‘Carmela’ y otras estatuas de Barcelona

Las estatuas sufren por la polución, las aves y los vándalos. Barcelona tiene un millón de vehículos a motor, casi cien mil palomas y nadie sabe cuántos vándalos que de vez en cuando la emprenden con esta obra y sus congéneres

El artista Jaume Plensa junto a su escultura " Carmela" , situada al lado del Palau de la Música de Barcelona.Carles Ribas (Carles Ribas)

Carmela, de Jaume Plensa, es una de las estatuas más notables erigidas en Barcelona, junto al Palau de la Música, en lo que llevamos de siglo: el rostro esbelto y aligerado de una adolescente de 14 años, fotografiada en 2014 y esculpida en hierro en 2015. De momento, está prestada a la ciudad hasta 2024, y como a algunos nos gustaría que se quedara, escribo este artículo. “Carmela” exhala la serenidad aérea y clásica que caracteriza a ...

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Carmela, de Jaume Plensa, es una de las estatuas más notables erigidas en Barcelona, junto al Palau de la Música, en lo que llevamos de siglo: el rostro esbelto y aligerado de una adolescente de 14 años, fotografiada en 2014 y esculpida en hierro en 2015. De momento, está prestada a la ciudad hasta 2024, y como a algunos nos gustaría que se quedara, escribo este artículo. “Carmela” exhala la serenidad aérea y clásica que caracteriza a otras obras de Plensa instaladas en otras ciudades ricas. En Barcelona, el MACBA le dedicó una exposición hace tres años y ahora, en Céret, a menos de doscientos kilómetros, pueden visitar otra temporal (Chaque visage est un lieu, en el Musée d’art moderne de Céret).

Esta ciudad cuenta con otras muchas estatuas admirables. Escojo tres, también clasicistas, aunque las que ustedes ven en calles y plazas no son, lamentablemente, las originales.

La primera es Desconsol (1907), de Josep Llimona, un desnudo melancólico y compatible con el talante conservador del escultor, el mejor del modernismo catalán y uno de los fundadores del Cercle Artístic Sant Lluc, entidad hoy en horas bajas y tan precisada de apoyo como merecedora de él. La estatua original la pueden ver en el MNAC; una segunda versión de mayor tamaño (1917), en el Parlament de Catalunya, además de una copia situada en el parque de la Ciutadella.

La segunda son los idealizados Aurigas Olímpicos de Pablo Gargallo. Concebidos en 1928, esculpidos en piedra e instalados junto al Estadi Olímpic de Montjuic, sufrieron su abandono degradándose sin remedio. Con la Barcelona olímpica, en los años ochenta del siglo pasado, se sacaron unos moldes de tiza, se instaló una copia de fibra de vidrio y Marta Polo recibió el encargo de elaborar otra réplica, esta vez de bronce, la cual se puede ver en Can Dragó.

La deessa, de Josep Clarà, es la tercera, una escultura de mármol blanca, de 1909, pero solo se instaló en 1929, en la Plaza de Catalunya, otro encargo para la Exposición Universal. Hoy está en el vestíbulo del Ayuntamiento y en la Plaza queda una copia realizada por el escultor Ricard Sala.

Las estatuas sufren por la polución, las aves y los vándalos. Barcelona tiene un millón de vehículos a motor, casi cien mil palomas y nadie sabe cuántos vándalos que de vez en cuando la emprenden con Carmela y sus congéneres. A los motores térmicos les queda una generación. A las palomas el Ayuntamiento les aplica una política, denominada “control ético de las palomas de Barcelona”, consistente en ofrecerles anticonceptivos (nicarbicina) mezclados con granos de maíz, con resultados medianos, pues mucha gente sigue dándoles de comer. Y a los vándalos conviene educarlos, pero también comprender su resentimiento: quien pintarrajea una estatua no es quien la derriba, sino alguien que quiere dejar rastro. Finalmente hay que limpiar las estatuas al día siguiente de su ensuciamiento. Carmela lo merece. Antes de que se vaya o de que nos hayan de poner una réplica.

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