Balazos desde Marruecos para frenar la migración a Canarias: “Estaba segura de que sería la siguiente en morir”
El 25 de mayo, una neumática fue rescatada al sur de las islas con 44 personas a bordo; tres de ellas, con heridas por arma de fuego. Cuatro supervivientes relatan el viaje a EL PAÍS y acusan a militares marroquíes de matar a tiros a tres migrantes
“Ya estábamos en el agua, a pocos metros de la orilla, cuando oímos los disparos. Primero creí que eran tiros de aviso. Pero después vi sangre en el barco. Y, entonces, un chico que estaba a mi lado me señaló el brazo y dijo, ‘eh, eres tú quien está sangrando”.
Ángela —nombre ficticio, al igual que todos los que aparecen en este reportaje— es una sonriente mujer ghanesa de 27 años que actualmente se recupera, brazo derecho en cabestrillo, en un hotel en Gran Canaria. Ella fue una de las 44 personas rescatadas por la...
“Ya estábamos en el agua, a pocos metros de la orilla, cuando oímos los disparos. Primero creí que eran tiros de aviso. Pero después vi sangre en el barco. Y, entonces, un chico que estaba a mi lado me señaló el brazo y dijo, ‘eh, eres tú quien está sangrando”.
Ángela —nombre ficticio, al igual que todos los que aparecen en este reportaje— es una sonriente mujer ghanesa de 27 años que actualmente se recupera, brazo derecho en cabestrillo, en un hotel en Gran Canaria. Ella fue una de las 44 personas rescatadas por la nave Salvamar Macondo a las 22.30 del jueves 25 de mayo, cuando viajaban a bordo de una neumática a la deriva a unos 25 kilómetros de Arguineguín (Mogán, suroeste de Gran Canaria). Ya en el muelle, contaron que habían sido tiroteados por las Fuerzas Armadas marroquíes cuando zarpaban de una cala cerca de Cabo Bojador (Sahara Occidental) en la madrugada del martes 23. Las heridas terminaron matando a dos personas durante el viaje, según los supervivientes. Otra más había fallecido ya casi al instante en la costa, sostiene la ONG Caminando Fronteras. Ángela fue una de las personas alcanzadas por las balas, según confirmaron tras el rescate fuentes de Cruz Roja y el Gobierno canario. El proyectil entró por su codo derecho y quedó alojado en el interior del antebrazo, rompiendo huesos en su trayectoria. Otro migrante recibió un tiro en la espalda que le impactó en un omóplato sin llegar a atravesarlo.
Cuatro de los supervivientes de ese viaje han contado a EL PAÍS su versión de los hechos y cómo lograron aguantar después tres días de travesía sin agua ni comida. Marruecos no ha querido responder a estas acusaciones.
A principios de este año, los padres de Ángela fallecieron en un accidente de coche, según explica ella misma en la puerta de las instalaciones del Ministerio de Inclusión, Seguridad Social y Migraciones donde está alojada. Tanto ella como sus dos hermanos menores heredaron algunas propiedades, como la casa familiar en el pueblo ghanés del que son originarios (cuyo nombre Ángela prefiere no revelar para preservar su anonimato). “Pero, después de enterrarlos, nuestros familiares nos lo quitaron todo”, asegura. Los padres de un amigo aceptaron quedarse con los dos niños. Ella, en cambio, permaneció en su domicilio. Una noche, mientras dormía, oyó que alguien rompía la puerta. “Miré por la ventana y vi a la familia de mis padres afuera con escopetas”. Cuenta que huyó aterrorizada, y que entonces decidió abandonar el país, huir a Europa. “Estoy segura de que si me vuelven a ver, me matan”.
Su trayecto la llevó primero a Acra, la capital de Ghana; luego, en avión, a Casablanca, para recalar más tarde en Tan Tan (sur de Marruecos) y, finalmente, en El Aaiún, la capital del Sáhara Occidental. Allí, asegura, fue acogida por varias mujeres de origen subsahariano de las que no se separó. “Si ellas iban, yo las seguía; si se sentaban, yo me sentaba”, ríe. Y sostiene que fueron ellas las que gestionaron su viaje en la neumática. “Yo nunca hablé con ninguna mafia”, sentencia con un movimiento de cabeza. “Además, tampoco tenía dinero”.
El liberiano Emmanuel (31 años) sí tuvo que gestionar su viaje en la ciudad saharaui. Había dejado a su mujer embarazada en Monrovia para atravesar cuatro países hasta llegar al Sáhara. “Nuestra crisis es muy grande”, subraya en la sede de la Federación de Asociaciones Africanas en Canarias (FAAC), en Las Palmas de Gran Canaria. “No hay una guerra real, pero sí hay tensiones entre las etnias. A veces aflora la violencia”. En El Aaiún trabajó unos tres meses para poder abonar los 2.000 euros que costaba su partida. “Todo el mundo ahí habla de dar el salto a Canarias. Es muy sencillo contactar con personas que te pueden ayudar”, dice. Algo más le costó el viaje a Ousmane, guineano de 19 años, que fue timado en un primer intento y finalmente pagó 2.100 euros, ahorrados durante siete meses en Argelia.
Entre la tarde del domingo 21 de mayo y la noche del lunes 22, la organización trasladó en coche, siempre por carreteras secundarias o campo a través, al centenar de personas que pretendía embarcar en dos lanchas neumáticas. El punto elegido era una pequeña cala situada detrás de una colina. La fecha de la partida, la madrugada del martes 23. “Nunca olvidaré ese último día”, susurra Ousmane en las oficinas de la FAAC.
Cerca de las cuatro de la mañana, el grupo se puso en marcha. Varios pasajeros transportaron el combustible, los víveres y las lanchas a la playa. Ángela, Emmanuel y Ousmane fueron asignados al segundo turno de salida, junto a otras 47 personas. Unos diez minutos después que zarpara la primera expedición, la neumática en la que ellos viajaban se hizo a la mar. Fue entonces cuando comenzó el tiroteo. “No oímos ni voces ni coches”, rememora Emmanuel. “Solo los disparos, de repente, desde lo alto de la colina. Y entonces vi que mi amigo comenzaba a sangrar”.
Las cuatro ráfagas de balas también alcanzaron a Ángela. “Cuando el chico me dijo que sangraba, me miré el brazo. Oh my shit... El brazo se me hinchó de repente, se me agarrotó y se me dobló. Los dedos se me cerraron en un puño y no lo podía abrir. Me eché a llorar. Muy fuerte. Uno de los chicos de la barca me ayudó a abrir la mano y con un trozo de ropa intentamos hacer un nudo. Pero la sangre seguía brotando con fuerza. Y me desmayé”.
Los disparos y la reacción de los pasajeros hicieron zozobrar la barca. Cuatro personas cayeron al agua. Uno de los migrantes relató posteriormente a la ONG Caminando Fronteras, en Marruecos, que perdió el equilibrio después de que otro hombre se agarrase a él. “Estábamos aún cerca de la playa, no sé cómo me salvé. En la orilla vi al chico que se había agarrado a mí. Estaba muerto. Miré a los militares y les dije: ‘Le habéis asesinado”.
Violencia en el control
La violencia aplicada presuntamente por las fuerzas armadas marroquíes aquella noche en Bojador no es nueva. Diversas organizaciones destacan el uso cada vez más frecuente de “materiales de guerra” en el control migratorio por parte de Rabat. Las autoridades marroquíes han intensificado los controles desde que España decidió, en marzo de 2022, alinearse con Rabat y calificar su oferta de autonomía para el Sáhara Occidental como la opción “más seria, realista y creíble”. Este mayor —y violento, según las ONG— control ha obligado a desplazar hacia el sur buena parte de las salidas de embarcaciones hacia Canarias. La crisis política en Senegal, además, ha devuelto a la ruta canaria el uso de cayucos, embarcaciones mucho más grandes. Las llegadas a las islas acumulan una caída del 18,5% respecto al año pasado, incluso tras un mes de junio especialmente activo.
La zozobra de la barca tras los disparos había llenado de agua la zódiac, y los migrantes se aplicaron en las labores de achique. “A la barca le costaba flotar”, explica la guineana Fatoumata, otra de las supervivientes, ahora vecina de Ángela en Gran Canaria. “Por eso tuvimos que deshacernos del agua y la comida. Por el peso”.
La travesía duró casi tres días. Unas 66,5 horas sin agua ni comida, con 46 personas desesperadas, cinco de ellas malheridas. Una de ellas, Mbemba K., de Costa de Marfil, falleció durante la madrugada del miércoles. “Era mi amigo. Aún guardo su libro y su móvil”, asegura Emmanuel. El segundo aguantó hasta esa noche. “Se pasó el día caminando por la barca hasta que el dolor fue demasiado”, se lamenta Ousmane. “¿Qué podíamos hacer nosotros? A bordo no teníamos nada. Nada”. Los supervivientes se deshicieron del cadáver. “No tuve más remedio que tirar su cuerpo al agua”, se lamenta Emmanuel. “En África decimos que no puedes llevar la muerte contigo”.
Ángela sí logró aguantar el viaje. “Perdí la conciencia mucho tiempo. Pero muchas veces estaba despierta, y todo el rato estaba segura de que moriría ahí mismo, de que sería la siguiente en morir. Recé mucho, todo el rato”, recuerda. Tuvieron suerte: cuando fueron rescatados a 15,5 millas náuticas gracias a la alerta lanzada por Caminando Fronteras, ya pasaban de largo Gran Canaria, la isla más cercana.
El calvario no cesó con su desembarco a las 23.40 del jueves 25. Tras una primera inspección de la Cruz Roja y de los servicios de emergencia, dos personas fueron derivadas al hospital y tres menores no acompañados fueron trasladados a un centro. El resto, incluidos los tres heridos de bala, siguieron el procedimiento y recalaron en el Centro de Atención Temporal de Extranjeros (CATE), donde se interna a los inmigrantes por un máximo de 72 horas para su identificación. No fue hasta la mañana siguiente cuando los tres heridos fueron derivados a centros hospitalarios. “Se evidencia la discriminación que sufren las personas migrantes en las llegadas”, sostiene al respecto la portavoz de Caminando Fronteras, Helena Maleno. “Siempre se les aplican protocolos de control migratorio en detrimento de los derechos fundamentales que les deben ser reconocidos”. La Delegación del Gobierno se ha limitado a explicar que la investigación está judicializada y que “todos los inmigrantes que lo necesitaron recibieron asistencia sanitaria”. La Fiscalía ha abierto diligencias.
Los supervivientes se recuperan ahora en la isla, con la mirada puesta en el futuro. Emmanuel y Ousmane coinciden en una cosa: aspiran a llegar a Barcelona y bajo ningún concepto quieren regresar a Marruecos. “Ahí hay problemas a diario con la policía, agresiones, violaciones, asaltos con machetes...”. Cincuenta y cuatro días después, el brazo de Ángela sigue hinchado y casi sin movilidad. Pero ella es optimista. “A veces, cuando estoy sola, me pregunto por qué me tuvo que tocar a mí. Después recuerdo que dispararon a más gente y que algunos murieron. Si estoy viva, no me queda otra que dar las gracias a Dios”.