El ladrón y el falsario: los jefes de la Iglesia que convirtieron Santiago en el otro Jerusalén
Nuevos trabajos inciden en las figuras de Diego Gelmírez y Pedro Marcio como claves en la campaña propagandística que hizo del apóstol el patrón de España, a lomos de un caballo blanco en una batalla que, según los historiadores, tampoco existió
Todas las guerras crean sus hitos y sus mitos y adornan la leyenda de sus héroes. Es una forma eficaz de despertar y enardecer el sentimiento patriótico, de reforzar la causa por la que se lucha, aunque esta no sea, muchas veces, más que el interés particular de unos líderes. Así, según el mito, hacia mediados del siglo IX cayeron en el campo de batalla de la localidad riojana de Clavijo “70.000 sarracenos” y los cristianos se libraron, de una vez por todas, de la obligación de entregarles cada año cien doncellas. Y todo gracias a la fe de un rey, Ramiro I, que la noche antes ...
Todas las guerras crean sus hitos y sus mitos y adornan la leyenda de sus héroes. Es una forma eficaz de despertar y enardecer el sentimiento patriótico, de reforzar la causa por la que se lucha, aunque esta no sea, muchas veces, más que el interés particular de unos líderes. Así, según el mito, hacia mediados del siglo IX cayeron en el campo de batalla de la localidad riojana de Clavijo “70.000 sarracenos” y los cristianos se libraron, de una vez por todas, de la obligación de entregarles cada año cien doncellas. Y todo gracias a la fe de un rey, Ramiro I, que la noche antes soñó con la visita del Apóstol Santiago. A la jornada siguiente el santo se presentó vestido de blanco, sobre un caballo blanco, cortando cabezas de infieles. La intervención del apóstol en esa contienda, repetida en cientos de imágenes, apuntalada a través de la escritura y el arte en el imaginario colectivo, acabó justificando un impuesto que toda España tuvo que pagar durante más de medio milenio a la Iglesia Compostelana.
El llamado Voto de Santiago, instituido como un eterno agradecimiento de los cristianos al apóstol por su protección, fue aumentando a medida que se reconquistaban territorios y potenciado por monarcas como los Reyes Católicos. Y pese a la oposición creciente de los campesinos a pagar una renta de la que se beneficiaban los canónigos, el hospital real de Santiago o la capilla de música, no fue abolido hasta las Cortes de Cádiz en 1812 y luego todavía perduró un par de décadas, hasta después de la muerte de Fernando VII.
Con ese torrente económico, el cabildo pudo pagar holgadamente el Pórtico de la Gloria, el Coro Pétreo del Maestro Mateo y cuantas riquezas engalanaron con el mejor arte de vanguardia la Catedral de Santiago desde el siglo XII. Pero todo, según la mayoría de los historiadores modernos, fue un invento. Clavijo no habría sido una batalla, sino un relato mitificado e hiperbólico que mezclaba las crónicas de otros choques bélicos. Y esa historia del Santiago Matamoros habría nacido de la impagable imaginación de un canónigo y cardenal del siglo XII: Pedro Marcio.
Marcio ha pasado a la historia como autor de la que hoy se considera una de las grandes falsificaciones de la Iglesia, el diploma del Privilegio de los votos, que él justificó como una copia de un supuesto cartulario del siglo IX que recogía la voluntad del rey astur Ramiro I, aquel que habría soñado con un Santiago guerrero a caballo. Además de la profunda investigación del Voto de Santiago llevada a cabo, a lo largo de su carrera, por Ofelia Rey (Premio Nacional de Historia 2022), varios autores tocan este asunto en sus últimas obras. De forma tangencial, lo hace Rocío Sánchez Ameijeiras en su libro Conversaciones en la Catedral (Ediciones Universidad Salamanca, 2025), acerca de las innovadoras sepulturas del Panteón Real de Santiago (con sus monarcas en tres dimensiones y dormidos) y sus conexiones con los mausoleos aristocráticos del norte de Francia. Y también lo aborda José Miguel Andrade Cernadas, recién distinguido con el premio de la Crítica de Galicia por su ensayo As peregrinacións a Compostela: mito, historia e falsidades (Xeráis, 2024). Ambos son catedráticos de la Facultad de Historia en la Universidade de Santiago (USC). El caso de la construcción, a través de los manuscritos medievales, del relato del Santiago guerrero y sus consecuencias políticas fue tratado además en una reciente jornada, organizada por el Consello da Cultura Galega y coordinada por el investigador del arte Francisco Prado-Vilar, en la isla de San Simón (Redondela, Pontevedra): El pergamino iluminado: Arte, música y tecnología en el estudio del Códice Medieval.
“Las falsificaciones de documentos eran bastante habituales” en la Edad Media, explica Andrade. Eran los panfletos fake de la época, aunque no todos con consecuencias tan secularmente largas y sustanciosas como el Voto. “Ya contase con algún fundamento diplomático anterior —como argumentó Fernando López Alsina—, ya fuera una invención radical de Pedro Marcio, del documento falso se esperaba obtener buenas rentas”, describe en su libro Sánchez Ameijeiras, y es que “en señal de agradecimiento por el auxilio de Santiago en la batalla, obligaba al pago anual de una medida de trigo y vino por yugada a la basílica apostólica por toda Hispania”. Este pago en especie —la obligación de entregar al cabildo compostelano trigo y vino por cada superficie de tierra que fuese capaz de arar una yunta de bueyes en un día—, se fue transformando y monetizando con el tiempo.
La palabra usada para referirse a los hechos que llevaron al descubrimiento del presunto sepulcro de Santiago el Mayor en Galicia entre el 820 y el 830 es “inventio”, que en latín significa “invención” o “hallazgo”. Ahí nació el relato, la tradición, del prodigioso enterramiento del apóstol arribado en una barca de piedra por el que hoy sigue llegando a Compostela un río de peregrinos: 520.000 en lo que va de año, 291.000 extranjeros. Tres centurias después de la inventio, fraguaba la “reelaboración caballeresca y marcial de la figura del apóstol” muerto en Jerusalén en el 44 después de Cristo, “definitivamente consagrada con la redacción del espurio Privilegio de los votos” por Marcio, señala la especialista en arte medieval. La asociación de Santiago con un monarca en guerra contra los musulmanes “cristalizaría” además (unos 20 años después del documento de Marcio) “en la fundación de la Orden de Caballería de Santiago en 1170, promovida por Fernando II”, pero apoyada por el arzobispado, que consiguió que el papa Celestino III reconociese el voto dos años más tarde.
El pío ladrón
Dentro de su producción literaria, a Marcio también se le atribuye la autoría del tercer libro de la Historia Compostelana, una obra promovida en la primera mitad del siglo XII por el primer arzobispo de Santiago, Diego Gelmírez, de nuevo con fines propagandísticos de su gobierno de la sede apostólica, que se convirtió desde entonces en una meta de peregrinación a la altura de Jerusalén y Roma.
Y es en esa misma obra, la Historia Compostelana —aunque en el capítulo I, 15— donde aparece el relato triunfal de uno de los robos más rocambolescos, aplaudido y bautizado ya en su momento en Galicia como Pío Latrocinio, y dirigido personalmente por el propio arzobispo Gelmírez, un personaje de profunda huella histórica, hoy con calle en las principales urbes gallegas. “Braga, diciembre de 1102. En el transcurso de una aparentemente inocente visita pastoral a las posesiones que la iglesia compostelana tenía en la zona norte de Portugal, Diego Gelmírez se hacía con un importante número de reliquias, despojando a aquellas tierras de sus celestiales protectores”, resume Rafael Fandiño en los Cuadernos de Estudios Gallegos (CSIC, 2017). El suceso fue “calificado de robo”, dice, en Portugal, pero en la crónica dictada por el arzobispo gallego aquel había sido un hurto piadoso, con la intención de engrandecer el prestigio de Santiago y salvar los restos de los mártires San Fructuoso, San Cucufate, San Silvestre y Santa Susana del abandono y la ruina en la que se hallaban los templos de Braga.
El Pío Latrocinio, objeto del documental del mismo nombre del realizador compostelano Fernando Cortizo (2024), es una peripecia digna de cine que también aborda José Miguel Andrade en su ensayo premiado. El historiador recalca que el fenómeno de las peregrinaciones, más vivo que nunca en el presente, está cuajado de mentiras, empezando por “la más grande”, la atribución de unos restos humanos antiguos —de un esqueleto decapitado— a un apóstol que probablemente jamás llegó a España ni fue trasladado por sus discípulos, como cuenta la leyenda, una vez muerto, desde el puerto de Jaffa (Israel).
El autor explica que, pese a que la creencia prendió enseguida, ningún papa se atrevió a confirmar la autenticidad de los huesos de la catedral gallega hasta el siglo XIX, un momento en el que todas estas cuestiones milagrosas estaban en entredicho y el suculento Voto de Santiago se había erradicado. El fenómeno jacobeo se había desinflado, pero en unas excavaciones aparecieron unos restos perdidos. Tres profesores de la USC fueron llamados por el arzobispo en 1879 para analizarlos. Concluyeron que pertenecían a tres individuos muy antiguos. El 1 de noviembre de 1884, el papa León XIII publicó la bula Deus Omnipotens, en la que confirmaba la autenticidad de esos huesos como los del apóstol Santiago y sus dos discípulos, Teodoro y Atanasio. “Quedan, con el decreto pontificio, superadas para siempre jamás antiguas cavilaciones”, zanjaba el telegrama enviado a Galicia por el cardenal Domingo Bartolini, prefecto de la Congregación de Ritos.