¿Por qué los migrantes no van a los pueblos? Vivienda, transporte y soledad, los grandes obstáculos
La España rural envejecida necesita muchos cuidadores, pero esta profesión se mantiene en contratos informales
El auge de la ultraderecha en España con su fuerte mensaje xenófobo tiene un reflejo acusado en algunas zonas rurales del interior, donde la presencia de los extranjeros es, sin embargo, escasa o prácticamente nula. ¿Quién va a limpiar en las casas si se les expulsa?, contestaba a Vox la presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Ayuso, con un interrogante interesado. Otros no se preguntan por la suciedad doméstica, sino por las posibilidades de empleo y desarrollo de una población que ya representa una quinta parte los residentes en España. Pero mientras los extranjeros sufren el repudio vecinal en algunos barrios de las grandes ciudades, mientras buscan trabajo desesperadamente, en la España rural crecen las ofertas laborales que nadie satisface: faltan electricistas, fontaneros, albañiles, carpinteros y desde luego personal que cuide a los ancianos de una Europa envejecida. ¿Por qué no hay migrantes en los pueblos más pequeños?
Las organizaciones que trabajan con ellos para ofrecerles formación y orientación al empleo conocen la resistencia que presentan para trasladarse a las pequeñas localidades y tienen sus razones: “En algunos pueblos no hay colegio, servicios sociales que precisan o internet”, pone como ejemplo Mónica López, directora de CEAR, la Comisión Española de Ayuda al Refugiado. Hay otros problemas más difíciles de resolver aún, como es el transporte público, que escasea en esos lugares para moverse a las cabeceras de comarca o trasladarse entre pueblos. “Muchos no tienen carné de conducir o no lo tienen homologado o no tienen coche”, añade. Hay que tener en cuenta también el problema de la vivienda. Paradójicamente, en los pequeños municipios hay muchas casas sin uso, pero pocos quieren alquilar, ¿para qué van a gastarse en arreglar el tejado o poner un calentador nuevo si el tiempo de renta suele ser corto? “Eso es lo que me comentan muchos alcaldes de zonas rurales”, dice Antón Costas, presidente del Consejo Económico y Social (CES), que la semana pasada presentaba en Madrid un extenso estudio sobre el fenómeno migratorio encargado por el Ministerio de Migraciones.
“Los migrantes no se comportan como exploradores pioneros que se adentran en territorios ignotos, más bien actúan por el efecto llamada y acuden donde ya están instalados sus pares”, explica Costas. Pero observa que en las zonas rurales empiezan a verse colonias incipientes de concentración que al principio, dice, actúan con lentitud y se aceleran con el tiempo, “como las semillas que van germinando bajo tierra hasta que afloran”. El 10% de la población en zonas rurales ya es de origen extranjero y en el segmento de 20 a 39 años alcanza el 16%; uno de cada cuatro niños en los pueblos por debajo de 1.000 habitantes también es de origen extranjero, señalaba el presidente del CES. Confía en la Formación Profesional dual, la que hace sus prácticas en empresas, el gran motor de empleo y desarrollo, donde el mayor porcentaje de alumnos procede de la migración. “Es una vía que está potenciándose con el nuevo reglamento de extranjería”, afirma.
El factor llamada que aún concentra a los extranjeros en las grandes ciudades y, como mucho, en las cabeceras comarcales, ha sido un clásico en la historia de los éxodos: unos acuden donde otros ya llegaron y les informan de las posibilidades de empleo a la vez que les ofrecen una red de ayuda, comprensión y cultura. “Si llegan de grandes ciudades no se habitúan al campo, pero también los jóvenes de aldeas vienen obnubilados con la idea de las grandes capitales europeas, Madrid, París, Barcelona, es difícil convencerles de lo contrario”, explica Mónica López.
“Los migrantes solo ponen de manifiesto los problemas de siempre del mercado laboral español. Los trabajos de cuidadores del mundo rural son muy sacrificados, penosos, precarios, mal pagados”, dice el responsable de Migración en Comisiones Obreras, José Antonio Moreno, quien menciona también el aislamiento para esos trabajadores. “Es un empleo que jamás podría entrar en el catálogo de profesiones de difícil cobertura porque no puedes contratar en origen, las familias quieren conocer a la persona que cuidará a su anciano”, explica. De modo que muchos de los que hay se mantienen en la informalidad. Ese sector, de alta demanda en los pueblos, “requiere un buen desarrollo de los servicios de Dependencia en España, que es un buen yacimiento de empleo, pero está en déficit absoluto”, critica el sindicalista.
El perfil laboral de cada migrante es distinto, por supuesto. ACCEM, la gran organización de inclusión social para migrantes y refugiados, ha acompañado casos como el de Nataliia Taranes, una mujer ucrania que se instaló con su hija en Valencia de San Juan (León), donde solo aguantaron un año antes de trasladarse a la capital de la provincia. Procedentes de Odesa, junto al mar Negro, no encontraron trabajo suficiente: “Solo había en verano, cuando hay mucho turismo, es un pueblo pequeño, de unos 5.000 habitantes. Nos prestaban mucha ayuda, pero lo que queremos es trabajar”, dice la mujer por teléfono. Ella se ha colocado fija en una residencia de ancianos y su hija está empleada en un hotel. “Es feliz en León, con sus compañeras de trabajo, y yo voy a conciertos, al cine, la gente del pueblo era buena, pero mi vida [en Ucrania] era de ciudad”, cuenta.
Seleccionar los perfiles de cada quien para encauzarlos al mejor destino no es tarea fácil, a pesar de los convenios con las empresas que han establecido las organizaciones civiles con presencia, entre todas, en cada una de las provincias españolas. “No estaría mal tener alguna herramienta centralizada que mapee todas las ofertas de empleo, como hay en otros países y se ha organizado en alguna ocasión en España”, reconoce Mónica López. Porque, normalmente, son las empresas, dice, las que señalan los puestos que requieren cubrir.
En ese mapeo se esmera la plataforma TENT, nacida en Estados Unidos y llegada a España hace tres años. Suman ya más de 50 grandes empresas de todos los sectores a los que animan a contratar extranjeros, talento. Son un puente entre las ONG y las grandes compañías. Su directora, Amaia Elizalde, señala también las barreras estructurales a las que se enfrentan, como el idioma, el transporte o la homologación de títulos. Pero el hecho de que sean grandes empresas, dice, limita la experiencia laboral en los pueblos más pequeños, donde a veces la idea de menor bienestar y economía que tienen los migrantes no es del todo cierta.
Más de 18 años lleva en España la peruana Gisela Rojas y siempre estuvo en pueblos. De Marbella saltó pronto a Coria (Cáceres) donde cuidaba de una niña con problemas de bronquios. Allí se casó con un hombre de otro pueblo, más pequeño aún, Barrado, también en Cáceres, que no llega a los 400 habitantes y el trabajo no solo no le falta, sino que lo tiene que rechazar porque no da abasto, en el cuidado de ancianos o en la limpieza doméstica. “Yo vine a España buscando calidad de vida y como en los pueblos no la hay. Algunos de mis compatriotas creen que estos pueblos pequeños van a ser como los de Perú, que tendrán que andar en burro. Al revés, no necesitas coche para ir al trabajo, tienes de todo y no pagan menos que en la ciudad. He encontrado calor humano y mucha aceptación y paz y tranquilidad. Algunos de los amigos que he traído echan en falta los supermercados, el McDonald’s o el Kentucky, comida chatarra [comida basura], vaya, las tiendas. Yo no. Saqué el carné en España y me muevo hasta Plasencia si necesito algo. Nunca han probado los pueblos, pero hay muchas oportunidades y son más baratos. Y para criar hijos es lo más sano”, asegura. Valora también los vínculos que se generan, de amistad y empleo. “En estos pueblos sigue funcionando el boca a boca, no se necesita una nómina para alquilar, solo la palabra. No lo han probado, yo lo recomiendo a ojos cerrados”.