Autoconfinados en la calle por la pandemia

Decenas de personas sin techo siguen viviendo al raso en plena pandemia en Barcelona

Barcelona -
Jesús, que vive en la ronda de Sant Antoni, habla con las voluntarias de Arrels.Massimiliano Minocri (EL PAÍS)

En los soportales de algunas de las lujosas tiendas del paseo de Gràcia, cerradas a cal y canto, en las entradas de bancos y cajas, en los porches de las plazas de Ciutat Vella, en los huecos de la fachada del Macba, en los vestíbulos de acceso de edificios de viviendas, acarreando todas sus pertenencias en carros de supermercados, decenas de personas sin techo siguen viviendo al raso y en todos esos lugares en plena pandemia del coronavirus en Barcelona...

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites

En los soportales de algunas de las lujosas tiendas del paseo de Gràcia, cerradas a cal y canto, en las entradas de bancos y cajas, en los porches de las plazas de Ciutat Vella, en los huecos de la fachada del Macba, en los vestíbulos de acceso de edificios de viviendas, acarreando todas sus pertenencias en carros de supermercados, decenas de personas sin techo siguen viviendo al raso y en todos esos lugares en plena pandemia del coronavirus en Barcelona.

El Ayuntamiento abrió diversos dispositivos en la ciudad cuando se decretó el estado de alarma, los mayores en dos pabellones de la Fira, hasta disponer de 680 plazas para cobijar a ese colectivo de personas vulnerables. Mientras todavía restan libres entre 50 y 60 de esas plazas, según datos del Ayuntamiento, decenas de personas tienen la luna y las estrellas como techo en una Barcelona medio desierta durante buena parte del día. Jesús, un hombre que ronda los sesenta, vive en un soportal frente al mercado de Sant Antoni en el que ha montado una miniparada de libros: “Yo he estado en pisos y compartido habitaciones, pero ahora vuelvo a estar aquí, en la calle”. A Jesús la posibilidad de ir a uno de los espacios del Ayuntamiento no le gusta nada: “Claro que no me gusta estar en la calle, pero los albergues o esos sitios no me van”. Cuenta que no tiene miedo al coronavirus —enseña una mascarilla que tiene guardada— y que prefiere autoconfinarse al raso en un barrio en el que le conocen. Y charla con ganas con las voluntarias de la fundación Arrels que estos días reparten comida a los sin techo que tienen ya localizados en el Eixample, Ciutat Vella y Sants-Montjuïc.

Él es usuario ya hace tiempo de los espacios y servicios que facilita Arrels, una entidad que trabaja con colectivos de personas vulnerables desde hace más de 40 años. Arrels hace anualmente un recuento de personas que viven en la calle, un número que crece sin cesar. En el del año pasado, la cifra fue de 1.195, un 20% más que en 2018. Y ya temen lo que pueda ocurrir este año por el efecto de la pandemia.

Equipo de Arrels

A raíz del estado de alarma, Arrels ha activado un equipo, formado por 40 voluntarios, que habla con las personas que viven en la calle y les proporciona lo básico: alimentación, productos de higiene y les ayudan en cuestiones sanitarias. La cita de uno de los equipos de voluntarios el jueves pasado partía de la Gran Via con paseo de Gràcia. El menú del día: paella, panacota y macedonia. También facilitan información de los servicios que tiene la fundación y un singular documento que acredita que una persona vive en la calle. “A raíz del estado de alarma y de la obligatoriedad del confinamiento nos encontramos a personas que vivían en la calle a las que la policía les conminaba a que se fueran del espacio público”, explica Maite Bosch, una de las voluntarias y miembro de la junta de Arrels.

El documento está firmado por el director de la fundación, Ferran Busquets, para acreditar que el portador del papel vive en la calle porque carece de domicilio. Ana Isabel, una artista que vive al inicio de la Rambla, en la entrada de un comercio, no quiere el documento. Dice que la policía no le ha molestado.

“Siempre hay personas que no quieren ir a los espacios que facilita el Ayuntamiento porque no encajan en ellos o porque tienen adiciones que dificultan la convivencia con mucha gente. A menudo se trata de sitios un tanto masificados a los que no se adaptan”, sostiene el director de la fundación, quien insiste en que las personas que llevan tiempo en la calle, casos cronificados, no encajan en las literas dispuestas en batería en los pabellones de la Fira. Y no oculta cierta crítica a los responsables municipales porque considera que dejan de lado a los que están peor.

En la ronda, lo primero que preguntan estos días es si se encuentran bien, si tienen tos y fiebre. “Hemos hecho algún test y de momento han dado negativos los que tenían algún síntoma”, explica Maite que comparte la ronda con Anna, otra voluntaria. Una mujer que dormita en un colchón y tiene esparcidas sus cosas en un lateral del Macba sí explica que tiene fiebre y que se ha caído: “¿Quieres un paracetamol para la fiebre?”. Muy cerca, en la plaza Vicens Martorell, cuatro o cinco sin techo se han distribuido bajo los porches para pasar la noche. Algunos tienen ganas de hablar. Otros evitan el contacto.

Sobre la firma

Archivado En