Barcelona, ¿regreso al pasado?
¿El independentismo tiene proyecto para Barcelona? ¿Sigue viendo con recelo al buque insignia del país? ¿Teme que la cultura metropolitana opere como disolvente del discurso nacionalista?
La relación entre el soberanismo y la ciudad ha sido siempre incómoda. Y de hecho la reconstrucción de la Cataluña contemporánea después de la dictadura se hizo sobre la dialéctica nación contra ciudad, encarnada en las figuras de Jordi Pujol y Pasqual Maragall, que se convirtieron en iconos de dos maneras de entender el país. Como toda caricatura puede ser algo injusta, porque Pujol miró siempre el exterior y el cosmopolitismo de Maragall era bastante anclado, pero la comunicación política hace ine...
La relación entre el soberanismo y la ciudad ha sido siempre incómoda. Y de hecho la reconstrucción de la Cataluña contemporánea después de la dictadura se hizo sobre la dialéctica nación contra ciudad, encarnada en las figuras de Jordi Pujol y Pasqual Maragall, que se convirtieron en iconos de dos maneras de entender el país. Como toda caricatura puede ser algo injusta, porque Pujol miró siempre el exterior y el cosmopolitismo de Maragall era bastante anclado, pero la comunicación política hace inevitable que los matices decaigan en la confrontación. El nacionalismo siempre ha temido la disolución del país en la gran Barcelona, una inquietud que perturbó a Pujol.
La campaña ha arrancado muy temprano y cuesta imaginar que pueda ser sostenida tanto tiempo, sobre todo cuando todos los protagonistas son sobradamente conocidos. Hay poco espacio para la sorpresa. La señal más significativa la ha dado Junts per Catalunya, la coalición de las tres cabezas, Puigdemont, Turull i Borras, apostando por Xavier Trias. Poner su suerte municipal en manos de un candidato que dejará la independencia discretamente guardada en la caja de las reliquias y recuperara los acentos de la antigua Convergència es un reconocimiento del impasse en que se encuentra su apuesta independentista. El alcalde tranquilo podría ser el eslogan de Trias para su campaña. En un momento, en que las clases altas y medias barcelonesas hay una fatiga que poco a poco va penetrando al independentismo. De ahí su empeño en visualizar la campaña como un duelo –civilizado por supuesto- con Ada Colau, buscando oscurecer a los demás.
Pero el recelo del independentismo con Barcelona tiene una consecuencia: el único proyecto visible y descriptible de ciudad que está en escena es el de la alcaldesa. Doblemente expuesta: porque es la saliente y porque lo que ha hecho está a la vista y juicio ciudadano. Y las críticas son siempre más ruidosas que las adhesiones. Además, desde el primer día, Colau ha vivido atizada por los poderes de clase, corporativos y mediáticos que no pueden disimular el resentimiento cuando alcanza el poder alguien que no es de los suyos.
Que Collboni se haya descolgado del proyecto que ha compartido durante todo el mandato y que el PSC juegue al dentro y fuera a la vez es consecuencia de la estrategia de un partido que lleva tiempo con un solo tema: la moderación. Que lejos quedan los años del gran salto. A Esquerra –cuya apuesta reposa sobre el Gobierno de la Generalitat- la campaña le pilla a contrapié y, sin embargo, le correspondería construir el proyecto de ciudad que el independentismo no tiene.
Moraleja: Barcelona sigue siendo territorio de confusión para el soberanismo. Y el resultado es una elección en que la respuesta al proyecto Colau es un regreso al pasado convergente. Con la clamorosa ausencia de caras nuevas que vengan a dar alas a la ciudad sin miedo por la suerte de la nación.
Puedes seguir a EL PAÍS Catalunya en Facebook y Twitter, o apuntarte aquí para recibir nuestra newsletter semanal