La privatización del aliento

A partir de ahora tendremos más compasión a la hora de perfumar a los demás con nuestros fluidos aéreos

Una pareja pasea por el centro de MadridAndrea Comas

Estamos acostumbrados a ver el rostro de las personas con las que hablamos, pero no tanto a ver nuestro rostro cuando hablamos con las personas. Este fue uno de los grandes descubrimientos del confinamiento, nuestras propias muecas escuchando a los demás en las videollamadas. Hacernos conscientes de la cara de tedio ante las desgracias ajenas o aprender a forzar aún más la sonrisa para mostrar máximo interés. La vida dejó de ser un videojuego en primera persona. Qué raro.

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Estamos acostumbrados a ver el rostro de las personas con las que hablamos, pero no tanto a ver nuestro rostro cuando hablamos con las personas. Este fue uno de los grandes descubrimientos del confinamiento, nuestras propias muecas escuchando a los demás en las videollamadas. Hacernos conscientes de la cara de tedio ante las desgracias ajenas o aprender a forzar aún más la sonrisa para mostrar máximo interés. La vida dejó de ser un videojuego en primera persona. Qué raro.

En el frenético avance de la vida contemporánea vivimos un giro dramático y nuestro rostro de átomos desaparece tras la mascarilla

Ahora está de moda eso de la “escucha activa”, el escuchar más y mejor, pero con el reflejo de mi propia cara en la pantalla me concentraba aún menos en lo que decía el otro (y ya es decir). Mi faz me resultaba hipnótica, ineludible y me dedicaba a desarrollar técnicas de reconocimiento facial con inteligencia humana y no artificial. ¿Eso son legañas? No te saques los mocos. ¿Cómo combatiré esas ojeras? Los miopes tenemos mirada soñadora. Voy a poner morritos. ¡Debería haberme duchado!

Ahora que las videollamadas ya están demodé, en el frenético avance de la vida contemporánea vivimos un giro dramático y nuestro rostro de átomos desaparece tras la mascarilla. Lo que se nos devuelve no es nuestra imagen facial, sino nuestro aliento.

La privatización del aliento es la quintaesencia de las privatizaciones propias del dogma económico dominante. Adiós aliento popular revolucionario. Con lo hermoso que era socializarlo cada mañana en el metro, en la oficina, con nuestras parejas o seres queridos.

En la Nueva Normalidad que va llegando somos perfectamente conscientes de lo que comemos, de lo que fumamos, o de cuánto alcohol hemos bebido: nuestras mascarillas podrían presentarse como prueba de la acusación. Nuestros hábitos se vuelven contra nosotros mismos dentro de nuestro bozal. Me pregunto si esto afectará a la industria del ajo. Igual España ha dejado de oler a ajo, como observó Victoria Beckham cuando pisó este país.

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Además, las mascarillas ya son un nuevo complemento con el que reafirmar nuestra identidad: ya hay por la zona Callao tiendas exclusivamente dedicadas a la venta de una amplia variedad de diseños, igual que los hay de carcasas de móvil, una para cada ciudadano, una para cada estilo de vida, una para hacernos únicos. Y aprendemos a reconocernos de las mejillas para arriba y a comunicarnos utilizando nuevos gestos de las cejas, nuevas configuraciones de la musculatura ocular y la caída lánguida de las pestañas. Como en el lenguaje de los abanicos, aprendemos nuevas formas de decir “te quiero”.

El aliento siempre había estado ahí, pero de puertas para afuera. La flamante conciencia de nuestro aliento, el control estrecho de nuestros fluidos aéreos, puede sentar nuevos fundamentos en esta Ética de las Gotículas que aprendemos a marchas forzadas: ahora que sufrimos en nuestras propias narices los efluvios que nos surgen del gaznate, seremos más compasivos a la hora de perfumar al prójimo.

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