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Compasión

Ellos cada vez se escoran más hacia posiciones reaccionarias, mientras que ellas muestran un perfil netamente progresista

Desde hace un tiempo diversos estudios nos advierten de que se está produciendo una brecha entre las mujeres y los hombres jóvenes en múltiples aspectos relacionados con los valores sociales y el comportamiento político. Ellos cada ve...

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Desde hace un tiempo diversos estudios nos advierten de que se está produciendo una brecha entre las mujeres y los hombres jóvenes en múltiples aspectos relacionados con los valores sociales y el comportamiento político. Ellos cada vez se escoran más hacia posiciones reaccionarias, mientras que ellas muestran un perfil netamente progresista.

Un estudio muy reciente, publicado por el Institut de Ciènces Politiques i Socials de la Autònoma, coordinado por Maria Freixanet, ahonda en esa idea a cuenta de la opinión sobre la igualdad de género y el feminismo. Las personas participantes, alumnos de cuarto de ESO (de catorce y quince años) de nueve institutos, muestran a las claras la división entre chicas y chicos. Ellos reproducen el discurso neomachista de que el feminismo ha ido demasiado lejos, que en nuestra sociedad ya existe la igualdad y que, en cualquier caso, hoy se estaría dando una desigualdad “al revés”: son las mujeres las que estarían siendo favorecidas por la legislación o en los procesos judiciales (sic).

Por su lado, las chicas se expresan desde la experiencia personal de la desigualdad, sobre todo de la violencia sexual. El cuadro resultante es el de dos mundos que no se tocan, que viven en un mismo lugar, pero no interactúan, no comparten. Son dos burbujas que se dan la espalda. Y aquí es donde posiblemente este estudio tenga su mayor interés, porque no se limita a analizar la situación de chicas y chicos, no se queda en el dibujo de esos dos mundos cada vez más distantes, sino que propone vías para superar esta situación, apuntando a un elemento fundamental: la compasión. Es decir, la capacidad de ponerse en la piel del otro a través del reconocimiento del sufrimiento de ese otro, ya sea una chica que expresa su miedo a ir sola por la calle de noche, como un chico que se siente señalado por el simple hecho de serlo.

En un mundo que funciona a base de prejuicios, de grupos cerrados, ser capaz de ver al otro, de intentar entender sus razones, es un gesto revolucionario, porque rompe esas barreras que nos hemos (auto)impuesto y que los algoritmos alimentan a diario. Las autoras del estudio del ICPS cuentan la transformación de la conversación del grupo cuando alguien (una chica, un chico) expresaba sus razones y el resto las asumía, las validaba. Se creaba un espacio nuevo, compartido, de respeto, de reconocimiento mutuo.

Ese es el camino para curar a nuestro mundo enfermo de odio y resentimiento. No es fácil, porque el entorno en el que nos movemos nos empuja en la dirección opuesta, nos hace temer al otro, nos invita a no abandonar la comodidad del grupo, de los nuestros. Sólo si somos capaces de vernos con ese otro, de encontrarnos, de crear un espacio compartido en el que dialogar desde el respeto, seremos capaces de superar el tribalismo al que nos quieren llevar los que se benefician del negocio del odio, en nuestros institutos y en nuestros barrios y ciudades.

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