Zaplana, visto para sentencia, ante su imagen y honorabilidad
El expresidente de la Generalitat ha guardado la compostura durante el juicio, visto para sentencia, en el que se ha hablado de delitos, amistades y valentía
Eduardo Zaplana ha acudido, pese a que podía ausentarse, a todas y cada una de las sesiones del juicio, que ha quedado visto para sentencia, en la que se decidirá si es responsable de los delitos de prevaricación, cohecho y blanqueo, entre otros. Desde el 21 de marzo se ha sentado junto a la que fue su secretaria durante más de 30 años, Mitsouko Henríquez, también imputada, en una esquina de la hilera de sillas preparadas para los 14 acusados que, en su mayoría, dejaron de ir a la sala una vez fueron interrogados. El ex...
Eduardo Zaplana ha acudido, pese a que podía ausentarse, a todas y cada una de las sesiones del juicio, que ha quedado visto para sentencia, en la que se decidirá si es responsable de los delitos de prevaricación, cohecho y blanqueo, entre otros. Desde el 21 de marzo se ha sentado junto a la que fue su secretaria durante más de 30 años, Mitsouko Henríquez, también imputada, en una esquina de la hilera de sillas preparadas para los 14 acusados que, en su mayoría, dejaron de ir a la sala una vez fueron interrogados. El expresidente de la Generalitat y exministro de Trabajo ha acudido puntual a las sesiones, en ocasiones maratonianas. Apenas ha salido de la sala durante los escasos descansos que ha habilitado el presidente del tribunal. Ha permanecido casi siempre impasible y ha cambiado de posición prácticamente solo para beber agua, en botella de plástico (más de una, según la sesión). La salida, cada día, del juzgado se ha revestido de los mismos tintes de aparente serenidad. Zaplana ha mantenido la compostura. Y le ha preocupado la imagen que ha dibujado la Fiscalía “una imagen y una idea de una mente criminal que usa y abusa de sus relaciones personales”, según le recriminó. En el último turno de palabra, el exministro dijo no haber cometido ninguna ilegalidad pero se entretuvo mucho más en hablar de sus amigos, de sus equipos, del honor de haberse podido dedicar a la política y en mostrar su incomodidad por haber sido escrutado, incluso al investigar sus agendas personales.
Los días en tres actos
Los tres actos (llegada, sesión y salida) en los que han consistido los días de Eduardo Zaplana durante semanas han tenido, sin embargo, momentos en los que el aplomo ha menguado.
El día que iba a ser interrogado, el durante años todopoderoso Zaplana llegó rodeado por una nube de cámaras de televisión y periodistas a la puerta del juzgado, al que accedió sin pararse. “Haz la cola, que yo estoy desde temprano, haz la cola”, le reprochó una mujer que luego admitió no haber reconocido a quien también fue portavoz del Gobierno. Con una sonrisa de contrariedad, el dirigente del PP siguió su camino.
El sosiego con el que ha abandonado habitualmente las dependencias judiciales desapareció el día que el fiscal Anticorrupción hizo el relato final de la acusación. Durante más de cuatro horas, el representante del ministerio público, encargado de la defensa de los derechos de los ciudadanos y del interés general,desgranó la versión de la policía judicial sobre la vida de Zaplana después de, supuestamente, cobrar las mordidas procedentes de los amaños de dos adjudicaciones, la de las estaciones de servicio de las ITV y la del parque eólico. El fiscal habló, sin titubear, de la “maquinaria de inversiones” que se desplegó con la repatriación del dinero procedente de comisiones ilegales y recordó que en los registros se intervinieron 19.000 euros en efectivo a Zaplana y otros 50.000 a su secretaria personal: “¿Cuánto dinero en metálico necesita esta persona en su día a día? Esto es incompatible con la vida de una persona real”, dijo. Le comparó con un hurón cuando relató cómo llegaba a la casa en la que vivía, por el garaje y el montacargas, presuntamente adquirida con dinero de las mordidas aunque a nombre de su amigo de la infancia, Joaquín Barceló, quien ha confesado ante el tribunal ser testaferro del expresidente autonómico. Y, sin beber ni un sorbo de agua, el fiscal le habló, a menos de diez metros de distancia, de honradez y de valentía. Exactamente, le recriminó no haberlas tenido. “Queríamos que declarase en primer lugar para ver si, dado que ha utilizado a tantas personas en su beneficio, a ver si tenía la valentía de asumir su responsabilidad en este proceso, ya que tiene tantos amigos.... pero no lo ha hecho. (...) Dado que se ha aprovechado de todo el dinero y que ha empleado a tantas personas, a ver si tenía la honradez ante un tribunal de reconocer su participación”, le encajó el fiscal. Ese día, Zaplana salió del juzgado con otro semblante, más serio y algo desencajado.
Entre entradas y salidas, en la sala en la que se ha celebrado el juicio, ha habido momentos de tensión. Cuando fue interrogado, el expresidente valenciano argumentó que la razón por la que estuvo presente en multitud de negociaciones y reuniones en las que se habló y decidió sobre el dinero de las mordidas fue su gran círculo de amigos. Amigos que le pedían consejo. Amigos para los que hacía de mediador ante empresas, bancos o gestores de fondos. “De esas gestiones he hecho miles”, le dijo al fiscal, que cree que lo que hizo fue valerse de sus amigos para borrar su rastro de cuentas y sociedades. Parte de esos amigos le han abandonado. Además del testaferro autoconfeso, 47 años de amistad habían unido hasta ahora a Zaplana con quien fue su mano derecha entre 1995 y 2002, Juan Francisco García. Varios asientos vacíos y una confesión les ha separado ahora. García ha admitido que amañó uno de los concursos para beneficiar a las empresas del director general de la Policía, Juan Cotino, y que cobró por ello, tal como han admitido también los adjudicatarios, los sobrinos del ya fallecido Cotino. García ha confesado ante el tribunal en tres ocasiones. Después de la segunda, y ante el refuerzo de las acusaciones en su contra, Eduardo Zaplana pidió volver a dirigirse a los magistrados para apostillar su inocencia y llegó a elevar el tono de voz al tratar de argumentar que la prueba de que no recibió comisiones ilegales era que se llevaba mal con Cotino. “Era público y notorio. Nos llevábamos fatal”, mantuvo con firmeza.
La validez de la confesión
El testimonio de García le ha valido una rebaja en la petición de cárcel que ha hecho la fiscalía, una estrategia legal e incluso habitual que, sin embargo, censuró impetuosamente el abogado de Zaplana que habló de clandestinidad. Tanto la defensa de García como el propio acusado negaron esa ocultación de forma igual de hiriente: “Mi cliente se equivocó aceptando unas instrucciones y un dinero que no le correspondía. Cuando uno se equivoca lo honorable es admitirlo. Y pensar que es más honorable confrontar con la Fiscalía que llegar a un acuerdo no lo puedo compartir”, dijo el letrado con especial énfasis en la palabra “honorable”, que es el tratamiento oficial que se les otorga a los presidentes autonómicos. El propio García, en su turno de última palabra, desveló haber acudido a casa de su exjefe para contarle que iba a confesar y aconsejarle que hiciera lo mismo: “No voy a citar literalmente su contestación”, dijo García y mantuvo el misterio de hasta dónde Zaplana puede preocuparse por su imagen.