Las pequeñas historias musicales cautivan en el festival In Edit

La cita barcelonesa del documental de música afronta su recta final tras lograr una notable afluencia de público con sus propuestas

De izquierda a derecha, John Wetton, David Cross, Robert Fripp y Bill Bruford de King Crimson en 1974.Michael Ochs Archives (EL PAÍS)

Rodeados por las pantallas. Móvil, reloj que además sirve de teléfono, podómetro, pulsómetro, portátil… y todas, menos la de la tele de casa, ya tamaño vela de la clase Optimist, son pequeñas. Las pantallas grandes están muriendo, las plataformas han reventado los circuitos habituales de exhibición, los grandes films van directamente a ellas y pasan con frecuencia de los festivales y la pandemia parece haberse llevado la socialización y la afluencia a los cines al País de Nunca Jamás. En este contexto,...

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Rodeados por las pantallas. Móvil, reloj que además sirve de teléfono, podómetro, pulsómetro, portátil… y todas, menos la de la tele de casa, ya tamaño vela de la clase Optimist, son pequeñas. Las pantallas grandes están muriendo, las plataformas han reventado los circuitos habituales de exhibición, los grandes films van directamente a ellas y pasan con frecuencia de los festivales y la pandemia parece haberse llevado la socialización y la afluencia a los cines al País de Nunca Jamás. En este contexto, In Edit está celebrando hasta el domingo su vigésima edición, siendo un festival de documentales musicales que parece obstinarse en ir a la contra: pantallas grandes, salas de cine, socialización y documentales sólo de música. Y las cifras de asistencia de lo que va de certamen van como un tiro, en cifras prepandémicas. ¿Qué está pasando?

La respuesta no hay que buscarla sólo en la sala grande, ese Aribau 5, cine enorme de los de antes y único superviviente barcelonés en su especie que hace años no se llena con una película y que en la inauguración del pasado jueves se reventó para ver un documental, Meet Me In The Bathroom, con presencia incluida de Ada Colau, primera máxima autoridad de la ciudad que se acerca al festival en toda su historia. La respuesta que pauta el pulso del certamen es dada por la significativa asistencia a documentales pequeños, esos que suelen protagonizar perdedores con historias que en ocasiones nos acercan a nuestras propias vidas. En A Film About Studio Electrophonique fue Ken Patten, un mecánico chapista que como afición construyó un estudio de grabación en su vivienda protegida de Sheffield por donde pasaron de noveles futuras grandes bandas (Pulp, The Human League, etcétera). Una sencilla y honesta pieza para rescatar del olvido a un don nadie con una historia diminuta. Como la de Courtney Barnett en Anonymous Club, donde la cantautora australiana se hace preguntas que no son minucia, como por ejemplo cuál es el sentido de su profesión. Paralelamente la narrativa visual la muestra en espacios sin glamour mientras en off suena su voz compartiendo penurias y esperanzas.

Otro don nadie: Sebastián Herrera, uruguayo que imita a Luis Miguel y que en Alter se debate entre la doble personalidad, la negativa a seguir siendo Luis Miguel o buscar un incierto camino propio. De paso nos asoma a los concursos de talentos televisivos y de la promoción de un nuevo artista y evidencia lo cinematográfico que es fumar. Y difícil encontrar personajes más anónimos que los turcos que emigraron a Alemania en los 50 y que articularon su identidad, protesta y nostalgia en tierra hostil en torno a una música que sólo a partir de los años 2000, con el hip-hop de los jóvenes turcos ya más integrados, comenzó a venderse en tiendas alemanas, no en las turcas, generalmente de casetes. Material de archivo exhaustivo en un documental, Love, Deutschmarks and Death, que nos cuenta esa historia pequeña que también tenemos al lado: no son turcos, son latinos, asiáticos o africanos que han llegado en patera y que como muchos emigrantes viven encapsulados en la sociedad que no los acoge, sólo los tolera como mal necesario. Esas historias pequeñas, como la de una madre y su hijo, estonios, con un sueño no conseguido y un final trágico, uQ, han sido seguidas en salas con no menos de 250 personas, y dan carta de naturaleza al festival. Lo menudo como paradigma.

Pero sería injusto hablar sólo de estas piezas, pues con Studio 54, nada que ver con todo lo demás, un documental fallido aunque emotivo, el cine grande bailó con la sesión previa de Raúl Orellana, el mítico disc-jockey de la discoteca, y luego el público que llenaba la sala se aplaudió a sí mismo viéndose retratado en un documental en el que de nuevo quedó claro que el disc-jockey Ángel Molina mejora con sus reflexiones y declaraciones cualquier pieza. Y si se trata de seguir socializando, nada como comprobar que durante la proyección del documental sobre el grupo local Surfing Sirles, toda Gràcia y la Barcelona despeinada estaba allí, saludándose y comentando a posteriori la pieza de Lulú Martorell y del propio Martí Sales, componente del grupo. Otro documental que ha llenado la sala más grande, la 5, ha sido In The Court Of The Crimson King, pieza en la que Robert Fripp queda fijado en un gran documental como lo que es, un insoportable neurótico perfeccionista que tiene un respeto absoluto por todos los músicos que con él han tocado, aunque fuesen despedidos por incapaces.

Y un documental que ha dejado claro que la pantalla grande hace milagros es el del concierto que Creedence Clearwater Revival ofrecieron en 1970, momento de máximo esplendor del grupo, en el Royal Albert Hall. Sólo decir que el público aplaudía al final de cada pieza como si estuviese en un concierto “de verdad”, pasmando con esta reacción al director de la pieza, Bob Smeaton, presente en la primera proyección. Y otro director pasmado, Fernando León de Aranoa, autor de la pieza sobre Sabina, que se asombraba de que el festival sólo se dedicase a documentales musicales y tuviese tanta presencia de público, unas 500 personas en el primer pase de su mirada sobre el cantautor jienense.

La cosa es que en tiempos adversos el In Edit está levantando cabeza tras años de cierto declive. Unas doce sesiones ya se han agotado, y la organización espera que hasta el domingo el público siga respondiendo a unas claves que ya parecen solidificarse en torno a ejes como una programación estructurada y variada que a diferencia de lo que ocurre en las plataformas no es relleno entre series, la querencia del público por sentirse bien tratado y entre iguales con los que comentar hallazgos y decepciones y que la pantalla pequeña vale para el podómetro pero no para vibrar con la documentación de la música. Es más, documentales como Summer Of Soul, Ennio, El Maestro y XXX Tentacion o están en cines o a punto de salir en plataformas, y sus pases en In Edit se han llenado.

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