Un museo virtual del arte catalán en la diáspora

Las redes sociales dan visibilidad y reúnen a casi un centenar de obras del patrimonio disperso por centros de medio mundo

Pintura de Pere Garcia de Benavarre, miniatura de Ferrer Bassa, copón de Pere II d'Urgell y relieve atribuido a Bernat Roca, todos fuera de Cataluña.

Francesca Español ha aceptado alguno de los retos que más han circulado por las redes sociales durante el confinamiento, como publicar las carátulas de los discos y las portadas de los libros que le han marcado. Pero ella misma, profesora de Arte Medieval de la Universidad de Barcelona, ha generado el interés de muchos de los amantes del arte, dando los buenos días durante más de dos meses, con sus propios post en Facebook en los que ha puesto el foco en casi un centenar de obras: pinturas, orfebrer...

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Francesca Español ha aceptado alguno de los retos que más han circulado por las redes sociales durante el confinamiento, como publicar las carátulas de los discos y las portadas de los libros que le han marcado. Pero ella misma, profesora de Arte Medieval de la Universidad de Barcelona, ha generado el interés de muchos de los amantes del arte, dando los buenos días durante más de dos meses, con sus propios post en Facebook en los que ha puesto el foco en casi un centenar de obras: pinturas, orfebrería, mobiliario, esculturas, retablos, miniaturas y sepulcros del patrimonio catalán de autores como Bernat Martorell, Bartomeu de Robió, Pere Garcia de Benavarre, Ferrer Bassa, Lluís Borrassà y Jaume Serra, entre otros muchos, que, tras abandonar los lugares para los que se crearon y caer en manos de anticuarios, han acabado repartidos por museos de medio mundo.

Durante los dos meses de encierro Español daba los buenos días con la pregunta Bonic, no?, seguido de Art català a la diàspora, el nombre de la pieza y el lugar donde se encuentra, además de una o varias imágenes. “Al principio no lo hice con ninguna intención, pero cuando colgué las dos primeras y vi la reacción de la gente y las preguntas que me hacían me animó a continuar”, explica la profesora y presidenta de Amics de L’Art Romànic del Institut d’Estudis Catalans, que ha estudiado y publicado las vicisitudes y el periplo de muchas de ellas e, incluso, ha localizado y ayudado a recuperar algunas, como 23 de las 28 estatuillas de plata de la arqueta de Sant Martirià de Banyoles robadas en 1980 por Erik el Belga, después de descubrir que dos de ellas se subastaban en Sotheby’s de Londres en 1997.

Retablo del Maestro de Vielha, del siglo XV. Museo Nacional de San Carlos de México.

Según Español, aunque no existe una publicación en forma de libro sobre este asunto y sus posts son una primera recopilación del tema, muchas de las piezas y sus historias que ha publicado en la red son conocidas por los historiadores del arte. “Pero el público en general lo ignora y resulta interesante ver el trasfondo de cómo han llegado a su destino actual y con qué vías”, explica al otro lado del teléfono, todavía confinada en Tarragona. “Cuando decidí dar continuidad y seguir publicando, lo hice con una vocación pedagógica que me parecía interesante, entre otras cuestiones porque hablando de esta diáspora se hacía evidente la fuerza que ha tenido el coleccionismo del arte medieval desde finales del siglo XIX y sus mecanismos”.

A lo largo de dos meses han ido apareciendo cada día obras tan importantes para el patrimonio catalán como las Biblia de Sant Pere de Rodes, que hoy está en la Biblioteca Nacional de Francia; la Biblia de Ripoll, en la Biblioteca Apostólica del Vaticano; piezas de un retablo dedicado a Sant Jordi de Bernat Martorell y de otro pintado por Jaume Huguet perteneciente a la catedral de Barcelona que están en el Louvre de París; un Sant Miquel pintado por Pere Garcia de Benavarre que está en el Isabella Stewart Garner de Boston; una Virgen de Jaume Serra del Museo de Artes Decorativas de París; una pintura mural de Santa Caterina de la Fundación Abegg-Stiftung de Suiza; un retablo del Maestro de Vielha del Museo de San Carlos de México; un copón de Pere II de Urgell del Hermitage de San Petersburgo, el salterio anglo-catalán de Ferrer Bassa de la Biblioteca Nacional de Francia y varios relieves sepulcrales atribuidos a Bernat Roca que están en el Museo de Arte de Boston.

Tabla de la Flagelación de Jaume Huguet perteneciente a la Capella dels sabaters de la catedral de Barcelona que se encuentra en el Louvre de Paris.

“Todas tienen en común que, muchos siglos después de su ejecución viajaron más allá de los lugares donde fueron creadas, o a los que se destinaron, hacía unos enclaves inimaginables para sus artífices”, explica.

Las entregas han tenido varios apéndices. Uno es un cajón de sastre en el que ha colocado una decena de obras que están hoy en día en museos de ciudades como Castres, París, Palermo, Siracusa, San Francisco, Cleveland, Harvard y Nueva York. Un buen epílogo de este “kit de supervivencia para el periodo de confinamiento”, como lo califica Español, que se cierra con “una historia divertida”: la de un torso relicario del siglo XIV y su copia del siglo XIX de un Santo Inocente de la iglesia de Sant Joan de Valls. “La de plata dorada y esmaltes gótica fue sustituida por una copia también muy buena de madera con la intención de que el cambio no fuera detectado. Las dos están desaparecidas, una hacia 1900 y otra en la guerra civil y el que tenga esta última pensará que tiene una obra gótica genuina”, explica riendo, al hilo que comenta: “También hay obras de arte medieval catalán en una diáspora imprecisa, muchas más de las que nos imaginamos”.

Relicario de plata del siglo XIV y su copia de madera del XIX un Santo Inocente de la iglesia de Sant Joan de Valls, los dos desaparecidos.

Y mucho patrimonio catalán y español que se vendió a diferentes países europeos y, sobre todo, a Estados Unidos, como si fuera de origen francés. Como parte del coro del monasterio de Pedralbes que están en el Museo de Cleveland, el frontal de piedra de Anglesola que se conserva en el Museo de Arte de Boston o el sepulcro de Torà en el Bode Museum de Berlín, que se vendieron como franceses. “Durante años se maquillaba la procedencia como si fueran del sur de Francia, porque esta piezas estaban más cotizadas en el mercado y el anticuario obtenía un mayor ganancia”, explica.

De valor cultual a valor cultural y económico

En el último post publicado por la profesora Francesca Español enlaza con un artículo suyo publicado en 2011: El Pirineu desvellat: viatges i descoberta del patrimonio medieval, en el que explica el origen de esta diáspora. “Entre las preguntas que me han hecho estos días está el porqué de esta pérdida de patrimonio y aquí explico la diferencia de valor que tenían estas obras para las personas vivían en estos pueblos apartados, que los consideraban solo elementos litúrgicos de culto, muchos en desuso. Mientras que para los viajeros y anticuarios eruditos que venían de Barcelona desde finales del siglo XIX tenían un valor patrimonial y económico. Y esta doble visión contribuyó a que la gente del Pirineo se desprendieran de piezas sin considerar que eran elementos importantes de su historia”.

Y es en este momento cuando “los objetos devocionales, los muebles litúrgicos y los elementos escultóricos de claustros e iglesias, comienzan a abandonar los escenarios cultuales originales para cumplir un papel diferente”, concluye.


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