La irrupción del ultra Alvise frena el ascenso de Vox, que logra dos escaños más
Los casi 800.000 votos logrados por la candidatura del activista esparcidor de bulos lo convierten en la revelación de la noche electoral
Noche agridulce en la sede de Vox. El partido ultra consiguió salvar los muebles, al pasar de cuatro a seis eurodiputados, pero no logró el éxito que tuvieron sus aliados del resto de Europa. La culpa fue de un antiguo seguidor reconvertido en acérrimo rival, el agitador ultraderechista Alvise Pérez, cuya agrupación electoral, Se acabó la Fiesta,...
Noche agridulce en la sede de Vox. El partido ultra consiguió salvar los muebles, al pasar de cuatro a seis eurodiputados, pero no logró el éxito que tuvieron sus aliados del resto de Europa. La culpa fue de un antiguo seguidor reconvertido en acérrimo rival, el agitador ultraderechista Alvise Pérez, cuya agrupación electoral, Se acabó la Fiesta, se convirtió en la revelación de la jornada e irrumpió en el Parlamento europeo con casi 800.000 votos y tres escaños. Las dos candidaturas ultras sumaron casi 2,5 millones de votos, el 14,2% de los sufragios, un porcentaje que se aproxima al de Vox en su mejor momento.
El líder de Vox, Santiago Abascal, quiso ver el vaso medio lleno y presumió de que esta es la cuarta cita electoral consecutiva en la que Vox crece en porcentaje y en votos --tras las elecciones autonómicas de Galicia, el País Vasco y Cataluña-- y, haciéndose trampas en el solitario, subrayó que había doblado sus escaños en Estrasburgo al pasar de tres a seis, obviando que la comparación correcta era con los cuatro que tenía una vez repartidos los diputados correspondientes al Reino Unido tras el Brexit. Añadió que Vox se ha consolidado como tercera fuerza política --en 2019 fue la quinta, por detrás de Ciudadanos, ya extraparlamentaria, y de Podemos, que ha sufrido un severo varapalo--, por lo que “su certificado que defunción parece que se hace esperar”, apostilló con ironía.
En su breve intervención sin preguntas no dijo una sola palabra sobre el éxito de la nueva formación de Alvise y tampoco los periodistas consiguieron arrancarle una valoración cuando, entre empujones y abrazos, salió a la calle para saludar a las decenas de simpatizantes que se habían congregado ante la sede del partido para seguir los resultados desde una pantalla gigante conectada a La Sexta, hasta hace poco auténtica bestia negra de la formación.
Aunque se lanzaron cohetes para animar la velada, el ambiente estaba muy lejos de la euforia que, a esa misma hora, se vivía en una discoteca del barrio madrileño de Chamberí, donde Alvise Pérez congregó a sus seguidores para celebrar la “victoria histórica” de su candidatura. Ante varios cientos de jóvenes, en su inmensa mayoría varones, clamó contra el “sistema partitocrático” y la “casta parasitaria” que gobierna España desde que se recuperó la democracia y prometió “mano dura contra el crimen y la corrupción”.
Reiteró el compromiso de sortear su sueldo como eurodiputado, copiando el gesto que tanta popularidad dio al actual presidente argentino Javier Milei; y, emulando al salvadoreño Nayib Bukele, prometió construir “una macrocárcel sin piscina ni gimnasio para los políticos que viven en la impunidad tras robar a los españoles” -con mención expresa al exministro de Defensa, José Bono, y al expresidente Felipe González-- y poner en marcha “deportaciones masivas e inmediatas de los criminales que han entrado en España ilegalmente”. Alvise nunca ha ocultado que el propósito primordial de su candidatura era blindarse ante las querellas de los damnificados por sus acusaciones.
El silencio en torno a la irrupción de Alvise refleja la gran incomodidad que provoca en los dirigentes de Vox, quienes durante toda la campaña han evitado hablar de su antiguo activista, que antes contribuyó a popularizar el discurso ultra entre los jóvenes y ahora se ha convertido en un rival. Desde cuentas anónimas, tras las que Alvise identifica a responsables de comunicación de Vox, se ha denunciado la opacidad financiera de sus empresas o su sospechosa relación con empresarios competidores de aquellos que han sido objeto de sus campañas de desprestigio en Internet. Pero los portavoces oficiales del partido han guardado silencio. La consigna ha sido no nombrarlo, como si no existiera, al menos hasta ahora.
El modesto crecimiento de los resultados de Vox lo han compensado los líderes de la formación con el éxito de sus aliados internacionales, a quienes Abascal ha felicitado por “hacer avanzar un discurso común y unas convicciones comunes que se están haciendo fuertes en toda Europa”. Por su parte, el cabeza de lista, Jorge Buxadé, proclamó la victoria de Europa Viva 24, el acto que el pasado 19 de mayo reunió en el madrileño Palacio de Vistalegre a la francesa Marine Le Pen, la italiana Giorgia Meloni y el húngaro Viktor Orbán; entre otros. Abascal pidió a Pedro Sánchez que, como el presidente francés Emmanuel Macron, diseulva las Cortes y convoque elecciones; aunque reconoció no tener ninguna confianza en que le haga caso.
Por primera vez, la formación ultra permitió a EL PAÍS y la Cadena SER así como a otros medios habitualmente vetados, el acceso a su sede en una noche electoral sin necesidad de esgrimir un mandato de la Junta Electoral Central que amenazara con la imposición de sanciones, como sucedió en las generales de julio pasado o en las autonómicas catalanas. Vox siempre ha alegado que su sede es un espacio privado en el que tiene derecho de admisión, pero el Supremo ya dictaminó que los partidos políticos, financiados con fondos públicos, están obligados a respetar el derecho de los ciudadanos a la información.