Miguel Maldonado: “El humor es un servicio público"
El cómico, último discípulo de Andreu Buenafuente, se vale de sus experiencias durante el confinamiento para arrancar risas incluso en mitad de la tragedia
Miguel Maldonado (Murcia, 34 años) es poco dado a la aventura. Antes de la epidemia ya se encerraba en su pisito del cogollo madrileño con profusión de vegetación y una espléndida terraza: “Nos han engañado, el apocalipsis debía parecerse a las cintas de acción dirigidas por Michael Bay, no a una película de Isabel Coixet en la que todos miran al techo y se hacen preguntas trascendentales”. El humor, dice, es como su ropa de e...
Miguel Maldonado (Murcia, 34 años) es poco dado a la aventura. Antes de la epidemia ya se encerraba en su pisito del cogollo madrileño con profusión de vegetación y una espléndida terraza: “Nos han engañado, el apocalipsis debía parecerse a las cintas de acción dirigidas por Michael Bay, no a una película de Isabel Coixet en la que todos miran al techo y se hacen preguntas trascendentales”. El humor, dice, es como su ropa de estar por casa. Y estos días no viste otra prenda.
“Me siento culpable por lo a gusto que estoy enclaustrado”, confiesa. El cómico ha acuñado un término para referirse al conjunto estrella del confinamiento: “pijamisa”, la mezcla del pijama y la camisa. Un atuendo imposible que marca tendencia en las video llamadas de trabajo. Maldonado lo utiliza para algunas de sus apariciones en Late Motiv, el programa nocturno de Andreu Buenafuente. También recurre a ello en No te metas en política (NTMEP), un espectáculo cuya paternidad comparte con Facu Díaz y que han recuperado en versión casera durante el confinamiento. Todo se retransmite desde casa: recién duchado y en pantuflas. La vida ha cambiado de improviso, y el humor con ella.
La producción se esfuerza por adaptarse a las circunstancias. La imagen y el sonido mejoran en cada emisión. Los presentadores graban desde sus cámaras web y el equipo técnico se afana en pulir el material bruto. Un reto, el de exprimir cada toma, que a Maldonado le retrotrae al pasado, pues su despunte sucedió en Internet. Pasó de último mono como realizador en 2014 de La Tuerka —el magacín televisivo que presentaba Pablo Iglesias— a codirigir tres años después su propia función, que hoy cuenta con 125.000 suscriptores en YouTube. Y de ahí, a los escenarios de Movistar+.
“Me puse por primera vez frente a la cámara de manera muy casual. Facu Díaz necesitaba que alguien le diera la entrada a su monólogo y lo hice yo. Funcionó, así que comenzamos a hacer la sección humorística. Se llamaba La Tuerka News. Aquel, relata, era un programa con pocos medios, aunque “la derecha se empeñaba en hacer ver que entraba el dinero venezolano a espuertas”. Comenzó con la serie Ciudadano y comunista, que ironizaba sobre las dos almas que conformaron el Podemos de la época. La primera, enraizada en las plazas ocupadas durante el 15-M, y la segunda, heredera de una tradición marxista.
Su sátira política ahora tiene mayor altura. Vocación de cultura popular. Pretende hacer reír a un público amplio, que no siempre está familiarizado con las luchas cainitas en los partidos. ¿Acaso es el cómico un nuevo tertuliano? “En relación al número desde luego que sí, porque nosotros salimos de debajo de las piedras. En cuanto a la insensatez, también. Solo espero que nuestro trabajo de más satisfacciones al público. En todo caso, es mejor que no hagan mucho caso ni a unos ni a otros”.
Su mayor fuente de inspiración, revela, es la vida cotidiana: “Estos son tiempos difíciles, pero contamos con una ventaja, porque el confinamiento nos iguala. Encerrados en casa, todos vivimos situaciones parecidas y eso te permite conectar con el espectador. La gente quiere encontrar el chiste en la crisis. Olvidar por unos minutos el drama. Ofrecemos un servicio público”. El tono del humor se vuelve costumbrista. Y la reacción del público, que llenaba la Sala Mirador de Lavapiés cada jueves para verle junto a Facu Díaz, ya no es un termómetro posible: “No puedes recurrir a las reacciones del auditorio para saber si lo que estás diciendo funciona bien”.
Con el estudio casero donde graba le ayuda su novia. “Pensamos el decorado entre los dos. Es un rodaje de chorradas y lo pasamos en grande”, cuenta él. Ella, además, ha cosido mascarillas para toda la comunidad de vecinos. Las ofrece mediante un cartel manuscrito colgado junto al ascensor. Quien las necesite, puede recogerlas en el rellano de la pareja. Uno y otra prefieren que se mantenga en secreto el barrio donde viven. Maldonado se asoma de cuerpo entero a la industria del entretenimiento. Y su incipiente fama todavía le merece respeto.
En esa popularidad tiene mucho que ver la fábrica de discípulos de Andreu Buenafuente. En una entrevista concedida a EL PAÍS, el cómico catalán admitía que tras retirarse será conocido “más que por lo que hice, por lo que ayudé a que se hiciera”. Maldonado ha sido el último en llegar a esa lista de talentos patrocinados por El Terrat, que también engrosan David Broncano y Jordi Évole, Berto Romero o Bob Pop. El triunfo de la comedia de autor, sin trucos ni artificio, donde destaca la personalidad por encima del chiste.
Quizá por ello se ha hecho hueco un tartamudo como Maldonado. “Soy una gaita, tengo que llenar de aire el fuelle para seguir sonando”, ríe. Hablar en público supuso para él una suerte de terapia: “Vives con miedo a trancarte, pero en cuanto te pasa entiendes que no es tan grave. Por lo general todo el mundo se muestra compresivo”. A partir de ahí, desató una liberación dentro de sí mismo que le mantiene enganchado al oficio. En la búsqueda del chiste que trascienda, “como los que hacían Chiquito o Eugenio”.
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