Más de 220.000 entradas vendidas: el éxito de Oques Grasses apunta a otra época dorada de la música en catalán
La banda de Osona iguala el récord de Coldplay y tendrá cuatro conciertos en el Estadio Olímpico los días 5, 7, 9 y 10 de octubre del próximo año
Con la rapidez de un relámpago han volado las 220.000 entradas puestas a la venta para la despedida de Oques Grasses, que tendrá cuatro capítulos en el Estadio Olímpico los días 5, 7, 9 y 10 de octubre del próximo año. Ahora, a toro pasado, incluso este éxito descomunal e inopinado se puede explicar a vuelapluma. Antes solo se podía aventurar. Cuando en 2015 Oques Grasses presentaban en el diminuto Heliogàbal barcelonés su segundo disco Digue-n’hi com vulguis, ya se veía una banda que, si no era sustancialmente distinta a otros proyectos -con su fusión a base de reggae, folk mediterráneo y pop-, sí tenía unas letras que mostraban otra mirada, directa y tierna, de sensata ingenuidad. Pero de ahí a llenar cuatro estadios media un trecho. Por el camino la banda de Josep Montero ha acentuado su personalidad, ha ido evolucionando el sonido con la adaptación de una electrónica expansiva que tiene algo de universal, y de no ser porque en España no se hace caso a las lenguas periféricas, podría triunfar en un gaztetxe de Rentería y en las fiestas de Casillas de Berlanga. Pero donde de facto son los reyes es en Cataluña. Ahora mismo de todo. Cuatro estadios de una tacada, como Coldplay. Ni el Boss. Tanto público como en un Primavera Sound. El impacto del grupo es inaudito. Y en catalán, cuando el idioma parece languidecer en la sociedad.
Su consolidación ha devuelto el reinado del pop en catalán a la Cataluña interior, ya que tras los años referenciales de Manel o Mishima, grupos leídos con propuestas elaboradas que no tienen en el baile su centro de gravedad, Oques Grasses, nombre rural bastante definitorio, apelan a la sencillez, que no simplicidad. Letras que cuestionan la insensatez de los tiempos ofreciendo esperanza sin abatimiento: “Tota la malícia d’aquest món l’enterraré / I creixerà la pau a sobre els fems” cantan a Bancals. ¿Hippies? Tampoco, pues en este medio tiempo óptimo para la elevación hacia la utopía añaden un estribillo que grita “a la merda tot”. No es pasotismo, sino una forma de decir que a pesar de todo hay salidas, hay autoestima, hay un poder del que se es consciente, un corte de mangas bajo el paraguas que brinda resguardo, empapados de música. Lo decía el mismo Montero a este diario hace tres años “la humanidad está podrida, pero hace falta ilusión, también pasan cosas bonitas. Yo soy así”.
En este sentido, Oques Grasses son un grupo generacional, el de quienes nacían cuando Mishima y Manel daban sus primeros pasos, el de quienes gustan de pasaportes para la ilusión sin jeroglíficos. Que luego hayan ampliado su base con más generaciones y públicos no obsta que los jóvenes los sientan como suyos. Porque ellos también se han cansado de ser víctimas mudas en un mundo indeseado que Oques ciñe así en la misma canción “la pau dels cargols és la nova religió”. Los pulmones sirven para respirar, también para gritar. “No hubiésemos podido ser como somos naciendo en Barcelona, como tampoco Manel de haber nacido en Osona”, decía Josep Montero a este diario en la misma entrevista.
Partiendo de un imaginario sonoro festivo y de fusión, acuñado recientemente por Txarango (Girona) o La Pegatina (Montcada i Reixach) y antes por Color Humano (París-Barcelona) o Dusminguet (La Garriga), Oques Grasses son una banda de baile y celebración, armónica y rítmicamente amable, sin exigencias formales. Su gran paso ha sido llevar este sonido, inicialmente de grupo tradicional con instrumentos y sustrato acústico, a los terrenos de la electrónica, un lenguaje franco entre las nuevas generaciones que ya no le tienen fidelidad solo a la guitarra acústica porque en sus listas de reproducción también está David Guetta. El mundo se ha hecho pequeño, los prejuicios se disuelvan en este caos globalizado donde nadie se pregunta qué suena si lo que suena bien suena. Pero cuenta, y mucho, la pericia de unos músicos como los de Oques, formados en escuelas de música propias de una sociedad que comienza a comprender que estudiar música no es una pérdida de tiempo solo reservada a bohemios recalcitrantes y futuros desempleados. Hoy sabemos que es deseable estudiar para ser músico, no imprescindible como la carrera de derecho para ser abogado, pero sí para sonar bien, como Oques Grasses, o para inventar nuevas comercialidades, como Rosalía.
Pero la calidad de las canciones, la idoneidad de las letras, la naturalidad propia de un grupo sin glamur y un directo excelente y proteico, no explican del todo su poder de convocatoria, apuntalado por un catalán que no es barrera sino cohesión y lengua de quien la cantará en los cuatro estadios. Estadios. Conciertos. Esa es otra clave, el gran cambio, el nuevo contexto social, cultural y económico. Consumimos mucha música en directo en grandes recintos. Casi con vehemencia. Allí es donde nos gastamos el presupuesto, el acontecimiento donde nos autoafirmamos plenamente. Si además, como ha sido el caso, se anuncia como la última oportunidad de ver los de Osona en directo y el precio de las entradas es razonable, el ansia se centuplica. También el miedo a quedarse fuera. Nadie quiere responder un no cuando algún día le pregunten ¿estuviste? Luego está la reventa en un sector sin control, que está permitiendo a los especuladores adquirir localidades que inmediatamente revenden doblando su precio. El anuncio de los dos nuevos estadios que hoy se han puesto a la venta y llenado, han estropeado parcialmente sus planes, pero la reventa sigue siendo problema sin solución. Y, sin restar méritos a Oques Grasses, que se han ganado el cielo por méritos propios, a causa de la visión y determinación de un electricista que quiso ser músico, la entronización del gran concierto ha ayudado mucho. Tanto que igual Josep no puede cumplir sus sueños de hace tres años, cuando dijo “me gustaría retirarme a los 42 años y hacer canciones por diversión, tener animales, un huerto, un pozo, pocos gastos”. ¿Lo conseguirá? Tiene 40.