Tribuna

Economía de plataformas, un caramelo envenenado

Las supuestas facilidades que presuntamente debería posibilitar este modelo acaban redundando en un extraordinario perjuicio para estos trabajadores y trabajadoras

Jaime Cedrún José María Martínez
Dos trabajadores de una empresa de reparto, en el centro de MadridCarlos Rosillo

La limpieza de la casa, una asesoría legal, la traducción de un texto, que nos traigan comida o un libro son actividades y tareas que cualquiera puede pedir cómodamente desde el móvil. Es tan sencillo y tan atractivo para el cliente, para el consumidor, que ni siquiera reparamos en que ese caramelo envuelto con un vistoso y brillante papel aloja en su interior un amargo veneno, el de la precariedad.

Porque esta metáfora, la del caramelo envenenado, representa una realidad que se ha vuelto tremendamente familiar. Economía de plataformas, colaborativa o digital son algunos términos para r...

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La limpieza de la casa, una asesoría legal, la traducción de un texto, que nos traigan comida o un libro son actividades y tareas que cualquiera puede pedir cómodamente desde el móvil. Es tan sencillo y tan atractivo para el cliente, para el consumidor, que ni siquiera reparamos en que ese caramelo envuelto con un vistoso y brillante papel aloja en su interior un amargo veneno, el de la precariedad.

Porque esta metáfora, la del caramelo envenenado, representa una realidad que se ha vuelto tremendamente familiar. Economía de plataformas, colaborativa o digital son algunos términos para referirse a un modelo de producción que tiene en los llamados, los repartidores, su figura más representativa. En grandes ciudades nos hemos acostumbrado a ver cómo estos trabajadores y trabajadoras, pertrechados con grandes mochilas, se echan a la calle sobre sus bicicletas para llevar pedidos a cualquier rincón de la ciudad y bajo cualquier circunstancia climática. Y lo hacen sometidos a la tiranía que les imponen, no solo las reglas ideadas por las empresas detrás de las aplicaciones, sino también sus pésimas condiciones laborales. Pero los no son los únicos.

Bajo el paraguas de los entornos digitales han florecido multitud de empresas que actúan como intermediarias entre la sociedad y estas personas que, como se hacía y se ha hecho desde tiempo inmemorial, ofrecen su fuerza de trabajo a cambio de un salario. Personal de limpieza, traductoras, abogados o repartidores sufren la explotación que supone ver mermados sus derechos laborales debido a las condiciones en las que se ven obligados a desempeñar su labor. Las supuestas facilidades que presuntamente debería posibilitar este modelo acaban redundando en un extraordinario perjuicio: bajo la figura de falsos autónomos, terminan por ofrecer un servicio del que son esas empresas de multiservicios digitales las grandes beneficiarias.

Por ello, desde CCOO no solo hemos insistido a lo largo de los últimos años en señalar, alertar y denunciar estas circunstancias en todos los ámbitos, sino que también hemos dedicado nuestros recursos a asesorar a muchos de esos profesionales. La cultura del emprendimiento individualista promocionada y difundida con avidez por el neoliberalismo no puede servir de coartada para mantener un modelo laboral basado en la precariedad y la explotación. Es tiempo de cambiarlo. Necesitamos nuevas reglas. Pero si las “grandes leyes” no llegan, hagamos otras “más pequeñas”: convenios colectivos. Como escribía Eduardo Galeano “gente pequeña, que en lugares pequeños, hace cosas pequeñas... que son las que cambian el mundo” y en ello estamos empeñados en el sindicato.

Jaime Cedrún es secretario general de CCOO Madrid y José María Martínez es secretario general de Servicios de CCOO.

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