El incendio en el Cap de Creus asedia el monasterio románico de Sant Pere de Rodes

El fuego en el Alt Empordà, en fase de estabilización, quema casi 400 hectáreas y fuerza el desalojo de 350 personas

Un helicóptero protege la zona del monasterio de Sant Pere de Rodes tirando agua.Agusti Ensesa

Roger Defez vio nacer el primer fuego de envergadura de esta temporada de verano en Cataluña. Era la una y media de la tarde del viernes. Defez se encontraba en medio de la bahía de Port de la Selva (Girona) practicando windsurf cuando de repente se percató de una humareda cerca de la carretera que conecta a este municipio con Llançà, en un punto conocido como el Cau del Llop [la madriguera del lobo]. “En cinco minutos ya había un helicóptero tirando agua, pero soplaba mucha tramontana”, recuerda Defez. 24 h...

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Roger Defez vio nacer el primer fuego de envergadura de esta temporada de verano en Cataluña. Era la una y media de la tarde del viernes. Defez se encontraba en medio de la bahía de Port de la Selva (Girona) practicando windsurf cuando de repente se percató de una humareda cerca de la carretera que conecta a este municipio con Llançà, en un punto conocido como el Cau del Llop [la madriguera del lobo]. “En cinco minutos ya había un helicóptero tirando agua, pero soplaba mucha tramontana”, recuerda Defez. 24 horas después, el incendio ya había calcinado 410 hectáreas, casi íntegramente en el parque natural del Cap de Creus, en el Alt Empordà.

El fuego obligó a desalojar a 350 vecinos, que fueron reubicados en hoteles y recursos municipales, y dejó sin suministro eléctrico a otros 300 en Llançà, Selva de Mar y Port de la Selva. Optimistas, y sin ver crecer el perímetro, los bomberos esperaban estabilizar el incendio a última hora del día. La mayoría de los evacuados podrán regresar a sus casas a medianoche. Lejos quedaban sus peores previsiones, que apuntaban a que el fuego pudiese arrasar 2.000 hectáreas, una cifra por debajo de las 6.500 que ardieron en 2019 en la Torre de l’Espanyol (Tarragona).

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Una veintena de aviones y helicópteros se concentraron este sábado en extinguir dos focos que asediaban el perímetro románico del monasterio de Sant Pere de Rodes, que empezó, según la investigación de los agentes rurales, por una colilla lanzada desde un coche. Diez siglos después de que los benedictinos levantaran su abadía, el monasterio más emblemático del Empordà sufría otro asedio, no por parte de piratas o de ejércitos sino por parte del fuego. La mayoría de las seis urbanizaciones desalojadas se encontraban precisamente en las faldas de la montaña coronada por el monasterio. Defez tenía su segunda residencia a medio kilómetro del frente del fuego: se fue a dormir a las tres de la madrugada y se levantó temprano el sábado, alerta ante lo que pudiera suceder.

No es el peor incendio en la zona, dice Defez: es el tercero que vive en este siglo XXI. El director del parque natural del Cap de Creus, Ponç Feliu, recuerda a EL PAÍS que en el año 2000 se quemaron 6.000 hectáreas de las 11.000 que tiene este espacio protegido, enclave donde la cordillera pirenaica se hunde en el Mediterráneo. Feliu se muestra optimista porque el área del parque quemada es de arbusto y matojo, y fácil de recuperar. Lo más importante, apunta, es que la sierra de Verdera, donde se localizan núcleos como Sant Pere de Rodes o el castillo de Sant Salvador, se han salvado de la destrucción.

Entre los 350 vecinos evacuados, algunas familias esperaban turno el viernes por la noche para ser acogidas en el pabellón municipal de El Port de la Selva. Anna Carrasco ya había preparado a las tres de la tarde del viernes una maleta por si los Mossos d’Esquadra desalojaban la urbanización en la que tiene su apartamento, como así sucedió. Pasó la noche en El Port de la Selva, en casa de su madre, nerviosa porque temía por su vivienda, aunque no se ha quemado ninguna. Los servicios de emergencias repitieron a los afectados que no regresasen a sus casas: aunque no viesen grandes llamaradas, el fuego seguía activo y los vehículos de los bomberos necesitaban las carreteras despejadas por las que circular y evitar nuevas retomas del fuego.

Anna Muñoz observaba desde la barra de su bar, Ca la Maria, la columna que formaban los hidroaviones sobre el monasterio de Sant Pere de Rodes. Como el resto de entrevistados, Muñoz pasó una mala noche el viernes por la presencia del fuego, que iluminaba la bahía y que volvía a amenazar a la región. La propietaria de Ca la Maria, el antiguo y mítico Café España de El Port de la Selva, creía, sin embargo, que el descontrol de la pandemia del coronavirus en Cataluña tiene peores efectos económicos para el pueblo que el fuego: “Tengo clientes de toda la vida, sobre todo franceses, que se echan para atrás y deciden no venir, por miedo. El fuego, para los turistas, no tiene un efecto tan negativo”.

Jean François Frison, jubilado francés de Toulouse, confirmaba las palabras de Muñoz: a él, el fuego no le preocupaba en especial. Vecino desde 1966 de la urbanización Panoramar, en las faldas de la sierra de Verdera, Frison recorría a pie un camino a 300 metros de un foco del incendio; cargaba una mochila en la que llevaba alimentos para un amigo de 80 años que no podía salir a comprar porque la policía no le permitía ir y volver con el coche. Frison confirmaba que en este rincón de la Costa Brava la amenaza del fuego no es nueva y que solo le echarían de allí a la fuerza.

Los Mossos analizan ahora la colilla que originó el incendio. Solo un golpe de suerte podría hacer que, de hallar el ADN en el cigarro, este constase en sus bases datos. En 2012, los fuegos que asolaron el Alt Empordà, quemando 12.000 hectáreas y que mataron a cuatro personas (solo una por las llamas), también fueron causados por colillas. La investigación se archivó sin culpables.

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