La Barcelona del fútbol
Una exhaustiva exposición en la antigua fábrica Oliva Artés explora el impacto del mundo del balompié en la fisonomía urbanística y moral de la capital catalana
Don Juan Torres Vilanova, harto, pide por escrito al Ayuntamiento de Barcelona que le autorice a pintar en la fachada del 250 de la calle Córcega un letrero que diga: “No se permite ensuciar ni jugar a pelota en esta pared”. Es julio de 1903 y el conflicto entre vecinos y practicantes de esa nueva locura que llaman futbol es ya notable. Queda casi un siglo para que el presidente del FC Barcelona se atolondre y diga que la ciudad es la que lleva el nombre del club y no al revés, pero el impacto de ese deporte en la fisonomía espiritual y física de la capital catalana es tan obvio como inevitabl...
Don Juan Torres Vilanova, harto, pide por escrito al Ayuntamiento de Barcelona que le autorice a pintar en la fachada del 250 de la calle Córcega un letrero que diga: “No se permite ensuciar ni jugar a pelota en esta pared”. Es julio de 1903 y el conflicto entre vecinos y practicantes de esa nueva locura que llaman futbol es ya notable. Queda casi un siglo para que el presidente del FC Barcelona se atolondre y diga que la ciudad es la que lleva el nombre del club y no al revés, pero el impacto de ese deporte en la fisonomía espiritual y física de la capital catalana es tan obvio como inevitable.
Lo que empezó como distracción de unas reducidas élites (mayormente directivos e ingenieros ingleses miembros, por ejemplo, del Real Club de Regatas), que practicaban en sus exclusivas instalaciones como el Velódromo de la Bonanova o el Hipódromo, corre popularmente como el propio balón. No hay descampado que no se ocupe: en los de Can Tunis ya se detectan partidos en 1892; en el que está justo delante de las primeras torres en construcción de la Sagrada Familia, en 1915; en otro de Montjuïc, antes de las obras de la Exposición Internacional de 1929, con la fábrica Casaramona de fondo; en uno de Les Corts, con un rebaño de cabras negras de espectadoras, en 1930… Pero también vale en plena calle, durante la hora del descanso del trabajo, como por ejemplo ante la imprenta Badia, en 1920: los más puestos, con pañuelo en la cabeza, todos con alpargatas de cordel.
No mucho mejor equipados, pero sí uniformados, van los chavales que juegan en un solar cerca de las Cotxeres de Sans, en 1977, animados por una pintada del Partit dels Treballadors de Catalunya (PTC), por la misma década que dos equipos ya de adultos disputan un balón aéreo en un campo de tierra envuelto por las masivas edificaciones periféricas del escarpado barrio de La Teixonera… Palacios y cabañas de un fútbol galopante: en 1900, había cinco campos de fútbol públicos y seis clubs (y 11 teatros); en 2000, los campos eran 31 y los clubs, 175 (teatros, 27). Fenómeno, pues, hiperconsolidado, como puede comprobarse en la generosa exposición Barcelona & futbol. El gran joc social del segle XX, que el Museo de Historia de Barcelona ha hecho saltar al terreno de juego de la antigua fábrica Oliva Artés del Poblenou.
Lo que nació mecido por las teorías higienistas de inicios del XX (ahí están un Manual de gimnástica higiénica de 1876 o el anuncio “Gimnástica para mejorar la raza”, en Los Deportes, de mayo de 1899) pronto pasó a ser elemento clave de socialización y de identificación con un territorio, especialmente tras la agregación a Barcelona de las villas colindantes: ahí cogen músculo y emotividad el Europa (1907, en el ya barrio de Gràcia) y, en 1909, el Júpiter (Poblenou), el Sant Andreu y el Martinenc (Sant Martí de Provençals). El Sants llegaría en 1922, cuando el futbol ya ha mutado en espectáculo de masas, doblegando a los toros. La traducción urbanística del fenómeno: los campos de Les Corts, (1922, para 22.000 espectadores); el de Sarrià (1923, 10.000 personas); el del Guinardó (1923, 19.000) o el Estadi de Montjuïc (1929 y 60.000 personas).
Tanta gente a esos campos afectará a la movilidad urbana, con tranvías y autobuses especiales los días de futbol, renqueantes porque van a rebosar. También se dan ya los primeros embotellamientos de coches en la Diagonal, como recoge una sorprendente imagen de 1925. A rebufo de una profesionalización que consolidará la primera Liga española (1928-1929), los clubs se dividirán en los que pueden dar el salto o no. Porque esto ya es una industria: Samitier, a quien Carlos Gardel ya ha dedicado el tango Patadura que suena en el Paral·lel, protagoniza, desde una caricatura, un anunció del milagroso para los golpes Lápiz Termosan, igual como Basora populariza la crema dental Kolynos y el primer Ángel Mur, de la saga de masajistas, el Linimento Sloan. No muy lejos está Pelé en un anuncio de Cacaolat en el cartel del partido entre el Santos y el C.F. Barcelona de junio de 1963, casi a tocar de que Cruyff diga en los 70: “Mis pijamas son Jim”.
El fútbol hizo buenas combinaciones tuya-mía con el obrerismo y el catalanismo político, plasmación de su capacidad de crear identidades y símbolos, como sufrieron en sus carnes, entre otros, el Júpiter o el Barça, cuando la dictadura de Primo de Rivera en los años 20. Tras la Guerra Civil, claro, fue peor: la depuración sociopolítica fue implacable, como muestra la venenosa carta que el club azulgrana recibió para que se modificara tanto el escudo (eliminar las cuatro barras) como la placa a los Caídos que debía lucir la fachada en 1939, en otro de los aciertos de la exposición dirigida por Joan Roca y comisariada por Xavi Pujadas y Carles Santacana. Uno más es la exhibición de la máquina de ciclostil con la que el PSUC imprimió las octavillas que se lanzaron en 1959 en el campo del Barça para incitar a la huelga general de junio de ese año.
La especulación urbanística, álgida en la etapa del alcalde Porcioles, brutal entre los 60 y 70, provocó que los clubs modestos que no eran propietarios de los terrenos donde jugaban tuvieran que trasladarse fuera de sus barrios o, incluso, de la ciudad. Muchos resistieron como pudieron, refugiados socialmente en los bares, lugar también de encuentro para ver el futbol por un televisor que pocos tenían en casa. Pero sobre todo fueron viveros de clubs, cuyas demandas de campos e instalaciones deportivas se convirtieron en punta de lanza de movimientos vecinales y sus múltiples reivindicaciones urbanísticas. Jugaban, pues, como suplentes de los titulares, los movimientos sociopolíticos aplastados por la clandestinidad.
Ese mundillo de contactos entre barrios que generaba el fútbol y la denuncia y oposición a operaciones urbanísticas quedó reflejado hasta en la literatura, con obras que van de Han matado a un hombre, han roto un paisaje (1967), de un Paco Candel que usa la reivindicación del campo de fútbol de Can Tunis como metáfora sociopolítica, a un El delantero centro fue asesinado al atardecer (1988), de Manuel Vázquez Montalbán, con la muerte de un jugador de fútbol en el marco de una especulación inmobiliaria. Una imagen chocante: unas barracas en Riera Blanca, en 1958, desde las que se divisa la silueta de un Camp Nou inaugurado apenas un año antes. La historia, larga: el Sants cerraba su campo en 1964; Sarrià se demolía en 1997.
Mientras camisetas del Barça llevan la marca y la ciudad a cualquier mísero rincón del Senegal, la identidad global no camufla los retos locales: desde el futuro de los clubs más modestos a si ese cuestionable “urbanismo táctico” del Ayuntamiento de Barcelona permitirá el renacer del futbol callejero... y el de las instancias para poder pintar “No se permite jugar a pelota en esta pared”.
‘Celtas’, mujeres y LGTB
“El futbol femenino está abriéndose camino. Y está llegando a Barcelona”. Así empezaba el pequeño artículo 'Futbol femenino a la vista', con el que, el 17 de noviembre de 1970, Immaculada Cabecerán llamaba desde la 'Revista Barcelonista' a “señoritas entre los 18 y los 25 años” para formar un equipo en el Barça. Respondieron 15 jóvenes. Retomaban, quizá sin saberlo, el espíritu de las jugadoras del Spanish Girl’s Club que, formando ellas mismas dos equipos (Giralda y Montserrat), disputaron el primer partido de mujeres en Barcelona el 9 de junio de 1914, en el campo del Español. No hubo continuidad, pero sí quedó más visibilizada quizá la semilla de que el fútbol también podía ser ámbito de inclusión social: lo intentaba ser ya en lo socioeconómico (de las localidades populares de a pie a las tribunas, o del 'Celtas' al habano, pero todos de unos mismos colores) y lo podía ser en la diversidad más íntima, como la muestra también refleja con la labor del Club Esportiu Panteres Grogues, que busca normalizar al colectivo LGTB en el fútbol.