Wifi o tabaco, tensión en los centros de menores
Sin espacio para aislar a los contagiados, el confinamiento pone de relieve las deficiencias de la acogida
“El otro día, un grupo de chavales amenazó con no comer si no les dábamos wifi o tabaco”, dice J. H., una de las educadoras sociales del centro de primera acogida de Hortaleza, que prefiere no revelar su identidad. Los jóvenes se plantaron en una huelga de hambre y hubo que recurrir a la ayuda de un mediador. “Sé que al final comieron, pero no sé si cenaron”, añade la trabajadora. En este centro de Hortaleza conviven unos 80 jóvenes de entre 14 y 18 años, además de un grupo que, por falta de espacio, tuvo que ser derivado del centro Isabel Clara Eugenia (ICE). Estos centros ya superaban su cap...
“El otro día, un grupo de chavales amenazó con no comer si no les dábamos wifi o tabaco”, dice J. H., una de las educadoras sociales del centro de primera acogida de Hortaleza, que prefiere no revelar su identidad. Los jóvenes se plantaron en una huelga de hambre y hubo que recurrir a la ayuda de un mediador. “Sé que al final comieron, pero no sé si cenaron”, añade la trabajadora. En este centro de Hortaleza conviven unos 80 jóvenes de entre 14 y 18 años, además de un grupo que, por falta de espacio, tuvo que ser derivado del centro Isabel Clara Eugenia (ICE). Estos centros ya superaban su capacidad antes de la pandemia del coronavirus, por lo que ahora están desbordados.
Al igual que las residencias de ancianos, los CIES o los centros penitenciarios, los centros de menores se han convertido en un polvorín. “No hay espacio para aislar a los contagiados, ni siquiera para mantener la distancia de seguridad”, advierte Cristina Otero, portavoz de la Plataforma Hortaleza por la Convivencia. Desde el inicio de la crisis sanitaria, tanto el centro de Hortaleza como el ICE no derivan a los menores a otros centros. “Pueden entrar, pero no salir: se forma un tapón”.
El confinamiento complica la convivencia, y no solo en el centro. “Hay casas compartidas por dos o tres familias y eso trae dificultades”, comenta Carla Carbó, educadora social de la Asociación Barró, dedicada al apoyo de personas en riesgo de exclusión social. “Hacemos seguimiento telefónico y tememos que, cuando esto acabe, haya muchas situaciones que reparar debido a los momentos de estrés y tensión que se hayan podido vivir en estas casas”, apunta Esther Galante, directora de la asociación.
Tanto si el menor llega a encontrarse en un ambiente de violencia en casa como si sus padres o tutores se han contagiado del virus y no tienen redes familiares o de apoyo que se hagan cargo, son los servicios sociales los que se ocupan de estos niños y niñas. “Están siendo trasladados a centros de primera acogida, no hay otra”, comenta Alicia Corral, educadora social de la Asociación Jaire, que trabaja en el barrio de Prosperidad.
En el centro de Hortaleza es difícil seguir un protocolo de seguridad y prevenir los contagios. "Ahora mismo contamos con mascarillas, guantes que llegan de cuando en cuando... y un termómetro que funciona regular", dice J. H. Al otro lado del teléfono parece tener la voz cansada. Ella, al igual que varios trabajadores del centro, están de baja laboral por la posibilidad de haberse contagiado. "Llevaba 10 días trabajando y encontrándome mal, pero no sabía si era por la presión, por la ansiedad o porque tenía el virus", reconoce.
El control médico es insuficiente. Los menores se mantienen asintomáticos, aunque a veces tosen con fuerza en el codo o se quejan de dolor de cabeza. "No se están haciendo test, por lo que es difícil tener una contabilidad de casos". Los jóvenes procuran lavarse las manos con frecuencia y hacen dos turnos de comida para intentar mantener la máxima separación posible, "aunque los días de lluvia no tienen más remedio que juntarse todos en la sala de la tele". No hay historial médico de la mayoría de los menores.
Sin otro entretenimiento, solo les queda hacer los deberes que les han encargado los profesores del colegio que hay en el interior del mismo centro y el cual también cerró. Lograr que mantengan el ritmo escolar durante la cuarentena es casi imposible. "Pero se están portando mejor de lo que esperábamos, incluso nos ayudan a limpiar y desinfectar", explica J. H. La mayoría del personal de limpieza también está de baja.
Educadores en alerta
Otra de las grandes ausencias durante el confinamiento es el control policial. Tanto Cristina como J. H. notan que hay menos vigilancia. "Llegan temprano, pero se marchan a las diez de la mañana, justo cuando los chavales se despiertan". Algunos aprovechan para saltar el muro y buscar colillas. "Se escapan, se van al parque, puede que hagan algún trapicheo. Mantener controladas las adicciones está siendo incluso más difícil que antes", puntualiza J. H. Aquel intento de huelga por falta de cigarrillos o wifi puso en alerta a los educadores. No descartan un motín en próximos días.
En España hay un mal que se transmite casi a la misma velocidad que lo hace la pandemia: la pobreza, al igual que muchas enfermedades, se propaga, se hereda y se cronifica. Hasta ahora, casi una de cada diez familias reconocía tener “mucha dificultad” para llegar a fin de mes. En la región, más de 228.000 menores de 16 años viven en riesgo de pobreza y exclusión social. Y, en todo el país, se estima que uno de cada cuatro niños permanecerá así en 2030, según un estudio realizado por la ONG Save the Children. La cifra de parados se ha elevado este mes a los 3,5 millones.
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