El sofisma de Nuñez Feijóo sobre la violencia machista

Precisamente porque tenemos ante los ojos diariamente la tragedia es por lo que requiere un tratamiento institucional y legislativo

El presidente del PP, Alberto Núñez Feijóo, junto a las portavoces en el Congreso, Cuca Gamarra, y en el Parlamento Europeo, Dolors Montserrat, el pasado lunes en Barcelona.Enric Fontcuberta (EFE)

Lo ha dicho Alberto Núñez Feijóo: “La violencia machista es una obviedad”. De tan sesuda reflexión pretende deducir que es innecesario que “esté en los textos”. Sin duda el presidente del Partido Popular se refiere a los textos de las leyes en las que, según él, no hace falta que aparezca la violencia machista.

Según la RAE, obviedad es la cualidad de lo que es muy claro, lo que está delante de los ojos. La existencia de la violencia machista, ciertam...

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Lo ha dicho Alberto Núñez Feijóo: “La violencia machista es una obviedad”. De tan sesuda reflexión pretende deducir que es innecesario que “esté en los textos”. Sin duda el presidente del Partido Popular se refiere a los textos de las leyes en las que, según él, no hace falta que aparezca la violencia machista.

Según la RAE, obviedad es la cualidad de lo que es muy claro, lo que está delante de los ojos. La existencia de la violencia machista, ciertamente, es obvia, está ante nuestros ojos. Es una realidad trágica incuestionable. Por eso, es un incoherente dislate negacionista, un sofisma vergonzante, deducir de ello que no requiere ningún tratamiento legislativo ni institucional, que hay que evitar su tratamiento normativo específico e integral. Precisamente porque tenemos ante los ojos diariamente la tragedia es por lo que requiere un tratamiento institucional y legislativo, como otras realidades trágicas. También el terrorismo era una realidad trágica que teníamos ante los ojos, lo que según Feijóo sería otra obviedad, y a nadie se le ocurrió deducir de ello que no requería tratamiento institucional ni legislativo.

La violencia sobre la mujer, por ser mujer, es el último escalón de su desigualdad, realidad ancestral cuyo relato histórico sería interminable. Conviene no olvidar que hasta 1972 la esposa careció de autonomía para administrar sus propios bienes sin autorización del marido, que hasta 1978 la infidelidad de la esposa era delito de adulterio con pena de cárcel, o que hasta 1964 el marido asesino de su esposa sorprendida en adulterio tenía una pena simbólica que ni siquiera era de prisión.

Y conviene no olvidar que hasta 1984 existió un Patronato de Protección a la Mujer en cuyos centros custodiados por monjas se internaba, sin garantías jurídicas, a mujeres jóvenes, a iniciativa de autoridades civiles o religiosas, o de los padres, para redimirlas de la prostitución, embarazos de solteras, fugas de casa o inadaptación familiar. Consuelo García del Cid, el pasado 15 de mayo, denunció ante el Parlament las injusticias y vejaciones sufridas por ella y por otras muchas jóvenes en esos centros.

Los avances en la superación de esa dramática historia, hasta llegar a nuestra actual situación social, política y jurídica, no puede hacernos olvidar que todavía quedan espacios preocupantes de desigualdad, y que subsiste la violencia machista. La ley periodísticamente llamada del “sí es sí” se ha hecho famosa por su desafortunada reforma del Código Penal. Pero contiene más de sesenta artículos que diseñan pautas de prevención y detección de la violencia machista, de asistencia integral, de nuevos derechos para las víctimas, de protección, acompañamiento y reparación.

Se trata de un paquete de medidas cargado de posibilidades avanzadas, ilusionantes. Su implementación está transferida a las comunidades autónomas, que deberán redactar los textos necesarios para su desarrollo y concreción. Lamentablemente, allí donde gobierne el PP esas pautas difícilmente se concretarán e implementarán, si es que tan solo llegaran a ser redactadas. Esa será, sin duda, la directriz derivada del sofisma negacionista de Feijóo, intencionadamente ambiguo, entre sus conveniencias y sus convicciones, pero con Santiago Abascal en la chepa.

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