Pasar de la retórica a la realidad

La decisión de ERC da a Illa la Generalitat pero abre un camino incierto para el Ejecutivo de Pedro Sánchez ya que puede poner fin al apoyo de Junts

La secretaria general de ERC, Marta Rovira, y el expresidente del partido, Oriol Junqueras, el pasado mes de julio en Cantallops (Girona)Albert Garcia

A las bases las carga el diablo. Baste recordar cómo en diciembre de 2015 la asamblea de la CUP registró un empate a 1.515 votos que acabó enviando a Artur Mas —entonces ya candidato postconvergente a la presidencia de la Generalitat— a la papelera de la historia. Ahora han vuelto a hablar las célebres bases. Si hasta hace dos días —aseguran dirigentes cualificados de Esquerra Republicana— era previsible que ganara ...

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A las bases las carga el diablo. Baste recordar cómo en diciembre de 2015 la asamblea de la CUP registró un empate a 1.515 votos que acabó enviando a Artur Mas —entonces ya candidato postconvergente a la presidencia de la Generalitat— a la papelera de la historia. Ahora han vuelto a hablar las célebres bases. Si hasta hace dos días —aseguran dirigentes cualificados de Esquerra Republicana— era previsible que ganara el no a la investidura de Salvador Illa, ha acabado sucediendo lo contrario.

Ha sido una jugada de riesgo, pues las más elementales nociones de política recomiendan dejar que las bases digieran largamente las decisiones audaces de la dirección, para evitar que acaben tomando caminos luego difíciles de administrar. Ahí está el providencial aplazamiento que el pasado mes de junio tuvo que hacerse por dificultades de aforo de la consulta a los militantes de ERC sobre el pacto para que los republicanos entraran en el gobierno del Ayuntamiento de Barcelona junto al PSC. En cualquier caso, el paso que ahora ha dado Esquerra supone un gran salto hacia adelante, que, en realidad, viene a normalizar la que ha sido una práctica habitual en los últimos tiempos: los pactos a nivel de diputaciones y municipios entre el independentismo y los socialistas catalanes. Las paradojas del procés han querido que, cuando en febrero de 2021 los soberanistas decidieron acordonar sanitariamente al PSC, Junts per Catalunya ya gobernara con los “traidores” de Illa la económicamente poderosa Diputación de Barcelona.

La decisión tomada ahora por los republicanos le da a Illa el Gobierno de la Generalitat, pero abre un camino incierto para el Ejecutivo de Pedro Sánchez, ya que puede suponer la inestabilidad que comporta el fin del apoyo de los siete diputados de Puigdemont. Los vientos de fronda también sacuden al mismísimo PSOE de la mano de sus barones territoriales. Ahora, como le sucedió al cardenal Mazarino, es por asuntos de política fiscal, por la “financiación singular” para Cataluña. Se desconoce si será o no como el concierto económico del que disfrutan el País Vasco y Navarra y que nadie a derecha e izquierda se atreve a discutir porque, al parecer, los derechos históricos y su inclusión en la Constitución son una potente vacuna que invisibiliza posibles efectos insolidarios secundarios.

En 2015, incluso desde el Partido Popular se alzaban voces pidiendo el ahora discutido principio de ordinalidad para Cataluña. Su entonces candidato a la Generalitat, Jorge Fernández Díaz, defendía en este mismo periódico la ahora mefistofélica fórmula acordada por PSC y ERC: que la posición de la comunidad al recaudar no se altere a la hora de recibir. El principio de ordinalidad lo establece el Estatut —su artículo 206.5— y se practica en países federales como Alemania.

En realidad, para el independentismo, ha llegado la hora de acercar la retórica a la realidad, algo que no se ha logrado en los diez años de procés. Ahora, el secesionismo mágico solo reside en Junts. Es curioso que ese partido sea heredero de una Convergència Democràtica como la de Artur Mas que entre 2010 y 2012 pactó leyes con el PP, impulsó el pacto fiscal frente a Mariano Rajoy y se apuntó al carro de la independencia. Mayor flexibilidad, imposible. Ahora su última gran baza es el retorno de Carles Puigdemont a la ceremonia de investidura de Illa. Y sería un regalo para sus votantes que la justicia ordenara la detención del expresidente in itinere. Ello permitiría seguir alimentado la leyenda de la independencia instantánea gracias a un políticamente rentable martirio. Los anticapitalistas de la CUP saben que para la independencia hace falta confrontación, mientras que Esquerra ha decidido optar por la vía de los logros progresivos. Parece que es la pragmática hora de los más razonables.

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