Los hosteleros muestran su incertidumbre al tope de temperatura de 25 grados: “No habrá quien aguante”
Varios empresarios temen que las nuevas medidas del plan de ahorro energético afecten a sus ventas en lo que queda de verano
Cada mañana, a las ocho y media, Sandra Díaz enciende las luces de Pastelería Glassé, local madrileño que gestiona desde hace 23 años, y pone el aire acondicionado a 21 grados. “Si pienso en que a partir de la próxima semana tendré que subirlo a 25, ya empiezo a sudar”, apunta, mientras coge el mando del aparato y aumenta la temperatura para ir preparándose. La obligación de limitar el uso del aire acondicionado a 27 grados a partir del próximo martes —...
Cada mañana, a las ocho y media, Sandra Díaz enciende las luces de Pastelería Glassé, local madrileño que gestiona desde hace 23 años, y pone el aire acondicionado a 21 grados. “Si pienso en que a partir de la próxima semana tendré que subirlo a 25, ya empiezo a sudar”, apunta, mientras coge el mando del aparato y aumenta la temperatura para ir preparándose. La obligación de limitar el uso del aire acondicionado a 27 grados a partir del próximo martes —según prevé el plan energético aprobado el 1 de agosto— ha desatado las críticas de la hostelería. Este viernes, la vicepresidenta tercera y ministra para la Transición Ecológica, Teresa Ribera, ha precisado que los bares, restaurantes y negocios donde el trabajo implique ejercicio físico podrán mantener la temperatura “en el entorno de los 25 grados”. Una puntualización que los hosteleros han acogido favorablemente, aunque la normativa sigue generando dudas en el sector.
Díaz ya da por sentado que sus clientes no pararán de quejarse. “Si pongo el aire por encima de los 21 grados, no habrá quién aguante. El horno tiene que estar a 260 grados, la máquina de café siempre está en marcha y cuando el local está lleno, las personas también emanan calor”, indica. La propietaria de Pastelería Glassé cree que el tope al aire acondicionado perjudicará también su propio bienestar y el de sus trabajadores. “Me paso casi todo el día en la cocina y de vez en cuando salgo a la tienda para refrescarme. ¿Pero a partir del martes qué voy a hacer?”, se pregunta.
José Luis Yzuel, presidente de la patronal nacional de hostelería, ve con buenos ojos la aclaración de la ministra tras varios días de incertidumbre. “Parecía evidente que tiene que ser prioritaria la salud de los trabajadores. La voluntad de todos los hosteleros es ahorrar energía y contribuir a que vivamos un otoño mejor de lo esperado. Creo que todos aplicarán la norma”, agrega. Juan Jose Blardony Arranz, director de Hostelería de Madrid, coincide en que las palabras de Ribera ofrecen un estímulo a los trabajadores del sector para cumplir con la normativa. Sin embargo, no oculta su temor, a la espera de ver cómo reaccionarán los clientes a partir de la semana que viene. “La temperatura de un local no solo depende de la climatización a la que está sometido, sino también del número de personas presentes”, advierte. “Además, cada consumidor piensa de una manera. Se abren muchas incógnitas”.
La aplicación del plan energético sigue suscitando recelos entre los encargados de los restaurantes, conscientes de las necesidades de sus clientes. Nacho Navarro, director general del restaurante Kontiki, en el barrio madrileño de Chamberí, admite que ante la estrategia de racionalización energética planteada por la UE todos deberán aportar su granito de arena. No obstante, considera que subir la temperatura del aire acondicionado unos grados solo supondrá un ahorro mínimo para las cuentas de su restaurante. Lo que más le preocupa es la caída de las ventas, sobre todo hasta que persista el calor. “Estamos en un momento muy bajo de venta, porque Madrid se está vaciando y los clientes escasean. El reclamo en el que podemos hacer hincapié en este período del año es ofrecer un sitio fresquito en un entorno agradable. Al perder eso, el restaurante se convierte en un sitio menos apetecible”, sopesa Navarro.
También a Emiliano Vegas, dueño del restaurante Lobstar, las nuevas medidas de ahorro energético le resultan incómodas. Su local cuenta con una única boca de aire frío situada en el centro del local, programada actualmente a una temperatura de 18 grados para que el frescor llegue hasta las esquinas del establecimiento. “Si la subiera a 25 grados, debería poner otra boca de aire en otra parte del restaurante, lo que supondría un gasto más. Cada hostelero debería elegir la temperatura para sus propios clientes”, afirma. El confort de su público no es la única inquietud de este empresario. En su almacén dispone de alimentos perecederos que no suele poner en los refrigeradores. Una temperatura medio-alta puede alterar su estado de conservación, confiesa. “Tengo unas tortillas de maíz que son semifrescas y, si están en un ambiente por encima de 27 o 28 grados, es probable que se pongan malas. Lo mismo ocurre con las gominolas, que con el calor directamente se derriten”, zanja.
La flexibilidad debe ser justificada
Con respecto a la aplicación del plan, Ribera ha aclarado que habrá que examinar cada caso y demostrar por qué se puede aplicar la flexibilidad. “Habrá que justificar qué locales pueden tener una temperatura diferente, porque hay espacios como discotecas, cocinas o gimnasios que necesitan una temperatura distinta”, ha agregado.
De hecho, la nueva norma no ha pillado por sorpresa solo a los hosteleros. A Michel Frank, encargado del gimnasio Trib3 de la capital, las nuevas disposiciones no acaban de convencerle del todo, al considerar que es muy difícil estandarizar una temperatura sin saber cuántos clientes acudirán al centro deportivo. Y concluye: “En la sala en la que entrenamos pueden caber hasta 21 personas y, con el calor que generan, 27 grados no son suficientes para filtrar el aire y quitar el sudor. ¿Venimos de una pandemia en la que metimos a los clientes la psicosis de desinfectar las máquinas y de repente les dices que no tendrán ventilación?”.