Los primeros días tras el 11-M, una investigación bajo presión: “Los mandos políticos querían encontrar vínculos con ETA”
Tres agentes que trabajaron sobre el terreno en aquellas jornadas relatan cómo afectó a su labor el ruido mediático y sostienen que la doble vía de pesquisas se mantuvo hasta la explosión del piso de Leganés en abril
La investigación de los atentados del 11-M es, probablemente, una de las más analizadas y cuestionadas de la historia, pese a su efectividad y acierto. Una conversación, por separado, con tres de los investigadores policiales que estuvieron al frente de las pesquisas aquellos días —y que prefieren mantenerse en el anonimato 20 años después— revela las presiones que sufrieron, el desbordamiento de aquellos días, los errores y los aciertos, y los flecos sueltos que quedaron.
Las primeras horas. Tras escuchar por la rad...
La investigación de los atentados del 11-M es, probablemente, una de las más analizadas y cuestionadas de la historia, pese a su efectividad y acierto. Una conversación, por separado, con tres de los investigadores policiales que estuvieron al frente de las pesquisas aquellos días —y que prefieren mantenerse en el anonimato 20 años después— revela las presiones que sufrieron, el desbordamiento de aquellos días, los errores y los aciertos, y los flecos sueltos que quedaron.
Las primeras horas. Tras escuchar por la radio, camino de la comisaría, que se había producido una explosión en Atocha, a primera hora de aquel jueves 11 de marzo de 2004, en la Comisaría General de Información (CGI) comenzaron a estar atentos y prevenidos. “Pero inicialmente solo eso, porque quienes realizaron las primeras diligencias fueron los de la brigada provincial de Madrid”, recuerda uno de los jefes de grupo. “Fuimos conscientes de la dimensión del atentado [192 muertos y 2.000 heridos] de manera progresiva, a medida que llegaban noticias por los medios y por compañeros”, dice. “Tanto los de la sección de terrorismo islámico como los del grupo de ETA comenzamos a mirar los teléfonos que teníamos intervenidos, conversaciones, vigilancias… No salía nada”, recuerda.
Las informaciones de los TEDAX. “Recuerdo que nada más llegar a aquellos escenarios dantescos, con un río de zombis a los que tratábamos de orientar marcándoles una salida, les dije a los míos: ‘Hay que ordenar esto, hay que revisar cosa por cosa, bolsa por bolsa’. Y uno dijo: ‘Lo hacemos manual, jefe; si no, es imposible”. Los agentes especialistas en la desactivación de explosivos (TEDAX) trabajaron a pelo y arriesgando su propia seguridad en las zonas cero.
Habían explotado, casi simultáneamente, entre las 7.36 y las 7.40, 10 de las 13 bombas que los terroristas colocaron en cuatro trenes de cercanías que cubrían la línea entre Alcalá de Henares (un municipio madrileño al sureste de la región) y la estación de Atocha, en Madrid. En Alcalá de Henares los autores materiales de la matanza habían dejado una furgoneta Kangoo blanca. “Aquel día no funcionaron las cámaras de la estación”, lamenta el comisario, “pero nuestra teoría es que se fueron subiendo en tandas de cuatro a los trenes que iban pasando, con minutos de diferencia y con sus respectivas bolsas explosivas, que habrían terminado de preparar en la furgoneta. Creo que llevaban los explosivos en la parte de atrás y los detonadores y los móviles delante, para evitar riesgos, y que fueron colocándolos en la masa explosiva poco antes de salir a dejar las bolsas en los trenes”.
La furgoneta Kangoo. La furgoneta fue hallada hacia las 10.00 e inspeccionada horas más tarde. Se encontraron en ella siete detonadores más, “que debían de llevar de repuesto, por si algún cable se les soltaba de alguno de los teléfonos”. “Al sonar la alarma a la hora programada, estallarían”, explica un comisario. También aparecieron en esa furgoneta, que no tenía matrícula falsa (como solían tener los vehículos usados por ETA), una cinta con cantos coránicos y un resto de un cartucho de dinamita Goma2-ECO, que coincidía con las características del explosivo (blanco) hallado en las dos mochilas que no explotaron en las estaciones de El Pozo y Atocha. “Ya se sabía desde las primeras horas que Titadyne no podía ser, porque es de color rojizo, y además los daños provocados apuntaban a un explosivo mucho más potente y de mayor velocidad”, apostilla el comisario.
Primeras comparecencias. Los principales líderes políticos, a la cabeza el presidente, José María Aznar (PP), y el ministro del Interior, Ángel Acebes, salían en televisión desde primera hora de la mañana y mantenían que la principal hipótesis era que era obra de ETA. Arnaldo Otegi los desmentía. Los periódicos preparaban sus primeras páginas, también vespertinas, con las fotos del horror y algunos, como EL PAÍS, recibieron llamadas hacia el mediodía del 11-M del propio presidente del Gobierno, que aseguraba que ETA estaba detrás de la masacre. Incluso se envió un fax a las embajadas españolas en el extranjero con esa tesis.
Una mochila-bomba en comisaría. Mientras tanto, agentes de los TEDAX y policías de base se metían en los escenarios de los atentados a recoger con sus manos restos de todo tipo, a separar y a apilar cuanto se iba revisando. Así llegó una mochila-bomba hasta la comisaría de Vallecas, “en medio de otras muchas pertenencias de los viajeros recogidas, y que previamente pasaron por las instalaciones de Ifema, porque inicialmente nos dijeron que las llevásemos allí. Afortunadamente el sistema de detonación de la mochila falló y nunca explotó”, recuerda el comisario aún con alivio.
Esa fue la famosa mochila que tanto dio que hablar a quienes, sosteniendo que era una prueba falsa colocada ex profeso, abrazaron la teoría de que ETA estaba detrás de los brutales atentados. Para entonces la policía había comprobado que tampoco había habido ninguna llamada de aviso de bomba de las que solía hacer la banda.
Diana de los teóricos de la conspiración. El entonces jefe de los TEDAX, Juan Jesús Sánchez Manzano, y el entonces comisario de Vallecas, Rodolfo Ruiz, se convirtieron en diana de los teóricos de la conspiración, que los acusaban de ocultar pruebas que apuntaban a ETA y hasta de esconder “la mochila” en la cocina de su casa. Ambos sufrieron durante años brutales campañas de desprestigio profesional. Sánchez Manzano tuvo que conformarse con ser hasta su jubilación comisario de Móstoles. Ruiz sufrió un ictus y su mujer acabó suicidándose al no poder soportar tanta presión. Ambos se querellaron contra varios medios por injurias, pero ningún juez condenó a esos medios, amparándose en la libertad de expresión.
Dos líneas de investigación abiertas hasta Leganés. “Desde el momento en que se encuentra el explosivo en las bolsas que no estallaron y los detonadores y la cinta en la furgoneta, se activan los dos grupos de investigación: el de la UCIE (Unidad Central de Información Exterior, responsable del terrorismo islamista) y el de la UCII (la Unidad Central de Información Interior, centrada en ETA)”, recuerda uno de los jefes. “Y se mantienen ambos activos hasta la explosión del piso de Leganés [el 3 de abril]. Hasta allí llegamos los dos grupos por separado, porque los mandos políticos querían encontrar vínculos con ETA y evitar fricciones con el Gobierno”, asegura. Varios mandos policiales recuerdan la visita que hizo Ángel Acebes a la Comisaría General de Información, donde le dieron todo tipo de explicaciones acerca de la que ya era la principal línea de investigación, la autoría yihadista, y el “asombro general” por su posterior comparecencia ante los medios de comunicación, manteniendo la tesis de ETA.
Reivindicaciones terroristas. Al Qaeda reivindica el atentado dos veces. Primero por carta, enviada al diario habitual utilizado para los comunicados de la organización yihadista, Al Quds Al Arabi de Londres, el mismo día 11. Justifica el ataque “por los ajustes de cuentas con España”. Y dos días después, el 13, los terroristas dejan una grabación en una cinta de vídeo dentro de una papelera cercana a la mezquita de la M-30 y avisan a Telemadrid: “Es una respuesta a vuestra colaboración con los criminales Bush y sus aliados”, dice un portavoz en árabe. Por su parte, ETA en otro comunicado enviado al diario Gara, reitera que no tiene nada que ver en los atentados. Los investigadores tienen clara la línea de investigación a seguir, “pero los jefes mantienen abierta la de la banda terrorista”, afirma otro investigador.
Rivalidades entre jueces. “El juez de guardia ese 11-M era Juan del Olmo”, recuerda uno de los investigadores, “que es a quien le correspondía abrir las diligencias. Sin embargo el juez Baltasar Garzón era quien hasta entonces había llevado todas las investigaciones de yihadismo”. En los 14 meses posteriores al ataque a las torres gemelas de Nueva York en 2001, en España ya había habido 40 detenciones de islamistas. “Por eso, Garzón nos pedía que le llevásemos todo a él, y después nos llamaba Del Olmo para pedirnos lo mismo, pero nosotros le decíamos que formaba parte del sumario y que ya se lo habíamos entregado a Garzón, que se lo pidiera a él. Entre ellos no se entendían, nos encontrábamos permanentemente entre los dos, con una ingente de cantidad de trabajo por hacer. Así no se podía trabajar”, recuerda uno de los jefes de grupo. “El remate de aquellas extrañas relaciones judiciales lo puso la magistrada Teresa Palacios, el 3 de abril, cuando localizamos el piso de Leganés: ella era la que estaba de guardia ese día, pero la pillamos jugando al golf”, asegura el mismo agente. “Después se resistía a pasarle el asunto a Del Olmo”.
Curso acelerado en telefonía. “Pero la investigación propiamente dicha se inicia el día 12 de marzo, con la tarjeta SIM que se había encontrado en la mochila de Vallecas”, subrayan los agentes. Mientras España se lanzaba consternada a las calles preguntando “¿Quien ha sido?”, los investigadores seguían el rastro de la tarjeta hasta un locutorio regentado por indios en el barrio madrileño de Lavapiés. “La habían vendido el 24 de febrero, dentro de un paquete de cien tarjetas”, recuerda el comisario. “Tuvimos que detener a los indios por no querer colaborar con la justicia, y acabaron diciendo que se las habían vendido a otro locutorio, llamado Nuevo Siglo, que era el que regentaba Jamal Zougam”, un viejo conocido de los investigadores. Zougam se había escurrido de la operación antiyihadista Dátil (en noviembre de 2001), “al considerarse judicialmente que no había indicios suficientes contra él”. A partir de ese momento la investigación ”la dirigen” un inspector y una inspectora que reciben un curso acelerado del jefe de seguridad de Amena, la empresa de telefonía a la que pertenecían las tarjetas, y que “se dejan los ojos” —coinciden los entrevistados— cruzando datos de tarjetas, teléfonos y torres de repetición, para aportar localizaciones a los investigadores. “La urgencia era máxima: la señal que deja una tarjeta activa en el espacio radioeléctrico desaparecía a las 72 horas”.
Cinco detenidos. Los cinco primeros detenidos, el mismo día 13, fueron los dos indios y tres marroquíes, entre los que se encontraba Zougam. España vive ese día una jornada de reflexión, previa a la electoral, muy convulsa, con la sede del PP asediada por miles de personas que protestan al creerse engañados por el Gobierno.
Horas perdidas con notas de prensa. “Hasta el 11-M había una máxima: ‘la Policía no contesta nunca informaciones de prensa’. Pero, de pronto, nos vimos teniendo que destinar a jefes de grupo a responder noticias que se publicaban. Nuestros superiores decían: ‘Lo piden de arriba”, señala uno de los investigadores. “Hubo gente que tuvo que pasar muchas horas redactando notas, en lugar de dedicada a la investigación, para que pudieran ser utilizadas después por los mandos y los políticos de turno”, asegura. “Y muchas no servían para nada porque luego decían lo que les parecía”, añade. Mientras los agentes de información dormían en los pasillos de la comisaría una pocas horas para poder seguir trabajando, los políticos dosificaban sus apariciones públicas a medida que se acercaba la hora de las urnas.
Las conexiones de Morata de Tajuña. “Una de las tarjetas que había comprado Zougam se activa, junto a otras siete, el mismo día 12, en un receptor que hay en Morata de Tajuña”, prosigue el relato un comisario. Esa finca de Morata resultó ser la misma que en una ocasión anterior había alquilado Serhane Ben Abdelmajid, El tunecino, licenciado en Económicas y becado por el Ministerio de Asuntos Exteriores en los 90, discípulo aventajado de Abu Dahdah y después de Mustafá el Maimouni, para quien precisamente había alquilado esa casa en 2002. “En enero de 2004 la casa había sido alquilada por Jamal Ahmidan, El Chino, que había llegado de Marruecos muy radicalizado y vino aleccionado y con contactos”, recuerda el comisario. Habían estado allí la víspera de los atentados del 11-M y volvieron allí, para reorganizarse, el día después. Aquello era su cuartel general, donde habían preparado los explosivos: “Lo sabemos porque allí coinciden todos los teléfonos ese día 10”.
Fuera del radar. Hasta ese día El Chino no estaba en el radar de los servicios de inteligencia. Pero sí en los de la Policía Judicial, donde era un conocido narcotraficante. “No se cruzaron los datos porque, hasta ese momento, no se entendía que los yihadistas pudieran tener relación con el tráfico de drogas, ya que iba en contra de su religión”, explica el comisario. Las drogas resultaron ser, sin embargo, la fuente de su financiación. Y también la manera en la que pagaron a Emilio Suárez Trashorras, que les suministró los explosivos de la mina de Avilés.
Un confidente y un viaje a Asturias. “El 18-M los TEDAX nos informan de que el explosivo es de fabricación nacional, de una fábrica asturiana, y se van para allá tres investigadores: uno de islámicos, otro de ETA y uno del CNI que se ha incorporado”, continúa el comisario. “En la fábrica nos dicen que han vendido el explosivo a Mina Conchita, en Avilés, precisamente desde donde habíamos detectado que se habían producido varias llamadas desde una cabina a uno de los teléfonos de las tarjetas”. “Un confidente de la Guardia Civil, llamado Rafa Zouhier, había puesto en contacto a El Chino con Trashorras, ambos narcos, para cerrar el trato, unos meses antes, en una cafetería ubicada frente al Hospital Gómez Ulla”, cuenta el investigador. “Esa información, que había recibido un alférez del instituto armado, también pasó inadvertida porque nadie asociaba a traficantes de droga con yihadismo”, comenta. “En ese momento ya sabíamos que habían comprado 200 kilos de dinamita y que les podía quedar casi la mitad. Teníamos que encontrarles para evitar otra matanza”, dice. A esas alturas, una semana después del atentado, el Gobierno decide que se implique el Ejército en la alerta antiterrorista.
Albolote y la Alhambra. “El 1 de abril conocemos que han alquilado un piso en Albolote, a 20 minutos de Granada”, recuerda el comisario. “Pero cuando llegamos no hay nada, es un piso franco: mi teoría siempre ha sido que querían atentar en la catedral o en la iglesia dentro de la Alhambra, para cumplir con los reclamos clásicos y reiterados de AlQaeda de recuperar Al Andalus”, dice. La policía, a la desesperada, distribuye fotos de seis presuntos implicados en la matanza del 11-M en busca y captura.
Leganés, una investigación que voló por los aires. Finalmente, el 3 de abril localizan el piso de Leganés (Madrid) gracias a que otra de las tarjetas conduce a los investigadores hasta una agencia inmobiliaria y el propietario reconoce la foto de uno de los buscados. “¿Hay alguien dentro?”, le pregunto al inspector mientras trato de comer un bocata de calamares a toda prisa. Para averiguarlo, el inspector se acerca y llama al telefonillo con la excusa de que se ha equivocado de piso. Responde alguien con acento árabe. ‘Sí, hay alguien dentro, jefe”, me contesta el inspector”, rememora este investigador.
“Se monta inmediatamente un operativo, y hasta allí acudimos por separado agentes de los dos grupos que seguíamos con la investigación: los de islámicos y los de ETA”, añade uno de los investigadores: “Nos pusimos un grupo a cada lado del edificio. Vimos salir a uno de ellos, Abdelmajid Bouchar. Nos ve porque nos pilla allí a todos, montando el operativo. Huye a la carrera, avisa a los del piso y se produce algún disparo desde arriba”. A partir de ese momento todo se precipita.
“Empezamos a recibir llamadas de nuestros homólogos en Marruecos y Túnez para avisarnos de que los terroristas se están despidiendo de sus familias: van a suicidarse, pero aún no sabemos ni cuántos hay ni quiénes son”, dice. “Alguien dio orden de que entrasen los del GEO, pero ¿por qué?”, se pregunta. “Se podía haber intentado algo antes, negociar, dividir sus voluntades... Un par de cuerpos aparecieron debajo de dos camas, lo que indica que no todos querían morir... “, reflexiona el investigador. “Que aquello volara por los aires suponía que volaba por los aires también nuestra investigación, nos quedábamos sin comando y con muchas preguntas aún sin respuesta, que alimentarían las conspiraciones: quién ideó los atentados, a quién se le ocurrió hacerlo en los trenes, cómo lo planificaron. No habíamos encontrado nada, ni un croquis, ni un listado de horarios de tren, nada relativo a la planificación del ataque en ningún registro”, analiza.
Pero alguien dio la orden de entrar. Con el estallido de la vivienda resultó herido el agente del GEO Francisco Javier Torrenteras, que falleció horas más tarde. Se pudo identificar, tras una ardua labor de la Policía Científica y un goteo de restos humanos analizados que duró días, a otros siete integrantes del comando, entre los que estaban los presuntos inspiradores: Maimouni (sus huellas aparecieron en un libro) y Allekema Lamari, del que se encontró una víscera. Bouchar fue detenido en un tren en Serbia en 2005. El juicio de 2007 en la Audiencia Nacional sirvió para corroborar la investigación policial hasta sus mínimos detalles.