“Tengo 83 años y a mí el bicho ese ya no me ataca”
La policía y la Guardia Civil han vivido anécdotas durante el estado de alarma, en las que se juntan la picaresca y el drama
El estado de alarma por la pandemia ha dado un sinfín de anécdotas y situaciones a la policía y a la Guardia Civil. Los más de dos meses de confinamiento, de fases y de controles han motivado situaciones en las que se junta la picaresca, a veces salpicados por el drama y en muchas por la intención de sus protagonistas de hacerse los listos y saltarse las prohibiciones.
En busca de la prostituta. La Guardia Civil intensificó la vigilancia en las ...
El estado de alarma por la pandemia ha dado un sinfín de anécdotas y situaciones a la policía y a la Guardia Civil. Los más de dos meses de confinamiento, de fases y de controles han motivado situaciones en las que se junta la picaresca, a veces salpicados por el drama y en muchas por la intención de sus protagonistas de hacerse los listos y saltarse las prohibiciones.
En busca de la prostituta. La Guardia Civil intensificó la vigilancia en las autovías radiales para evitar que los madrileños se saltaran el confinamiento y se marcharan a ver a familiares o a sus segundas residencias. En los primeros días del estado de alarma, montó un control masivo con numerosos agentes en la autovía de Extremadura (A-5), en el que paraban a todos los vehículos. En esas fechas, les resultaba raro ver a tantas personas que iban en un mismo turismo, pero muchas veces se debía a obreros de una misma empresa o padres que llevaban a sus hijos a otros progenitores para cumplir la sentencia de divorcio, según agentes del instituto armado. El que casi se quedó sin palabras fue un sargento de Tráfico que, al parar a un conductor, le dejó muy claro que volvía de buscar a una prostituta. La mujer, que iba vestida de manera bastante llamativa, no lo negó en ningún momento. La consecuencia: denuncia para ambos. Esta vez el encuentro sexual le salió bastante más caro.
Entre los sacos de patatas. La Policía Municipal de Madrid también vigiló las carreteras de salida. Al comienzo del estado de alarma, los agentes pararon un Seat León en la autovía de Barcelona (A-2), en sentido salida. Cuando el conductor bajó la ventanilla, vieron que lleva el interior lleno de sacos de patatas. El hombre explicó que iba a un mercadillo de Alcalá de Henares a venderlas y a sacarse unos euros para pasar el confinamiento. Lo mejor de la situación estaba por llegar. En los asientos de atrás, escondida entre los sacos, estaba su mujer. De nuevo, sanción para ambos y vuelta por donde habían venido.
Alcalá repite. Por esas fechas, los agentes pararon otro vehículo, en el que iban una mujer, su hija y los tíos de la primera. Los policías municipales se quedaron sorprendidos de ver a tanta gente, cuando estaba prohibido salir de casa y menos viajar tanta gente en un mismo coche. La conductora les dijo que iban a llevar a la niña al hospital porque se encontraba mal. Al ver su domicilio, en la avenida de Asturias, le dijeron que le correspondería La Paz o el Ramón y Cajal. “Ya, pero es la niña quiere el de Alcalá, porque la tratan mucho mejor”, dijo la mujer. El contenido del maletero les delató: carne y fruta para pasar el día con otros familiares.
La insistencia tiene premio. La Guardia Civil ha tenido fichados a más de un infractor. De hecho, los agentes de Tráfico han llegado a sancionar hasta en siete ocasiones a dos jóvenes que viajaban de manera habitual en un vehículo. Estos, que se saltaban a la torera el confinamiento, acabaron detenidos por desobediencia, además de propuestos para sanción. Algo similar le ocurrió a un cliente de un Cabify, que se movía por la zona norte de la región vendiendo droga al menudeo.
Un despiste muy caro. En la capital, se dio una anécdota con un vecino de Madrid que fue detenido en la salida de la autovía de Valencia (A-3) en la operación salida de la Semana Santa. Los policías municipales le registraron una vez y vieron que iba cargado de maletas, por lo que le multaron. A la hora, regresó al mismo control. “Ay, es que me he confundido”, les dijo. “No se preocupe, caballero, le volvemos a multar para que no se confunda más. Cada vez que pase, se lo recordaremos con una nueva sanción”, le dijo con ironía el agente. Ya no le vieron más.
En Tres Cantos sí hay playa. Los moradores de una urbanización de 21 chalés de Tres Cantos decidieron en plena Semana Santa celebrar su particular fiesta veraniega. Salieron todos a la calle con toallas, chanchas, hamacas, sombrillas y hasta colchones inflables. Cuando llegaron los guardias civiles, no daban crédito a lo que estaban viendo. La situación era rocambolesca, en pleno confinamiento. El fin de la fiesta terminó con todos identificados y propuestos para sanción.
El café semanal con las amigas. Los controles de la Policía Municipal han dado para mucho. Una vez, al comprobar un autobús procedente de Las Rozas, se toparon con una mujer de 83 años que había quedado con tres amigas suyas de 80 años para tomar un café, como hacía “todas las semanas”. Cuando los funcionarios le dijeron que era muy peligroso y que ella estaba en la población con mayor riesgo, la mujer se lo negó: “Tengo 83 años y a mí el bicho ese ya no me ataca”. Se llevó la correspondiente denuncia y se quedó sin el café semanal con las amigas.
El obrero en escúter. Los policías municipales pararon a un hombre en la autovía de Andalucía (A-4) que iba en escúter. Cuando le preguntaron adónde se dirigía, este les dijo que a un pueblo de Sevilla a ayudar a su padre que se estaba haciendo una casa en el campo. Eso sí, iba a coger un coche que tenía aparcada a unos kilómetros para llegar a su destino. Según su versión, era el único de la familia que sabía de albañilería y, por tanto, el único que podía ayudarle. Su hemano menor no tenía tanta destreza con la paleta y el cemento. Llevaba hasta una fotografía del DNI de su progenitor para dar veracidad a su historia.
El ataque de ansiedad de la novia. Algo similar ocurrió en otro control, cuando los agentes detuvieron a un conductor joven. Al preguntarle el motivo de su desplazamiento, les comentó que su novia estaba sufriendo “un ataque de ansiedad” y tenía que ir a consolarla. Lógicamente, la mujer se quedó sin su consuelo y el hombre recibió una propuesta de sanción.
La picaresca de la cesta de la compra. La Guardia Civil detectó con un delincuente habitual del sur de la región llevaba de forma habitual una bolsa con tetra briks de leche. Cuando los agentes le paraban, siempre alegaba que regresaba de comprar productos de primera necesidad. Lo que no tenía tan claro este individuo es que eso no sirve de excusa cuando le paraban a las 23.30 y la leche la vende un supermercado que cierra a las 19.30. Igual les pasó a los policías municipales que vieron salir de su casa a un hombre con la compra ya hecha a primera hora de la mañana. Para poder salir a la calle, había metido en una bolsa una botella de leche y un paquete de arroz, por si le paraban. Evidentemente, con lo que no contaba era que no tenía ningún tique de compra.
“Agente, no sé ni dónde estoy”. En medio de tanta picaresca, también se han dado casos dramáticos. Eso sí, son los menos. Un policía municipal paró a un motorista, justo cuando se cumplían 50 días del inicio del confinamiento. El conductor, de 46 años, le respondió sin tapujos: “Agente, no sé ni dónde estoy”. El hombre se había saltado la prohibición y comenzó a circular sin rumbo por la M-30, la A-1 y la M-40 hasta que le pararon. “Me he tenido que marchar de casa porque no aguanto más a mi mujer. Era marcharme o hacer una locura. Quizás cuando vuelva, me encuentre con que no puedo entrar en casa”. Acto seguido, se echó a llorar y casi sufrió una crisis de ansiedad. “Denúncieme y haga lo que considere oportuno, pero ya no podía más”.
Los dueños de los perros, unos atletas. La vigilancia por los campos también ha dado sus frutos a la Guardia Civil. Han sido bastantes los dueños de perros que los sacaban a pasear a varios kilómetros de distancia. Cuando veían a la patrulla, iniciaban unas carreras campo a través que parecían atletas profesionales. Pensaban erróneamente que, cuando los identificara la patrulla, no los propondría para sanción porque ya estaban cerca de su casa.
El cigarro en la calle sabe mejor. En la confluencia de las calles de López de Hoyos y Cartagena, dos policías municipales se encontraron con un hombre sentado en un banco fumando un cigarro. Cuando le preguntaron por qué estaba allí, el vecino no se cortó un pelo: “En mi casa no me dejan fumar y además, aquí el tabaco sabe mejor”. Lo que no se sabe si le supo tan bien fue la propuesta de denuncia. En el mismo distrito de Salamanca, los agentes encontraron en pleno confinamiento a una pareja tomando unas cervezas y una bolsa de patatas fritas. La respuesta fue sencilla: “Es que aquí se está muy bien”. No opinaron lo mismo los policías, que rellenaron el acta de sanción.
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El dinero estaba a la otra punta de la ciudad
La Policía Municipal ordenó parar en una calle de Carabanchel a un hombre a los mandos de un coche. Los agentes les preguntaron adónde iban en pleno confinamiento, ya que estaba prohibido circular salvo causa justificada. El conductor les respondió que tenían problemas económicos y que habían quedado con un amigo en el distrito de Barajas que le iba a prestar dinero.
La excusa no sonó bien a los policías, que le dijeron que podía hacerle una transferencia o mediante un envío rápido a través del teléfono móvil. El hombre les contestó que no, que prefería “el cara a cara” para agradecérselo a su conocido. Con lo que contaba es con que los agentes le pidieran que abriera el maletero. Al ver su contenido, su particular se vino abajo. Las cervezas le delataron al instante.