apenas sí se abren unos días al año porque no tienen cañones de nieve. La empresa, Puerto de Navacerrada Estación de Esquí, deberá desmontarlas antes del 30 de octubre.
“Es muy injusto, ¿a dónde vamos a ir ahora a esquiar?”, pregunta a sus amigos Unai Redondo, de 13 años. Junto a ellos, se preparan Alfonso Álvarez y Míriam Martínez, de 40 años. “Las pistas ya están integradas y quitándolas no se va a solucionar nada. Los que ensucian y saturan el puerto son los que vienen con plásticos y trineos”, se queja Alfonso, mientras Míriam apunta que a Madrid solo le quedará Valdesquí, que “está imposible de gente y es mucho más cara ―38 frente a 15 euros el forfait―. Aunque la capacidad de Navacerrada es de 1.200 personas, su afluencia media diaria se queda entre 300 y 400. La pareja subraya la historia de esta pista, la segunda más antigua de España tras La Molina, y es “ese algo tan sentimental” que tiene.
La estación se privatizó en 1996. Tres años antes, cuatro miembros de Ecologistas en Acción se encadenaron a las excavadoras para que el proyecto de poner cañones de nieve no saliera adelante. Fueron detenidos y, ahora, la asociación celebra una clausura que auguraban hace tiempo. Ni veían futuro, ni creían que producir nieve artificial fuera razonable. Decían que se iba a intervenir en el ciclo del agua del río Eresma, se iba a apostar por un desarrollo insostenible, a apoyar la masificación del puerto y el uso intensivo del coche, trasladando usos urbanos al corazón de la montaña, y a crear varios problemas para el futuro: atascos, destrucción del medio, contaminación e inviabilidad a medio plazo de las instalaciones a causa del cambio climático. Hoy, 25 años después, el Gobierno les ha dado la razón.
Mientras, la cuenta atrás ha comenzado. Sentados al sol, entre la calima que tiñe el blanco de ocre, esperan cuatro profesores de esquí. “No saben lo que hacen. La estación solo abre entre 60 y 90 días al año y cuando las pistas dejen de estar balizadas, los domingueros tendrán más pradera para pícnics”, lamenta Rodrigo del Pozo. Jorge Pérez Aubá declara su amor por la estación: “No hay otra igual para enseñar a esquiar”. “Si quieren proteger el parque, que cierren y pongan lanzaderas para limitar los visitantes, pero que no jodan la economía de todos los pueblos de la sierra”. Solo en la estación trabajan 25 personas, a las que se suman más de cien en el resto de negocios de un puerto de aspecto decadente, paralizado en algún punto entre el tardofranquismo y los años setenta.
En la barra del restaurante Dos Castillas, atiende Antolín desde hace casi 40 años. “Y espero hacerme viejito aquí”, dice a sus 56. “Esto no es una cuestión medioambiental, es política, tienen que sentarse a negociar y tiene que intervenir Madrid”, asegura este camarero, convencido de que se puede revertir. En una mesa toma café Juan Yánez, que lleva por primera vez a su hijo Rodrigo, de seis años. “Me parece fatal que cierren, es lo más económico que tenemos para practicar”, asegura.
Entre niños sube al telesilla, como casi todos los días que amanece, José Luis Mazuelos, la única persona que no paga abono. Tiene una cicatriz que le cruza la frente, la nariz rota, “más clavos en el cuerpo que en una ferretería” y “80 años, bueno, 79″. Pionero del esquí, escalador, montañero y expresidente de la Federación Española de Snowboard, es el alma de Navacerrada. Frente a tanto mono chillón y a tanto utensilio de diseño, Mazuelos va sin abrigo, ni guantes, ni gorro, ni gafas, solo con pantalones finos y un jersey. “Me gusta ir hecho un figurín”, comenta, coqueto.
Los trabajadores no quieren hacer declaraciones a la espera de un comunicado de la concesionaria, pero se arremolinan alrededor de Mazuelos para hablar de “la injusticia”. “Esto es rentable, pero les resulta más barato prohibir que regular. Son las tres pistas que más días de esquí tienen de todo el Sistema Central”, rebate uno. “Pero si ocupamos 7,6 hectáreas de las 33.960 del parque y lo tenemos todo limpísimo”, se queja otro. “El 99% de los madrileños ha aprendido aquí”, tercia un instructor. “Cómo van a cuidar el parque echándonos a los que lo cuidamos”, argumenta Víctor Narrillos, de la Escuela Española de Esquí.
“Esto es una traición a la cuna del esquí, donde aprendieron los Ochoa. Los que han tomado la decisión deberían venir, verlo y hablar con los que saben, no con los asesores. Los motivos que alegan, mentira cochina. Los que hacen daño ecológico son los edificios fantasma ―las grandes edificaciones en ruinas desde hace décadas― y los plastiqueros”, zanja Mazuelos, que propone para frenar la masificación que se pueda reservar en línea o por teléfono. “Es un palo enorme”, continúa hasta que las lágrimas le corren por la cara y arrastra al resto del grupo, que se dan la vuelta para llorar a solas.
Entre ellos se encuentra un meteorólogo enamorado de Navacerrada, Daniel Santos Muñoz, que propone otras alternativas al cierre. “Lo bueno para la conservación sería quitar toda la infraestructura, incluida la carretera, pero solo se cierra la que da trabajo, fomenta la salud y permite el acceso de personas humildes a una práctica cara y elitista”, defiende. Como experto, es consciente de la falta de nieve, pero reclama una auditoría medioambiental que determine qué ayudaría más a la conservación del parque. “Probablemente no sea el final del esquí”.
Entre opiniones de unos y otros, alguno reconoce que “lo veía venir”. Paco Moreno, dueño del Club de Esquí Sierra de Madrid, con 10 empleados y 1.500 alumnos, es de los pocos que lo admite. “Cada año hay menos nieve y cada vez está más abandonado y yo sabía que en cinco o diez años se iba a cerrar, pero no ya”, confiesa. En el acogedor hotel Pasadoiro, una de las propietarias, Noemí Llorente, suspira y sentencia: “La nieve, sin esquiadores, no es nieve”.