Open Arms, al rescate de las residencias de ancianos en Cataluña

La organización presta ahora a sus voluntarios para realizar test masivos en los geriátricos

Voluntarios de la ONG Proactiva Open Arms realizan test rápidos en una residencia geriátrica.Albert Garcia

Junto a cada una de las puertas de las habitaciones de esta residencia geriátrica de la comarca barcelonesa del Vallès Oriental destacan fotografías de ancianos sonrientes. Al lado de cada instantánea, el nombre y apellido de las dos personas que comparten habitación. “No hagáis caso ni de fotos, ni de nombres. Con el virus cambiamos a los que no tenían síntomas a otras habitaciones para intentar mantener a raya los contagios”, info...

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Junto a cada una de las puertas de las habitaciones de esta residencia geriátrica de la comarca barcelonesa del Vallès Oriental destacan fotografías de ancianos sonrientes. Al lado de cada instantánea, el nombre y apellido de las dos personas que comparten habitación. “No hagáis caso ni de fotos, ni de nombres. Con el virus cambiamos a los que no tenían síntomas a otras habitaciones para intentar mantener a raya los contagios”, informa una responsable del centro. No lo consiguieron. 27 internos de este centro en las últimas semanas han fallecido a causa del coronavirus. Este lunes media decena de voluntarios de la ONG Proactiva Open Arms han entrado en la residencia. Debajo de centímetros de celulosa, mascarillas y varias capas de protección se intuye el suéter rojo de aquellos que se dedican a salvar vidas en el Mediterráneo y que han dejado los barcos para intentar rescatar ahora las residencias de ancianos de Cataluña.

Òscar Camps, fundador de Open Arms. En vídeo, declaraciones de Camps sobre la crisis sanitaria.Vídeo: EFE

Los voluntarios visitan habitación tras habitación, a velocidad de infarto, pinchando dedos y depositando gotas de sangre sobre placas de test rápidos del coronavirus. Utilizan las pruebas que les ha proporcionado el departamento de Salud de la Generalitat. El objetivo es recoger test de los 20.000 ancianos ingresados en las 290 residencias geriátricas en las que haya confirmado, al menos, un positivo por la pandemia. A partir de aquí, las autoridades sanitarias tomarán decisiones para poner obstáculos a la sangría de muertes en los geriátricos. La prueba recuerda -a aquellos que no tienen ni idea de medicina ni de análisis clínicos- a un test de embarazo. “Echamos la gota de sangre aquí y si se marca solo una raya a la altura de esta C es que es negativo. Si hay dos rayas, una en la C y otra en la T, es positivo”, aclara una joven de la ONG con las gafas que la protegen del virus totalmente empañadas. Mientras, la responsable del centro va marcando: “Esta señora es Antonia [con apellido] y presentó síntomas hace unos días”. A los pocos minutos de echar la gota de sangre el test marca las dos rayas: “Otro positivo”.

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David Lladó es marinero y patrón de barco. Hasta hace solo unas semanas se dedicaba a salvar vidas en el Mediterráneo a bordo del buque de la ONG Proactiva Open Arms. “El barco tuvo una avería y tuvieron que reparar unas piezas. Mientras no podíamos navegar me fui a mi casa en Mallorca. Estuve tres días”, sonríe. La ONG tenía una nueva misión y reclamó sus servicios, en esta ocasión en tierra firme. El pasado 30 de marzo la organización nacida en Badalona puso a disposición de quien lo necesitara, 30 vehículos y 70 voluntarios preparados para rescatar a personas, ahora lejos del mar. El Hospital Germans Trias, también de Badalona, junto con la Fundación Lucha contra el Sida y las Enfermedades Infecciosas arrancaron poco antes un ensayo clínico. Una combinación de fármacos con los que se pretende poner obstáculos a la transmisibilidad del virus. La primera misión de Open Arms fue extender el ensayo con el que se pretende salvar vidas.

A primera hora de la mañana, todos los voluntarios se encuentran en una nave de la ONG en Vilassar de Dalt (Maresme). A un lado hay, apilados, utensilios destinados al socorrismo y al salvamento marítimo. La nave la ocupa un ejército de voluntarios con suéteres rojos y doble mascarilla cada uno de ellos. “Hoy han venido nuevos y vamos a darles un pequeño cursillo de cómo colocarse los equipos de protección individual y cómo recoger muestras”, destaca Mar Sabé, una de las coordinadoras. Los jóvenes se colocan en círculo respetando el metro y medio de distancia y, rápida pero didácticamente, otro joven da las instrucciones. Lladó y su compañero Lluís Fuster ya saben cuál es la misión de hoy. “Tenemos que llevar estos medicamentos a esta residencia y tenemos esta lista de usuarios. Los que están en rojo es que no participan en el ensayo”, destaca Fuster.

“En estos días hemos ido a varios geriátricos, algunos, muy tétricos. Imagínate, íbamos con una lista como esta, con todo programado y cuando llegábamos nos tachaban cinco nombres porque se habían muerto la noche de antes”, recuerda Lladó. Suben en un vehículo con el logotipo de la organización y ponen rumbo hacia la residencia del Vallès Occidental. En la puerta del geriátrico, todavía en la calle, hay otros seis compañeros de la ONG que van a realizar test masivos a todos los pacientes. Es el momento de colocarse las protecciones. Mono, gorro, doble guante, peúcos, doble mascarilla, gafas, pantalla en el rostro… La sensación es claustrofóbica. “Te acostumbras pero pasas muchísimo calor”, comentan los voluntarios. Ninguno de ellos ha conseguido averiguar cuál es el mecanismo para que no se empañen las gafas continuamente.

Los seis voluntarios encargados de la recogida masiva de test entran a enfrentarse contra el virus. Lladó y Fuster se quedan a la entrada. Una responsable del centro sale a la puerta: “El problema es que el medicamento del ensayo tiene hidroxicloroquina (se utiliza sobre todo contra la malaria) y puede tener efectos secundarios. Necesitamos estudiarlo más”. Los dos voluntarios les informan de que el tratamiento se ha ido dando en diferentes fases, dejan las hojas informativas y los documentos de consentimiento y deciden volver al día siguiente.

Mientras, en Barcelona 10 voluntarios de la ONG ayudan, vestidos con las mismas protecciones, al traslado de los ancianos que han contraído la enfermedad y tienen que ser derivados a hospitales. “Es necesario alguien que se encargue de que estas personas vayan con mudas, documentación… a los hospitales y esa es nuestra labor porque el personal de las residencias está desbordado”, informa Sabé.

Los seis voluntarios que han accedido al geriátrico del Vallés Oriental entran en la enésima habitación. Una anciana está medio dormida y ve acceder a los jóvenes a los que solo se les ve los ojos tras una pantalla plástica. “Ay... ¡qué susto!”, exclama. “Ella es una superviviente”, se enorgullece la responsable del centro, tras informar de que ha estado muy enferma los últimos días.

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