Jordi Pujol, del ostracismo por corrupción a merendar con los Mossos

Desde la confesión hace 10 años, han aumentado las expresiones públicas de apoyo del mundo convergente hacia al ‘expresident’ y evasor confeso

En la imagen, Oriol Pujol y Jordi Pujol conversan en los exteriores del tanatorio tras visitar la capilla ardiente de Daniel Osàcar.Albert Garcia

A finales de julio de 2014, la web del Centre d’Estudis Jordi Pujol enmudeció. Donde todo era actividad política, reinaba el silencio, como si se tratara de esas masías del Tagamanent, una estribación del macizo del Montseny, en Barcelona, que el joven Pujol aseguró hallar despobladas en los años cuarenta. El 25 de julio de hace 10 años, el expresident de la Generalitat sacudió los cimientos éticos y políticos de los que se había autoerigido en guardián y ...

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A finales de julio de 2014, la web del Centre d’Estudis Jordi Pujol enmudeció. Donde todo era actividad política, reinaba el silencio, como si se tratara de esas masías del Tagamanent, una estribación del macizo del Montseny, en Barcelona, que el joven Pujol aseguró hallar despobladas en los años cuarenta. El 25 de julio de hace 10 años, el expresident de la Generalitat sacudió los cimientos éticos y políticos de los que se había autoerigido en guardián y confesó la existencia de una fortuna familiar que había mantenido oculta en Andorra, y que atribuyó a la tan célebre como presunta y millonaria “deixa de l’avi Florenci” (la herencia del abuelo Florenci).

Desde ese día del apóstol Santiago, patrón de España, Pujol ha reivindicado —primero con timidez y luego con insistencia— su derecho a recuperar el honor. Por ello, y a sus 94 años recién cumplidos, el durante 23 años president ha ido administrando in crescendo su presencia en la vida social y política.

El ostracismo del apestado ha dado paso a aplausos en actos políticos, a militar en Junts per Catalunya o a merendar (hace apenas un mes) con los mossos que le escoltaron y sus actuales mandos policiales. Tras la confesión en la que cargó con la cruz de la familia —sus siete hijos y su esposa—, erigiéndose en cabeza de turco de la actividad financiera del clan, Pujol ha ido buscando espacios, asumiendo ese papel de padre, que su esposa tantas veces le reprochó no haber desempeñado. A esa singular pasión contribuye la eternización del procedimiento judicial, en stand by desde que en abril de 2021 se ordenara la apertura de juicio, en el que afronta una petición de nueve años de cárcel, por crear una “red de clientelismo” desde el poder autonómico y acumular y ocultar en Andorra una “ingente cantidad de dinero” derivada de la corrupción.

Pujol en este decenio ha recorrido un peculiar Gólgota en busca de redención. Y ha logrado pasar de la pérdida de honores a ser reivindicado públicamente por el viejo mundo convergente, ahora mutado en Junts. Los que hace 10 años —por necesidades del guion del procés— no podían permitirse que la independencia fuera acompañada por la mácula de la corrupción, le abren ahora en público los brazos que en privado nunca le negaron.

El inicio del ostracismo fue duro, pues el durante 23 años president perdió su despacho en el señorial Passeig de Gràcia barcelonés y comenzó su peregrinaje por zonas más discretas, hasta recalar en la calle Calàbria 255, en el Eixample: un piso de 90 metros cuadrados que consiguió en 2015 y cuyo precio de alquiler —en caso de existir— se desconoce. Carme Alcoriza —fallecida en 2022 y durante 23 años secretaria y jefa de gabinete del president, en total 40 años con la etapa de Banca Catalana— era hermana de la gerente de la fundación Vila Casas, propietaria de la vivienda en cuestión. Vila Casas, además, era un viejo conocido de cuando l’avi Florenci se dedicaba al negocio farmacéutico. A Pujol nunca le faltaron complicidades.

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Inicialmente retomó su actividad social con prudencia: el expresident recibía a amigos, visitas y algún que otro indeseado registro policial, como en 2017. El resto del tiempo le daba vueltas a su idea fija: cómo redimirse. Y para ello, el 17 de marzo de 2015, el ya inerte Centre d’Estudis Jordi Pujol daba paso a la Associació Serviol, creada y presidida por él con el fin, entre otros objetivos, de difundir sus textos.

Pujol no se arredraba, pero sí dosificaba sus apariciones públicas. En septiembre de 2014 y febrero de 2015 participó en dos comparecencias parlamentarias en las que lanzó advertencias: “Si vas segando la rama de un árbol, al final cae toda la rama… con los nidos que hay. Pero no solo cae esa rama, también caen las otras”. Parábolas amenazantes aparte, no aclaró nada de la fortuna oculta. Eran otros quienes afloraban su “pecado”. Así, en julio de 2015, en el funeral del cura y alcalde comunista de Santa Coloma de Gramenet, Lluís Hernández, un asistente al acto le increpó, asegurando que debía avergonzarse de lo que había hecho. Pujol se mordió la lengua —para no hablar de lo mucho que había hecho por Cataluña como eximente de su “falta”— y le respondió que gracias a personas honradas como Hernández existía la posibilidad de redención para todos. Y por ese motivo —confesó— sentía la esperanza en medio de dolor.

Pero lo cierto es que, desde la confesión, el viejo mundo convergente ha sido comprensivo y compasivo con uno de los suyos. La Operación Cataluña de la policía patriótica del PP contra el independentismo le daba elementos para presentar a su familia como una víctima más de la persecución. Y, casualidad o no, sus primeras apariciones sin hablar de su “pecado” llegaron de la mano de TV3, cuando su director era Vicent Sanchis, ex miembro de la Fundación Cataluña Oberta, próxima a Convergència. Fue en un programa sobre cooperación internacional en enero de 2020. Luego, el 4 de febrero, opinó también en la televisión catalana sobre Mossos, luces y sombras. Algunos entrevistados hicieron constar su protesta por la aparición del evasor confeso, según un rótulo que apareció al final del reportaje. En primavera de ese año subió al Tagamanent en compañía de Marta Ferrusola, “la madre superiora”, según la jerga empleada por la familia Pujol. Desde lo alto de esa colina del Montseny reforzó su teleológica misión de recuperar el honor perdido por mucho que se considere un pecador débil en la observancia de las virtudes teologales.

Ferrusola —que falleció el pasado 8 de julio— sería diagnosticada de demencia sobrevenida unos meses después. En junio de 2021 se publicó Entre el dolor y la esperanza, en el que el periodista Vicenç Villatoro —exmiembro de la fundación Centro de Estudios Jordi Pujol y ex diputado de CiU— entrevistaba con guante blanco al expresidente. La síntesis del libro encara la redención para pasar a la historia con honor. El expresident —que supervisó y autorizó el texto, como le ha gustado hacer siempre, pues no se fía de los periodistas— no asistió a la presentación del libro “por su avanzada edad y porque no le parecía oportuno exponerse”, según explicó el presidente de Edicions 62, Josep Ramoneda.

Aunque el texto no tuvo la repercusión apetecida por el evasor confeso, todo empezó a fluir a su favor con mayor rapidez. Mesa redonda con los expresidentes de la Generalitat (febrero de 2022), disertación sobre la agricultura en sus años de Gobierno (1980-2003) y entrevista en SER Catalunya: “Me duele que me llamen corrupto. Ni yo ni en general mis hijos hemos prevaricado”. Pujol verbalizaba por vez primera la inocencia sobre “su problema”. Iba lanzado y ni el ictus que sufrió después de la Diada —el 12 de septiembre del 2022— logró frenar su participación en actos.

En 2023 continuó el crescendo. En febrero asistió entre aplausos a la presentación de la candidatura de Xavier Trias a la alcaldía de Barcelona y el 8 de ese mes participó en la presentación de la reedición de su gran obra: Des dels turons a l’altra banda del riu, sus escritos de entre 1961-1962 en la cárcel de Torrero, donde estuvo internado por redactar un panfleto contra Franco. En el nuevo lanzamiento de su ensayo, entre fotos y dedicatorias de libros, volvió a hacer hincapié en esa esperanza que necesitan tanto Cataluña como él mismo. Jaleado desacomplejadamente por el viejo-nuevo mundo convergente, Pujol y los suyos han venido compartiendo la idea de que la culpa —el “pecado”— no puede emborronar su acción de gobierno.

Y este 2024 ha sido el del soft landing definitivo. Pidió el voto para Carles Puigdemont en las pasadas elecciones autonómicas. “Rotundamente votaré Junts. Y votaré a Puigdemont” (12 de mayo). El hombre a quien la edad impedía en 2021 asistir a la presentación de un libro, resurgía de sus cenizas en 2024 y leía de pie en una cena con militantes su adhesión a Junts. Hace unos días —casi en vísperas de los 10 años de su confesión— declaró su intención de afiliarse al partido.

A la espera que se celebre el juicio, Pujol intenta a contrarreloj que la idea de su restitución se extienda como una mancha de aceite. De acuerdo con su libro de cabecera, Des dels turons, él se reivindica como “hombre histórico”: aquel patriota que lucha por su país. Deja, no obstante, sin respuesta la pregunta de cómo ha podido convivir y dejar campar a sus anchas a tantos “hombres-zorro”, aquellos que, según él, tienen el dinero y los negocios como norte. Ahí quizás además de sestear las virtudes teologales también lo hicieron algunas laicas nociones elementales de ética.

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