Opinión

Más madera: la tasa turística

Como todos los fantasmas, convenientemente zarandeada, tiene muchas propiedades erosivas en el campo político

La vicepresidenta Mónica Oltra y el vicepresidente segundo Héctor Illueca, el martes en Valencia. ANA ESCOBAR (EFE)Ana Escobar (EFE)

La tasa turística es un fantasma que de forma recurrente recorre la Comunidad Valenciana. Los temores que levanta en el sector hostelero son tan apocalípticos como los que enumeró Rafael Alberti respecto al comunismo como un recurso mordaz (“hogueras, con ganados ardiendo, que en vez de trigos tienen llamas”) en su célebre poema. Los hoteleros temen que esa carga, que tienen que gestionar sin ningún porce...

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La tasa turística es un fantasma que de forma recurrente recorre la Comunidad Valenciana. Los temores que levanta en el sector hostelero son tan apocalípticos como los que enumeró Rafael Alberti respecto al comunismo como un recurso mordaz (“hogueras, con ganados ardiendo, que en vez de trigos tienen llamas”) en su célebre poema. Los hoteleros temen que esa carga, que tienen que gestionar sin ningún porcentaje a cambio, merme su competitividad respecto a otros mercados que no la aplican. Es un canon mínimo que pagamos sin aspavientos en los hoteles de muchas ciudades cuando viajamos, no existe ningún informe riguroso que consigne efectos secundarios catastróficos para el sector y su recaudación puede servir para paliar el impacto medioambiental que causa el turismo. Pero convenientemente zarandeado, como todos los fantasmas, también tiene muchas propiedades erosivas en el campo político. Y bajo ese ánimo parece que vuelve.

No se entiende de otro modo que la vicepresidenta (que lo es) Mónica Oltra lo metiera en el escenario mientras los focos apuntaban a Ximo Puig en el encuentro con su homólogo andaluz Juanma Moreno Bonilla para unir fuerzas por la reforma del sistema de financiación autonómica. Oltra no solo conseguía distraer parte de la atención mediática volcada sobre Puig: reintroducía en el debate un asunto incómodo para los socialistas en un periodo inoportuno (un sector deteriorado por la crisis y una legislatura cayendo por la pendiente electoral), atraía a Podemos (la tercera pata del equilibrio insostenible) a su terreno sumándolo a la iniciativa (y proyectando sintonías más allá) y mandaba un potente mensaje a los jóvenes sin sitio, porque destinaba la recaudación del posible impuesto a la promoción de vivienda para ellos. En pleno festival de coreografías para animar el preámbulo de la discusión presupuestaria, y en una escena de sofá con el también vicepresidente Héctor Illueca (y con el despliegue de las camisetas reivindicativas que ayudaron a su celebridad como atrezzo), Oltra ponía en algo más que un aprieto a Puig, siempre tan condescendiente con la patronal y los tiempos.

Y le faltó poco a Carlos Mazón (ipso facto, como hubiera escrito otro Carlos, Arniches) para levantar el mango de la pancarta de la resistencia a la tasa turística y agitarla en Twitter como “la puntilla definitiva para un sector muy afectado por la pandemia al que se le llegó a criminalizar”, metiendo en el mismo saco hoteles, bares, restaurantes, pubs, chiringuitos y discotecas. Todo combustible será poco para iluminar el resplandeciente momento que ya está escrito y en la Biblia está que ha de venir. La tasa turística, como una munición llovida del cielo, va a ser uno de los temas preferidos en su paseíllo hacia la plaza de toros de Valencia, donde el 3 de octubre recibirá la alternativa de diestros tan desmedidos en su arte como José María Aznar, Isabel Díaz Ayuso y Pablo Casado. Mazón necesita un buen repertorio de fantasmas para emblanquecer la negra huella que dejó el PP en la Comunidad Valenciana, para sepultar su literatura judicial y posicionarse como líder. El de la tasa turística le permite retroceder hacia Alicante para tomar carrerilla con el aliento de un sector que, inflamado en las restricciones, ha llevado a Díaz Ayuso la presidencia de la Comunidad de Madrid. Incluso le permite acelerar la hemorragia de Ciudadanos y hacer más migas con la ultraderecha, mientras la izquierda, sin mirarse desde arriba, busca maneras de pulverizarse en su orfebrería.

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