El 7-J francés no mueve el tablero español

Ni el PP cuestiona sus pactos con Vox en línea con el “cordón republicano” ni en la izquierda hay proyectos de unidad a imitación del Nuevo Frente Popular

El líder del PP, Alberto Núñez Feijóo, este lunes en el Parlamento catalán.Gianluca Battista

La política española miró este lunes a Francia... y a continuación siguió a lo suyo, como si nada hubiera ocurrido. El 7-J francés, las elecciones legislativas en las que la extrema derecha tuvo el poder a mano y finalmente quedó relegada al tercer puesto tras la izquierda y el centro, fue un tema de obligado comentario para las direcciones de todos los partidos en España, que se mostraron conscientes de su relevancia para toda Europa. Pero nada más. Si la histórica jornada p...

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La política española miró este lunes a Francia... y a continuación siguió a lo suyo, como si nada hubiera ocurrido. El 7-J francés, las elecciones legislativas en las que la extrema derecha tuvo el poder a mano y finalmente quedó relegada al tercer puesto tras la izquierda y el centro, fue un tema de obligado comentario para las direcciones de todos los partidos en España, que se mostraron conscientes de su relevancia para toda Europa. Pero nada más. Si la histórica jornada provoca cambios en el tablero político español, serán de cocción lenta. Por ahora, sus efectos no traspasan los Pirineos. Ni el PP mostró síntomas de cuestionamiento de sus pactos con Vox en línea con el “cordón republicano”, ni en la izquierda se produjo ninguna maniobra que anticipe una menor división del espacio progresista a imitación del triunfante Nuevo Frente Popular.

El PP parte de una situación especialmente incómoda. La dirección del partido defiende como solución para Francia un pacto entre “liberales, socialistas clásicos [es decir, solo una parte del Nuevo Frente Popular, nunca La Francia Insumisa] y derecha clásica”, en palabras de su portavoz, Borja Sémper. Se trata de una propuesta que choca con su política de acuerdos en España, donde se alía por sistema con Vox en comunidades y ayuntamientos y no descarta hacerlo para llegar al Gobierno. Cuando Alberto Núñez Feijóo defendía este lunes la necesidad de evitar “los extremos”, en el fondo estaba enmendando los acuerdos del propio PP, al mismo tiempo que colocaba en el mismo saco al partido del izquierdista Jean-Luc Mélenchon y al de Marine Le Pen, aliada de Vox, su socio en España.

Los problemas del PP para acercarse a la cuestión francesa sin ahogarse en contradicciones son fruto de sus propias decisiones. Desde que, tras las elecciones andaluzas de 2018, el PP vio por primera vez la posibilidad de acceder al poder valiéndose de Vox, no ha vacilado ni una vez a la hora de hacerlo. O, mejor dicho, una vez sí, en Extremadura, cuando María Guardiola hizo la más breve exhibición de firmeza ante la extrema derecha que se recuerda en Europa. Al margen de aquel fallido órdago extremeño, el PP ha mantenido desde hace más de un lustro a Vox como su aliado estratégico, primero como socio externo, después de gobierno, lo cual sitúa a Feijóo y los suyos fuera de las coordenadas de su partido hermano en Francia, Los Republicanos, pero también de la candidatura centrista del presidente, Emmanuel Macron.

Por eso cuando los dirigentes populares valoran la situación francesa desde España tirando del manual del partido centrado, estable y moderado, surgen las incoherencias, que se hacen más flagrantes justo ahora que el partido de Santiago Abascal exhibe su perfil más radical tanto fuera de España como dentro. Fuera, aliándose con las fuerzas extremistas con un historial de mayor afinidad con Rusia, las del húngaro Viktor Orbán, la francesa Marine Le Pen y el italiano Matteo Salvini, en detrimento de los Hermanos de Italia de Giorgia Meloni, más aceptables para el PP. Dentro, marcando su perfil más duro sobre inmigración, justo el tema estrella de toda la ultraderecha europea, el que utiliza como punta de lanza de su discurso nacionalista más excluyente. Un recordatorio del tipo de figura que ha promocionado el PP con sus pactos con Vox lo ofreció este lunes la presidenta de las Cortes valencianas, Llanos Massó, que se refirió a los futbolistas de la selección francesa de fútbol que celebraron el resultado electoral del domingo como “imbéciles millonarios elitistas”.

Nada de esto lleva al PP a replantearse sus pactos. Es más, es Abascal quien sigue apretando, advirtiendo a Feijóo de que romperá los cinco gobiernos autonómicos que comparten si aceptan menores inmigrantes llegados de Canarias. Lejos de bajar el nivel de presión una vez cerrado el ciclo electoral –vascas, catalanas, europeas–, los dirigentes de Vox se muestran cada vez más beligerantes con el PP. Está por ver si se trata de una pose coyuntural o si Vox ha concluido que, para acercarse a los resultados de Le Pen o Meloni, debe marcar más distancias con el PP, incluso a costa de crear crisis en gobiernos ya constituidos o incluso de perder poder institucional.

España, Reino Unido, Francia

El PSOE, con un guion más fácil, se apresuró a presentar los resultados como una continuación de los cosechados en las generales españolas del 23-J de 2023 y en las elecciones británicas de la semana pasada, todos ellos unidos por el hilo común del “rechazo a la ultraderecha”, afirmó este lunes el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, que apuntó su dedo acusador hacia el PP al resumir así la que a su juicio es la gran lección francesa: “Con la ultraderecha ni se pacta ni se gobierna”. Esa fue la tónica general en el PSOE y en el Gobierno, que tenían el trabajo hecho con los apuros de Feijóo. “Algunos ya frenamos ese espectro [de la ultraderecha] hace un año, otros en cambio se han apuntado en el último minuto cuando están mimetizados con la ultraderecha”, dijo en la misma línea la vicepresidenta del Gobierno y dirigente socialista María Jesús Montero.

Aunque el 7-J francés es más fácil de manejar en Ferraz que en Génova, para el PSOE también presenta algunas aristas cortantes. No en vano, Francia sirve como recordatorio de que es posible un triunfo de la izquierda con una coalición en la que los socialistas no son la fuerza dominante, una hipótesis lejana en España y de la que el PSOE no quiere ni oír hablar. En realidad, ningún partido en España plantea ahora mismo una fórmula similar al Nuevo Frente Popular, que implicaría unir en una candidatura al PSOE y a los partidos a su izquierda. Guillermo Fernández, profesor de Ciencia Política de la Universidad Carlos III y autor de Qué hacer con la extrema derecha en Europa, ve “lógico” que “sea difícil” trasladar la fórmula francesa a España, dadas las diferencias en el espacio progresista de uno y otro país. El Nuevo Frente Popular, explica, solo ha sido posible por la “crisis del Partido Socialista” y porque el incentivo para la coalición en el sistema electoral francés, con 577 circunscripciones que escogen a un diputado cada una, es mayor aún que en España.

Más verosímil, aunque también difícil, es la posibilidad de un entendimiento del mayor número de fuerzas posibles a la izquierda del PSOE, y en particular de Sumar y Podemos. Si el fracaso electoral por separado de ambas candidaturas en las pasadas europeas ya era un factor que estimulaba ese debate, ahora el éxito en la papeleta conjunta del Nuevo Frente Popular alienta la misma idea. Pero se trata de una idea que, por lo que mostraron Sumar y Podemos este lunes, está verde. Sin chocar explícitamente, ambas direcciones se pronunciaron con frialdad sobre una posible alianza. La opción no está descartada expresamente para el futuro, porque nadie quiere cargar con la culpa de decir no a la “unidad”, pero sí congelada, postergada. Solo desde la dirección de IU se pone énfasis en la necesidad de no “excluir” a nadie, una posición que Antonio Maíllo defiende desde su elección en mayo y que repitió este lunes. Pero la propia dirección de IU también se ha mostrado consciente de que hay que actuar sin prisas. Al igual que en toda la política nacional, si el 7-J francés detona efectos en la izquierda alternativa se materializarán más adelante.

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