Turismo de cruceros, ¿crecer a cualquier precio?
En tiempos de crisis resulta difícil defender que hay que poner límites a alguna actividad económica, como el turismo de cruceros. Pero la crisis climática, resultado de un modelo de crecimiento a cualquier precio, lo ha trastocado todo
Apenas tres años después de los Juegos Olímpicos de 1992, importantes compañías de cruceros eligieron Barcelona como puerto de base. En 2011 la ciudad recibía ya 2,6 millones de turistas a través del puerto y, salvo el parón de la pandemia, la cifra no ha dejado de crecer. En 2019 alcanzó 3,1 millones de entradas, el doble que Venecia, y todo indica que vamos a superar pronto ese récord. Con aumentos del 7% anual, el de Barcelona es ahora el principal puerto europeo en número de pasajeros y el quinto a nivel internacional. Algunos días han llegado a desembarcar 25.000 cruceristas y hay 55 días...
Apenas tres años después de los Juegos Olímpicos de 1992, importantes compañías de cruceros eligieron Barcelona como puerto de base. En 2011 la ciudad recibía ya 2,6 millones de turistas a través del puerto y, salvo el parón de la pandemia, la cifra no ha dejado de crecer. En 2019 alcanzó 3,1 millones de entradas, el doble que Venecia, y todo indica que vamos a superar pronto ese récord. Con aumentos del 7% anual, el de Barcelona es ahora el principal puerto europeo en número de pasajeros y el quinto a nivel internacional. Algunos días han llegado a desembarcar 25.000 cruceristas y hay 55 días al año en los que se superan los 15.000. Y la previsión es que el número de visitas siga aumentando. Pero ¿puede soportar la ciudad un crecimiento indefinido del turismo de cruceros? Este es el debate que ha suscitado la alcaldesa Ada Colau, cuyo equipo acaba de aportar un informe sobre el impacto que tiene sobre una parte importante de la ciudad y las externalidades ambientales y sociales que genera.
La autoridad portuaria y el Ayuntamiento acordaron en 2018 algunas medidas para reducir esas externalidades, pero incluso si se aplicaran de forma diligente, la cuestión seguiría siendo la misma: ¿debe ponerse algún límite a la llegada de cruceros o se ha de dejar que crezca al ritmo que dicte el mercado?
En tiempos de crisis resulta difícil defender que hay que poner límites a alguna actividad económica, por grandes que sean los costes y pequeño el beneficio que aporta. Pero la cuestión que se plantea con el turismo de cruceros es un tipo de dilema que vamos a tener que afrontar cada vez con más frecuencia. Se entiende que la idea genere resistencias. Poner límites al crecimiento desafía ciertos intereses creados acostumbrados a no tener en cuenta las externalidades sociales, pero también trastoca el discurso clásico de la socialdemocracia, que siempre se ha basado en la idea de crecer para repartir. La premisa de que el progreso económico es la forma de asegurar el progreso social ha llevado a Europa a las mayores cotas de bienestar. Pero la crisis climática, resultado de un modelo de crecimiento a cualquier precio, lo ha trastocado todo.
Ahora sabemos que un crecimiento sin límites puede llevar al suicidio colectivo. Una Barcelona saturada de turistas no solo impacta sobre la calidad de vida de sus habitantes. También afecta a la percepción y el confort de los propios turistas. De manera que perder un poco en el presente puede ser la única forma de ganar algo en el futuro. O al menos de dejar de perder todo lo que podemos llegar a perder. En Baleares, un gobierno socialista ha decidido limitar a tres los cruceros que pueden atracar en el puerto de Palma al día. Dubrovnic los ha limitado a dos. Y el gobierno del liberal Mario Draghi ha salido al rescate de Venecia prohibiendo que los cruceros entren en la laguna. La pregunta es: si el problema es el mismo, ¿por qué lo que es bueno para Mallorca, Venecia o Dubrovnic ha de ser malo para Barcelona? Al final, habrá restricciones y serán acordadas, porque tampoco hay tantas opciones entre las que elegir.
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