La memoria de los presos del franquismo días antes de ser fusilados: “Adiós, Carolina, hasta la eternidad”
La artista María Gomar trabaja en la creación de un archivo con las últimas palabras de encarcelados por la dictadura
”Pues sí, Carolina, llegó la hora de enfrentar la vida y me perdonarás en lo que pueda haberte faltado, como yo te perdono a ti. Si tienes libertad y vida, cuidarás de la educación de nuestros hijos y de guiarlos por el camino del bien: Adiós, Carolina, hasta la eternidad”. José Ml. Murcia Martínez escribió estas líneas desde su celda de la cárcel Modelo de Valencia ...
”Pues sí, Carolina, llegó la hora de enfrentar la vida y me perdonarás en lo que pueda haberte faltado, como yo te perdono a ti. Si tienes libertad y vida, cuidarás de la educación de nuestros hijos y de guiarlos por el camino del bien: Adiós, Carolina, hasta la eternidad”. José Ml. Murcia Martínez escribió estas líneas desde su celda de la cárcel Modelo de Valencia días antes de ser fusilado en Paterna, el 6 de noviembre de 1939, con la guerra acabada más de seis meses antes.
Desde las celdas, muchas veces incomunicadas, algunos pudieron escribir cartas o mensajes de despedida a sus familias. En ocasiones, burlaron la censura franquista y fueron entregadas de forma clandestina. En otras, sortearon a sus verdugos eludiendo palabras de censura a sus asesinos. La artista María Amparo Gomar Vidal trabaja ahora en la recopilación de esas misivas para crear un archivo de acceso público de lo que considera un material histórico y didáctico que posteriormente tendrá una transformación artística.
Carolina, que heredó el nombre de su abuela, recuerda que, de pequeña, dormía con ella. Al contrario que en muchos casos, la abuela Carolina sí hablaba de su esposo fusilado. “Yo siempre le preguntaba por qué y ella trataba de explicármelo de manera que yo lo pudiera entender, que fue por ideas políticas. Y siempre añadía que mi abuelo era muy serio y muy trabajador y que teníamos que ir con la cabeza bien alta”, cuenta la nieta del represaliado en su casa de Castellón. “No se tiene que olvidar, se tiene que recordar”, le requería. Nunca le contó cómo consiguió que la carta saliera de la cárcel. “Mi abuela la tenía en un cajón de una cómoda. Siempre en el mismo sitio”, cuenta. Alguien, no saben quién, la transcribió a máquina y, años después, su madre hizo copias y la colocó una de ellas, enmarcada, en el comedor. Bien visible, para no olvidar. La de José Ml. Murcia Martínez es una carta especial porque, uno a uno, con total lucidez y conciencia de su inmediata muerte, se despide, uno a uno de su esposa, hijos, padres y hermanos. “Manuel, hijo mío, tu padre a la hora de morir, te encarga que no te metas en nada, solamente en ser honrado y sin que tomes ninguna represalia con nadie por mi muerte, obedece y respeta a tu madre”, escribió. “Pues para Uds. padres y hermanos, reciban mis últimos besos y abrazos”, se lee en la carta que Carolina conserva con cuidado.
María Gomar explica qué es lo que más le impactó de estas cartas: “Me han mostrado escritos con diferentes estilos, formatos y extensión pero todos vienen a decir lo mismo, piden que los recuerden y que vivan sin rencor por eso no entiendo el relato contrario a la memoria histórica que habla de reabrir heridas”.
José Ml. Murcia Martínez era de Ayora. Sacaron sus restos de la fosa 94 del cementerio de Paterna a la que su abuela acudía con asiduidad porque sabía que allí había sido enterrado junto a otros fusilados. También ella estuvo en la cárcel, denunciada por robo por una vecina que alegó que habían usado su nombre. A los pocos meses salió pero, durante ese tiempo, la madre y hermanas de Carolina, de entre 18 y 12 años, vivieron solas, en una casa que los soldados utilizaban como lugar en el que pernoctar, noches en las que las tres se encerraban en una habitación hasta que el pelotón se marchaba.
La burla a la censura
Charo también heredó el nombre de su abuela. Pero ella sí sabe cómo le llegó el pequeño mensaje de despedida. “Mi abuela le llevaba comida a mi abuelo a la cárcel en una bolsa de tela que se cerraba con una cuerda en la parte superior metida en un dobladillo. Un día, cuando iba a lavarla, notó que en aquel dobladillo había algo y encontró un pequeño papel con algo escrito”, cuenta. No sabe si antes de ese, el primero de los tres que le llegaron, Miguel Bas había intentando comunicarse con ella en anteriores ocasiones. “Rosario por si es este el último abrazo que os mando, lo darás muy fuerte a nuestros hijos, madres y hermanos. Y tú no te avergüences nunca de haber sido mi esposa, y esposa de un hombre trabajador que no ha hecho más delito que es cumplir en su obligación como esposo y como padre y por eso me fusilan, porque por haber hecho mal, no he hecho a nadie”, escribió en ese último papelillo, en el que apenas hoy se distinguen las palabras. También fue fusilado en el paredón de Paterna. Y sus restos están pendientes de identificación.
“Me pongo a escribiros estas últimas letras como despedida, os advierto que no tenéis que bajar la cabeza por nada, lo que me pasa es porque a alguien estorbo yo y vienen así las cosas”, escribió Miguel Galán que, como otros asesinados, quiso despedirse de su familia.
María Gomar, que habitualmente reside en Berlín, está recopilando esas misivas, esas “Últimas palabras”, a través de un proyecto producido por el consorcio de museos de la Comunidad Valenciana a través del programa Cultura Resident y la academia de las Artes de Berlín con la colaboración dell museo de Bellas Artes de Castellón. Antes que este, Gomar trabajó en otro proyecto “Objectes (des)apareguts” que fue expuesto en el Centre del Carme de Cultura Contemporània de Valencia. En aquella ocasión trabajó con objetos rescatados en las fosas comunes del mismo cementerio de Paterna, en el que fueron fusiladas más de 2.000 personas.
La historia en objetos
Las condiciones especiales del cementerio de Paterna hacen que, debido a la profundidad de las fosas y a la humedad, en ocasiones, se conserven restos de los fusilados. Una camisa con las iniciales de M.G. de Miguel Galán; un botón y el lápiz de Pedro Simón; el botón de Verónica Calle; la corbata de José Alba: las cuerdecitas de Salvador Tortajada son algunas de las cosas que hijos y nietos de los represaliados guardan como herencia. Gomar plasmó, a través de sus historias grabadas, el valor de esos pequeños objetos para sus familias. Y así lo cuenta, por ejemplo, Pepica Celda, hija de José Celda, enterrado en la fosa 126 de Paterna junto a una botellita que se pudo recuperar y que para ella es como un trozo de él.
La mayoría de los familiares de asesinados en Paterna en las fosas que están siendo exhumadas gracias a las ayudas de la Diputación de Valencia coinciden en dos cosas: el cuidado con el que la empresa de arqueología realiza la búsqueda de los restos y la labor de, hace más de 80 años del enterrador Leoncio Badia que fue guardando objetos a escondidas, señales y marcas para para que los cuerpos pudiera ser reconocidos por los familiares.