Calamidad popular

El presidente del PP teme que Díaz Ayuso se haga con los controles de su partido, y la dirigente madrileña necesita refugiarse en el PP de Madrid para protegerse de denuncias de corrupción

Isabel Díaz Ayuso, en la sesión de control de la Asamblea de Madrid, el jueves.Álvaro García

Es muy probable que la batalla desatada en las últimas 48 horas dentro del Partido Popular tenga mucho que ver con la debilidad de Pablo Casado, manifiesta tras los resultados de Castilla y León, y su temor a que si Díaz Ayuso se hace con los mandos del partido en Madrid pase a dirigir también una operación para descabalgarlo como presidente nacional y candidato a medio plazo. Por su parte, ...

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Es muy probable que la batalla desatada en las últimas 48 horas dentro del Partido Popular tenga mucho que ver con la debilidad de Pablo Casado, manifiesta tras los resultados de Castilla y León, y su temor a que si Díaz Ayuso se hace con los mandos del partido en Madrid pase a dirigir también una operación para descabalgarlo como presidente nacional y candidato a medio plazo. Por su parte, Díaz Ayuso necesita refugiarse inmediatamente en el PP de Madrid para protegerse de cualquier denuncia de corrupción y de pésima gestión de la crisis de la pandemia en las residencias de ancianos de la Comunidad. En cualquier caso, la crisis abierta tiene consecuencias imprevisibles y un solo beneficiario a la hora de recoger el desconcierto y descontento de la derecha: Vox.

La situación parece muy enquistada porque ni el presidente del partido puede deshacerse de Díaz Ayuso ni ella está en condiciones de empujarlo fuera de Génova. La debilidad extrema de Casado ha quedado expuesta, con muchas voces internas exigiendo responsabilidades por una crisis tan inoportuna. La relación entre los dos políticos populares es ya irreconciliable y eso tendrá consecuencias inmediatas para los barones del partido, especialmente los que están en esferas de poder. El caso más evidente es el de Juan Manuel Moreno Bonilla, presidente de Andalucía, que debe convocar elecciones a la vuelta del verano, y que puede pasar una verdadera tortura si la batalla no se ha suavizado o resuelto para entonces. Voces próximas a Bonilla recordaban este jueves que el Partido Popular tiene prácticamente convocado ya un congreso nacional para junio y que debería ser ese momento en el que se lograra calmar las aguas o incluso dar un vuelco a la situación, con nuevos candidatos.

Se equivocan quienes creen que Isabel Díaz Ayuso sería una candidata incontestable, porque no sería capaz de reproducir su excelente resultado en las elecciones de 2021 a la Comunidad de Madrid en otras confrontaciones electorales en el resto de España. Díaz Ayuso es una pésima compañía para los candidatos del PP en otras comunidades, porque con su discurso extremista, difícilmente creíble en otros políticos populares, solo consigue que sus posibles admiradores en el PP se vayan en bloque a Vox e incrementen el voto del candidato de Abascal.

Ayuso es por ahora un fenómeno puramente local, muy valioso en este entorno, desde luego, pero un peligro fuera de él porque la papeleta más aproximada será siempre la de Vox. En unas elecciones generales, Díaz Ayuso es también una de las pocas candidaturas populares capaces de movilizar al alicaído voto de centroizquierda porque se la asocia inmediatamente con una coalición PP-Vox, con el riesgo que ello supone para la estabilidad del sistema y para las relaciones con la Unión Europea. Sus últimos intentos de moderar su mensaje extremista y separarse de Vox en relación, por ejemplo, a los inmigrantes llaman la atención precisamente por su dificultad para hacerse creíbles. La presidenta de la Comunidad de Madrid sabe que su imagen es claramente hostil a los inmigrantes (algo que nunca le ocurrió a Esperanza Aguirre) y que ese retrato está mal visto en Europa, incluido en el Partido Popular Europeo. Díaz Ayuso es muy hábil, pero necesitaría tiempo para pulir su imagen antes de poder pensar en tener una acogida electoral razonable, no ya en el País Vasco o Cataluña, desde luego, sino también en Galicia, en la Comunidad Valenciana o en la misma Andalucía, con un electorado donde Abascal le haría clara competencia.

Resulta difícil pensar en algún otro presidente del Partido Popular que se haya visto sometido a un ataque tan furibundo desde sus líneas como Pablo Casado. Rajoy pasó por malos momentos, pero siempre mantuvo el control del aparato del partido (seguramente cerrando los ojos a tantas ilegalidades que terminó por costarle la presidencia del Gobierno). Casado tiene además un equipo débil, con poco control y afectos internos. La ventaja es que en un último momento puede sacrificar al secretario general, Teodoro García Egea, aunque eso acentuaría su ya formidable inconsistencia. Hasta ahora, su mejor defensa es que no existe alternativa interna fácil de cara a 2023. Hay muy poco tiempo para montar una operación capaz de arrinconarlo, pero en los actuales congresos de los partidos las cosas ya no están tan amarradas como antes. Si no, que se lo digan a Soraya Sáenz de Santamaría (de la que este jueves se hablaba mucho en las redes).

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