La burocracia y la falta de jóvenes desgastan a los pastores catalanes: “Hacen las leyes desde los despachos”

Las Escuelas de Pastores intentan rescatar un sector condenado a la desaparición

Pastores de Llessui (Pallars Sobirà, Lleida) con un rebaño de ovejas.Imagen Cedida

Ana tenía 24 años cuando cambió Menorca por cuidar un rebaño de ovejas en las montañas de Llessui (Pallars Sobirà, Lleida). Ahora, con 38 años, dos hijos pequeños y 500 corderos, no lo volvería a hacer. “El sector está jodidísimo. Hacen las leyes desde los despachos, sin tener ni idea”, cuenta en la plaza principal de este pueblo a más de 1.300 metros de altitud donde residen todo el año unos 30 habitantes de los 100 censados....

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Ana tenía 24 años cuando cambió Menorca por cuidar un rebaño de ovejas en las montañas de Llessui (Pallars Sobirà, Lleida). Ahora, con 38 años, dos hijos pequeños y 500 corderos, no lo volvería a hacer. “El sector está jodidísimo. Hacen las leyes desde los despachos, sin tener ni idea”, cuenta en la plaza principal de este pueblo a más de 1.300 metros de altitud donde residen todo el año unos 30 habitantes de los 100 censados. La excesiva burocracia y el desequilibrio de los precios entre los productos, desde que salen de la granja hasta que llegan a los hogares, asfixian a los pastores catalanes, que intentan mantener esta forma de vida.

Esta ganadera aprendió en 2010 todo lo necesario sobre ovejas, cabras y vacas en la Escuela de Pastores, una institución que nació un año antes con la idea de acercar a la población un sector condenado a la desaparición por la falta de relevo generacional y la complejidad de las normativas. “Todo el mundo dice que se vive bien aquí arriba, pero no saben lo sacrificado que es. Paso más tiempo con los corderos que con mis hijos y no tengo vacaciones”, lamenta Ana, quien invirtió unos 50.000 euros en su rebaño, que cuida en 200 hectáreas de montaña que compró con las ayudas del Govern para reflotar la ganadería.

La Escuela de Pastores, donde Ana ejerce hoy en día como mentora, se enfoca en proporcionar conocimientos teóricos y prácticos a los alumnos en aspectos como la sanidad, la alimentación, la gestión empresarial y el mantenimiento de fincas. Es una formación integral necesaria en un entorno cada vez más complejo. “Vendes un cordero por 80 o 100 euros a un comerciante y luego lo ves en la carnicería por el doble o más”, explica la ganadera, que va a vender casi la mitad de sus ovejas para tener más tiempo libre y no tener que contratar a un pastor, que cobra unos 20.000 euros anuales.

A diferencia del resto de centros que hay en el País Vasco, Aragón, Andalucía o Extremadura, la escuela catalana es la única de España con un enfoque agroecológico claro, como explica Laia Batalla, la actual directora. “Enseñamos todo lo necesario con métodos alternativos, como una ganadería extensiva que se adapta a los recursos disponibles y al ritmo de crecimiento de los animales”, dice en la terraza del único bar del pueblo. Alrededor de 250 alumnos han pasado por Llessui desde que comenzó la iniciativa en 2009. De las 40 solicitudes que reciben cada año, suelen seleccionar a 15 personas de unos 30 años de media que pagan 1.500 euros de matrícula por recibir más de dos meses de teoría y realizar cuatro meses de prácticas con pastores. La tasa de inserción es de un 80%, tanto en proyectos propios como ajenos. El resto abandona las montañas.

Mar, veterinaria de ovino en reproducción y mentora también de la escuela, explica a los alumnos todas las posibilidades que hay en el proceso de reproducción del ganado, desde los más ecológicos hasta los más tradicionales. Conoce las desigualdades de vivir en la montaña: “No existe la conciliación familiar como se concibe en las grandes ciudades. Los pastores que ahora tienen 80 años dicen que han visto parir a todas sus ovejas, pero que no han visto nacer a sus hijos. Nadie se preocupa por el mundo rural”. Cuando ve la ilusión que traen los nuevos alumnos, suele reducir sus expectativas. “Siempre les digo que he cumplido mi sueño, pero que ese sueño paga facturas. Para ellos es irreal. Empezar de cero es muy complicado. Y, si no existieran estas escuelas, sería imposible. Nos quedaríamos en pocos años sin ganaderos”, reivindica la veterinaria, que participó en las manifestaciones agroganaderas para exigir menos papeleo y más ayudas económicas.

La Escuela de Llessui sobrevive entre subvenciones autonómicas e iniciativas privadas como el programa Tierra de Oportunidades de CaixaBank. Inma Barra, directora de Alianzas Estratégicas y Banca Social, explica a este periódico que la entidad se involucra en proyectos de ámbito rural para “apoyar a los emprendedores que ofrecen servicios que faltan en espacios vulnerables y generan riqueza”. Esta inyección sirve para sostener la estructura del centro, mejorar sus condiciones y dar becas a los exalumnos con un proyecto en marcha, que pueden solicitar hasta 2.500 euros para comprar equipamientos o emplear a alguien para un refuerzo puntual. “Es una vía de entrada al pastoreo, pero no es suficiente. Es necesaria una desburocratización y políticas valientes que apoyen realmente a los pequeños ganaderos”, afirma la directora.

Antonio Peiró (72 años) es pastor de toda la vida en Llessui y mentor de los alumnos que, como Ana, deciden aventurarse en las montañas con un rebaño. Sentado en un banco a la sombra y acompañado de un paquete de tabaco rubio, repite tres veces un dicho popular para explicar la situación actual de la ganadería: “La vida son obras, son amores y no buenas razones. Si viene un joven diciendo que quiere hacer de pastor en el Pallars, le digo: ‘Niño, vete a hacer de barrendero, pero no hagas esto’, porque la administración que tenemos es horrible”. Antonio vendió todo el ganado que cuidaba cuando se jubiló. Hasta los perros. “Veo a mucha gente que querría hacer este trabajo, pero manda gente que no sabe lo que se cuece aquí”, relata resignado.

Antonio Peiró, pastor jubilado de Llessui (Pallars Sobirà, Lleida).Imagen cedida

A los desajustes económicos y el excesivo papeleo se une la dificultad del acceso a los terrenos. La directora del centro explica que muchos pastores están cesando la actividad sin poder traspasar las fincas a gente dispuesta a continuar con la labor. “Es el otro gran problema que tienen los jóvenes para entrar en este sector. Nosotros no solo damos formación, sino que creamos una comunidad intergeneracional para facilitar la transmisión de fincas y la incorporación de gente joven a un sector tocado de muerte”, afirma Laia.

En Cataluña predomina el sistema intensivo de ganadería porcina y avícola. De hecho, es la comunidad con más cerdos por kilómetro cuadrado de España. “Ya hay alguna ayuda para transitar hacia un modelo extensivo, pero todavía no hay políticas reales”, reclama la directora. Mientras sus dos hijos la esperan para ir a Rialp, el centro neurálgico de la comarca, Ana reitera el sinsentido de la burocracia. “Estoy de papeleo hasta las narices. Tenemos mucho que aprender de países como Francia, donde puedes vender el cordero desde casa y dan ayudas a madres pastoras con niños pequeños. Los míos no pueden ni ver a las ovejas”, se queja antes de subir al coche.

Según el último censo agrario de 2020 del INE, España perdió más de un 30% de ganaderos con respecto a 2009. Las cifras de la población activa del Idescat de 2023 también reflejan un descenso del 12,3% en el número de agricultores y ganaderos en la comunidad con respecto al año anterior. Antonio, que enciende en menos de una hora el tercer cigarrillo, augura un futuro sombrío: “Como no cambien las políticas, los ganaderos tienen los días contados. Aquí, en Castilla-La Mancha y en cualquier parte de España”.

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