Muere Enrique Badosa, poeta y editor, a los 94 años
Autor de ‘Mapa de Grecia’ y traductor de Espriu y Foix, dirigió dos colecciones de poesía clave en los años 60 y 80 en Plaza & Janés
Joan Margarit decía de la poesía de Enrique Badosa que era “un biombo luminoso y translúcido a través del cual se adivina un mundo de sombras, una soledad que busca la paz en el horror del propio conocimiento”. Apenas tres meses después de su muerte ha trascendido hoy, a los 94 años, la de su amigo y colega poeta, traductor, editor y periodista, en su ciudad natal, Barcelona, miembro cronológico de una Generación de los 50 a la que, refractario a todo encasillamiento, nunca se adscribió, como aleja...
Joan Margarit decía de la poesía de Enrique Badosa que era “un biombo luminoso y translúcido a través del cual se adivina un mundo de sombras, una soledad que busca la paz en el horror del propio conocimiento”. Apenas tres meses después de su muerte ha trascendido hoy, a los 94 años, la de su amigo y colega poeta, traductor, editor y periodista, en su ciudad natal, Barcelona, miembro cronológico de una Generación de los 50 a la que, refractario a todo encasillamiento, nunca se adscribió, como alejado estuvo de la Escuela de Barcelona, con la que tampoco acabó compartiendo “ni postulados estéticos ni políticos”, aclaraba, celoso siempre de su independencia.
La trayectoria de Badosa, licenciado en Filosofía y Letras en la Universidad de Barcelona, arrancó con una temprana e ingente labor de periodista cultural, ya en la mítica revista Laye, pero especialmente en el rotativo El Noticiero Universal y las cabeceras Destino y El Ciervo, entre otras, así como también en el diario ABC. Más allá del tiempo (1956) fue su primer poemario, prologado por J.V. Foix, poeta al que apenas cinco años después él mismo traduciría al castellano, en una de las labores en las que se volcaría con tanto ahínco como acierto. Había hecho lo propio en 1956 con la obra de Salvador Espriu y también lo haría con antologías de la lírica medieval catalana, en una de las labores más fructíferas y rigurosas que se han dado en la cultura democrática española de trasvase entre ambas lenguas poéticas.
Buena parte de esa labor la desarrolló en otro de los hitos de su trayectoria vital, la de editor, llevando las riendas, como director que fue del Área de Literatura Española de Plaza & Janés, de dos colecciones históricas: Selecciones de Poesía Española y Selecciones de Poesía Universal, esta segunda creada por él mismo junto a otra figura simbólica de la edición, Mario Lacruz. Entre los años 1960 y 1980, en la primera de las series publicó más de 80 títulos, que se hicieron un hueco notable en las universidades españolas y en los departamentos de estudios hispánicos del extranjero. Ahí, bajo una clasificación tácita entre poetas ya consagrados antes de 1936, los exiliados y los contemporáneos, publicó mucha obra de autores catalanes y gallegos vertidos al castellano. Que algunas de ellas se acabaran reeditando le llevó a desmentir uno de los tópicos del gremio: “No es cierto que no se vendan las traducciones de poesía de otras lenguas españolas al castellano”, argumentaba con número.
Ese intenso trabajo de editor no le impidió una notable producción poética, que superó la veintena de títulos y cuyo cordón umbilical siempre fue la poesía como medio de conocimiento y autoconocimiento. Y, además, con un delicado equilibrio entre los aspectos formales y el contenido, si bien la crítica sostenía que pesaba más lo primero. “Mi poesía no está más comprometida con el fondo que con la forma porque todo poema exige, siempre, el doble logro entre lo estético y lo conceptual”, solía defenderse quien transitó a menudo también por la poesía de regusto satírico.
Versos en Salamina
Buena prueba de la búsqueda de ese equilibrio sería uno de sus títulos mayores, Mapa de Grecia (1979), donde la introspección viene a través del viaje. Traducido al griego, un poema del mismo, Salamina, está grabado en un monolito que en la misma zona conmemora la legendaria batalla. Quizá en las antípodas, por ser una poesía más crítica y social, está quizá el otro gran poemario suyo, Epigramas convencionales (1989), con el que obtuvo los premios Francisco de Quevedo, el Ciutat de Barcelona de ese año. También sería reconocido con el Fastenrath de la Real Academia de la Lengua Española. Trivium, aparecido en 2010, compendia buena parte de su obra poética, entre 1956 y ese mismo año.
Cinco libros de ensayos, entre ellos Sine tradire, donde intentó explicar el arte de traducir sin traicionar al autor, lo que él mismo había practicado en 11 libros de bardos en catalán, latín, francés y portugués, completan el legado de quien, entre otros reconocimientos, ostentaba la Creu de Sant Jordi de la Generalitat (2006) y debió rechazar, por problemas de salud, la posibilidad de entrar en la RAE.
A partir de sus 80 años, siempre “liberal, ni socialista, ni comunista”, como le gustaba posicionarse, escribió otro libro de reflexiones poéticas, Ya cada día es más noche, sobre el inexorable caminar hacia una muerte que aún tardaría 15 años más y que, al final de ese trayecto, aspiraba quizá a ver cumplido el sueño que él mismo plasmó en los versos finales de su Partenón: “nunca tantas palabras para saber la vida, / nunca tan protector, nunca tan cotidiano, / nunca tan erigido para todos nosotros”.