La angustia de estar un mes sin repartir alimentos
La Fundación Pan y peces tuvo que parar de dar víveres en plena pandemia por falta de medios como mascarillas, pese a atender a unas 3.500 personas
Un local que pasa casi inadvertido, en pleno distrito de Chamberí, acoge una de las mayores despensas de la capital. Una organización que hace un trabajo silencioso, alejado de los focos de los medios de comunicación, se ha encargado de alimentar a unas 3.500 personas en plena pandemia por el coronavirus. Eso después de que la Fundación Pan y Peces, fundada hace una década, lograra solventar problemas de logística tales como la falta de mascarillas o la ausencia de ...
Un local que pasa casi inadvertido, en pleno distrito de Chamberí, acoge una de las mayores despensas de la capital. Una organización que hace un trabajo silencioso, alejado de los focos de los medios de comunicación, se ha encargado de alimentar a unas 3.500 personas en plena pandemia por el coronavirus. Eso después de que la Fundación Pan y Peces, fundada hace una década, lograra solventar problemas de logística tales como la falta de mascarillas o la ausencia de voluntarios que llevaran los víveres a las viviendas de los más necesitados.
Al frente de esta organización está su directora Rocío Redondo Delgado, una mujer vital, apasionada de su labor de 61 años y madre de cuatro hijos –”quería haber tenido más y sin tener que ver nada con temas religiosos, soy una madrastra”, reconoce-. Junto a ella, está el presidente Javier Repullés Benito, padre jesuita que rechaza cualquier tipo de publicidad. “Comenzamos con un pequeño local en la zona del Rastro, con un cartel en la puerta y ya nos hemos tenido que mudar dos veces por la cantidad de personas a las que atendemos”, reconoce la directora.
De la noche a la mañana, como ocurrió en un Madrid noqueado por la pandemia, esta organización vio cómo se cerraba todo y los miles de alimentos almacenados en su sede no tenían salida. Justo en el momento, en el que más familias lo necesitaban, sobre todo, aquellas personas mayores que vivían solas y para las que la Fundación Pan y Peces eran su único sustento. Las mascarillas fueron su principal caballo de batalla. De hecho, se movilizaron por toda la ciudad e incluso fuera para conseguirlas. Uno de los integrantes de la ONG llamó a una farmacia y pidió que le vendieran todas las que tuvieran. La mujer que les cogió el teléfono le echó la bronca por pedir un material que, en su opinión, era necesario para los sanitarios. Cuando el responsable de Pan y Peces le explicó el motivo, la farmacéutica se quedó sin argumentos. Al final lograron superarlo y hasta una conocida marca como Gastón y Daniela les proporcionó mascarillas, en este caso, de un diseño único.
Otro problema fue la distribución de los alimentos. Rocío Redondo reconoce que aquellos días fueron agónicos, de no dormir y de llamar a todas las puertas por raras que parecieran. Si el reparto lo hacen con cita previa en su sede para evitar las famosas colas del hambre –”eso va en contra de la dignidad de las personas”, afirman los responsables de la ONG”-, ahora requerían cajas para llevarlos a las casas. “Llamé al Corte Inglés y les expuse el problema. Nos regalaron 2.000 sin preguntar nada más. Yo, cada vez que la gente se volcaba con nosotros, se me saltaban las lágrimas. El salón de mi casa se llenó de cajas de todo tipo de materiales”, afirma con emoción.
Pero quedaba repartirlo. Los voluntarios de Pan y Peces, algunos de ellos mayores, tenían que quedarse confinados en casa. El tiempo pasaba y sus familias se quedaban sin comida. Era una carrera contra reloj. El hambre no espera. Redondo levantó el teléfono y habló con la Consejería de Políticas Sociales, que le facilitó 50 voluntarios. Y faltaba el transporte. Otro SOS urgente. Ahí aparecieron Seur, Correos y Bomberos Unidos sin Fronteras (BUSF), para los que Redondo no para de soltar elogios. “Los tres colectivos se portaron de una forma única. A los bomberos ya les teníamos que decir que se marcharan a su casa, que tenían familias. Siempre con la sonrisa en la boca y queriendo trabajar incluso cuando no había repartos que hacer”, dice con orgullo.
El barrio de Salamanca
“Los voluntarios venían muchas veces en estado de shock. Hubo gente que se saltó todas las medidas de seguridad y les abrazó cuando les vio. Para muchos, sobre todo para los mayores, eran las primeras personas a las que veían en semanas y por fin superaban la desesperación de no tener nada que comer”, añade ahora con admiración. El reparto se hizo por toda la región, a municipios alejados como Arganda, Aranjuez o Collado Villalba. “Incluso en el barrio de Salamanca. Hay gente que se ha quedado en el paro, que lo está pasando mal y que le da vergüenza”, añade la directora.
El problema vino después, cuando parte de sus 400 socios con aportaciones periódicas empezaron a darse de baja. El que no estaba en un ERTE se había quedado sin empleo. Los ingresos empezaron a bajar y la ONG, que siempre va justa o incluso entra en números rojos, vio peligrar su futuro. En el momento que más se le necesitaba. El padre Javier Repullés llamó a un benefactor anónimo, cual especie de teléfono rojo, y logró resolver la situación.
Pero también hay críticas a la Administración en esta crisis: “Me parece lamentable que los servicios sociales cerraran cuando más se les necesitaba. Para poder entregar los alimentos a los que nos los piden y poder pasar las inspecciones de Cruz Roja [que les entrega parte de los alimentos] tienen que presentarnos un certificado de este departamento. Lógicamente nos lo hemos saltado, porque nadie en la Fundación Pan y Peces tiene la capacidad moral de negar un alimento a una persona que pasa hambre”.
La organización, que entrega una media de 35.000 kilos de alimentos al mes, cree que lo más duro de la crisis puede llegar en otoño e invierno, cuando muchas empresas cierren o se reduzcan los empleos. “Nos tememos que vamos a tener mucha gente esperando o llamándonos para que les ayudemos”, concluye con tono muy duro la directora.
La higiene, un aspecto fundamental
La higiene, un aspecto fundamental
Uno de los apartados que más llama la atención en la sede de Pan y Peces es el dedicado a la limpieza e higiene. Las espumas de afeitar están junto a los geles de ducha y las pastas de dientes. “Desde que comenzamos hace diez años, siempre hemos dado estos productos porque la gente tiene que ir aseada y la higiene también es salud. Muchas veces son productos caros y la gente tampoco puede comprarlos”, afirma su directora.
Durante la pandemia recibió la llamada de una mujer que quería ayudar. Rocío Redondo le dijo que comprara estos productos. A los pocos días, adquirió junto a sus amigas 1.000 geles, 1.000 botellas de lejía y 1.000 pastas de dientes. “La gente nos dio al final tantas mascarillas que pudimos incluso meter algunas en las cajas para que las familias pudieran salir a la calle”, concluye la directora.