Vuelve el fascismo: huele a sobaco

En los años noventa miles de jóvenes cayeron en las garras del fascismo: ¿vuelve la epidemia?

Manifestación ultra en San Blas (Madrid) en contra de los menores sin familia.CEDIDA. (Europa Press)

Se iba con miedo por las noches. En los años noventa se vivió en España una epidemia de fascismo juvenil. Miles de jóvenes cayeron en las garras del neonazismo como si se adscribiesen a una tribu urbana. Muchos chavales de mi quinta, gente normal sin ningún problema en la vida, se convertían en neonazis llenos de odio y sedientos de sangre, muchas veces llevados por los cantos de sirena de otros nazis más viejos, obnubilados por estéticas skinhead de chaqueta bomber, cruz gamada y cabeza rapada, o arrastrados por las hinchadas futbolísticas.

Ahora el fascismo regresa y no ...

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

Se iba con miedo por las noches. En los años noventa se vivió en España una epidemia de fascismo juvenil. Miles de jóvenes cayeron en las garras del neonazismo como si se adscribiesen a una tribu urbana. Muchos chavales de mi quinta, gente normal sin ningún problema en la vida, se convertían en neonazis llenos de odio y sedientos de sangre, muchas veces llevados por los cantos de sirena de otros nazis más viejos, obnubilados por estéticas skinhead de chaqueta bomber, cruz gamada y cabeza rapada, o arrastrados por las hinchadas futbolísticas.

Ahora el fascismo regresa y no solo entre la juventud o los extremos políticos. Es preocupante que, tras el descrédito público de estas posturas desde el final de la II Guerra Mundial, ser nazi o fascista vuelva a ser considerado como una opción tan legítima como las otras. Al tiempo, la palabra socialista se convierte en un insulto y se tilda descerebradamente de dictadura comunista a un país que no llega ni a socialdemocracia de posguerra. Se pierden los marcos de referencia, se deforman las varas de medir, se disuelven las certezas y consensos que se habían establecido durante décadas. Y vuelven los nazis. Algunos consideran esto parte de El Gran Retroceso (como lo llama un libro colectivo del mismo título, publicado por Seix Barral).

Llamar menas a los menores extranjeros no acompañados tiene la lógica de los acrónimos, pero lo cierto es que suena como a tribu urbana o pandilla de delincuentes juveniles: el término ha llevado a la estigmatización. En realidad, son críos que han dejado su país en busca de un futuro y ahora se encuentran solos en el nuestro. El otro día una no desdeñable manifestación de nazis acosó un centro de estas personas en el barrio de San Blas: era fácil reconocerlos, con su habitual ropa deportiva, sus saludos brazo en alto que retan al desodorante o sus lemas rimbombantes (Fuerza y honor). Tener a la ultraderecha insidiosa de Vox en el Congreso puede que haga la cosa aún peor: sus mayores señalan objetivos y jalean desde la barrera.

El caso más notorio de los noventa fue el asesinato de la dominicana Lucrecia Pérez, en Aravaca, a la que pegaron un tiro en el corazón, aunque el goteo de agresiones era constante. Con los partidos de derecha peleándose por la radicalidad y Twitter convertida en una charca infecta de mentira y odio, todo ello sumado a una desigualdad creciente y una crisis rampante, las perspectivas no son nada halagüeñas. Hay tiempos a nuestra espalda que creíamos superados, pero nada dice que la Historia sea irreversible y que no puedan volver los horrores del pasado en formas nuevas.

Hay un poema famoso, atribuido Bertol Bretch, pero escrito realmente por Martin Niemoller. Podría empezar así: “Primero vinieron a por los menas, pero como yo no era un mena, no me importó… Eso sí, mostré mi enfado en Twitter”.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Sobre la firma

Más información

Archivado En