Opinión

La cultura blanca no puede imaginar el futuro

Hay quienes sólo saben ver la realidad en blanco y negro y narrada con la voz en off del NO-DO.

La Gossa Sorda durante un concierto.

En noviembre de 2015, justo unos días antes de que diera comienzo la cumbre del clima de París, el periodista Alex Marshall se preguntaba en la BBC: “¿Dónde están las canciones sobre el cambio climático?” Aunque apuntaba algunos ejemplos de letras que tocaban el tema, terminaba con unas declaraciones de Paul Hartnoll, exmiembro de Orbital, en las que afirmaba que no tendríamos buenas canciones sobre cambio climático “hasta que no nos levantásemos por la mañana y nuestros familiares y amigos empezasen a morir por ello”.

Menos de una década después, las muertes directamente atribuibles al calor extremo se cuentan cada año por centenares en el territorio valenciano. En Europa más de 60.000 personas murieron de forma prematura en el año 2022 por la misma causa. Y, sin embargo, la mejor canción estatal sobre cambio climático data de... ¡2008!: Quina Calitja, del grupo valenciano la Gossa Sorda. ¿Qué nos pasa? ¿Acaso no sabemos cómo cantarle a la emergencia climática?

El arte debe entender que la crisis climática es también su terreno de juego. De la misma forma que se han compuesto canciones de denuncia y protesta sobre las guerras, el racismo o el colonialismo, es el momento de que la cultura se implique de lleno en la conversación climática. Ninguna forma de comunicación y expresión humana es tan potente como el arte. Emociona, revuelve, nos hace pensar y temblar. Divierte, anima, impulsa. Se engancha a nuestras entrañas y nos acompaña más allá de lo que jamás lo podrá hacer una gráfica de un artículo científico.

Es cierto que hay signos de esperanza. Mientras que se ha puesto en marcha un movimiento internacional con el lema La Cultura declara la Emergencia, que aúna museos, artistas y distintas instituciones, más cerca de casa tenemos el colectivo Música pel Clima, que ofrece un catálogo de bandas y actuaciones con compromiso ecologista. Pero no sólo necesitamos a la música pop: la Ópera Nacional Holandesa ha producido una ópera sobre un juicio a la petrolera Shell, y son ya varias las adaptaciones de Las Cuatro Estaciones de Vivaldi a la nueva realidad climática.

La cultura blanca es prescindible y superflua. Es blanca si no aporta, si no cuestiona ni pregunta; si no tiene humanidad, ni garra ni calidad. En un lienzo en blanco sólo hay vacío: ni futuro, ni anhelos, ni memoria. La cultura necesita color, pero hay quienes sólo saben ver la realidad en blanco y negro y narrada con la voz en off del NO-DO. Necesitamos canciones, arte y cultura sobre cambio climático tanto como la lluvia. Nos hacen falta más exposiciones como “Emergency on Planet Earth” (2022), que puso a un museo, el CCCC, en el centro de la comunicación valenciana y estatal sobre cambio climático. Exijamos, alentemos y aplaudamos nuevas partituras incómodas, como la canción Shut it Down del veterano Neil Young: “Gente tratando de salvar esta tierra / De una muerte horrible / Hay que apagar el sistema”.

Cantémosle al cambio climático y también al futuro de nuestra tierra. En Technicolor, por supuesto.

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